Por Alba Galocha
08/10/2016
Llegué a Tokio un día de invierno por la noche, hacía frío y el viento soplaba de una manera diferente. Salí de la terminal en dirección al autobús que me llevaría a la ciudad donde la fuerza de lo irreal parece ser más verosímil que lo tangible. O eso quise entender cuando, todavía en España, me dijeron eso de “Japón es otro planeta, puedes imaginarte lo que quieras, pero hasta que no lo veas no sabrás a qué me refiero”, por décima vez.
Los primeros 15 días los pasé abrumada por la cantidad de gente que había en la calle, el supermercado, la carretera, el metro… y la velocidad, decisión e individualidad con la que caminaban todas aquellas personas. Quince días fueron también los que me llevaron a entender cómo funcionaba eso de hacer cola para entrar en el metro. Llegas, te pones en la fila y esperas tu turno para entrar en el vagón. Fácil pero difícil. Yo seguía buscando ese otro planeta del que me habían hablado. Después de tres meses viviendo en Tokio, lo encontré y decidí volver al mío. Pero ésa es otra historia.
Mi primera casa fue en la zona de Roppongi, un apartamento del tamaño de una caja de zapatos, lo que me hizo pasar en la calle la mayor parte del tiempo. Roppongi es un distrito de extranjeros, con mucha vida nocturna y donde está el primer museo del país sin una colección permanente, The National Art Center. Roppongi Hills es otra de las atracciones del barrio, un complejo con más de 200 tiendas y restaurantes y la Mori Tower, donde se encuentran el Museo Mori y el Sky Deck, en el piso 53, que es el único mirador de la ciudad, al aire libre y en un rascacielos.
Durante esas dos semanas que viví en Roppongi fui mucho al cine. En Toho Cinemas, Roppongi Hills, vi mi primera película en 3D y me tomé, por primera vez, un whisky mientras proyectaban Jobs.
Después me mudé a Nakano, un lugar mucho más tranquilo de casas bajas e individuales. Desde allí me gustaba pasear a Shinjuku, dejar atrás el Park Hyatt y sus vistas para volver a descubrir, una vez más, el Ayuntamiento de Tokio, un edificio de 1991 que simula una catedral gótica. Gotham City.
Shinjuku son luces, información, carteles publicitarios, colores, ruido, música, dark lolitas (chicas vestidas con ropas al estilo gótico victoriano) y, si te descuidas, algún que otro yakuza (miembro de la mafia japonesa). Uno de los barrios más vivos de la ciudad. Una experiencia única es ir a comer en una de las muchas izakayas (tabernas) de la zona, y probar platos tradicionales como el soba, ramen, takowasa o kanimiso, acompañado de un buen sake.
Recomiendo no dejar de mirar en ningún momento qué es lo que está pasando a tu alrededor: te sorprenderás y empezarás a darte cuenta de que puede que sí, que te encuentres en otro planeta.
Otro de mis paseos favoritos, a poder ser un domingo, es de Shinjuku a Shibuya atravesando Yoyogi Park. En Yoyogi puedes llegar a imaginar que formas parte de una comunidad, saber qué hacen en su tiempo libre, cómo disfrutan, cómo se divierten. Un grupo hace capoeira, otro baila, una pareja de ancianos descansa en un banco mientras un hombre, con pinta de americano, les dibuja sin ellos saberlo. Pero yo lo sé. Los domingos también se reúnen allí los rockabillies, un espectáculo. Cómo se mueven, seducen y se dejan ver y admirar por los transeúntes. No son la misma persona que ayer y tampoco son como serán mañana. Hoy es hoy y un domingo en Tokio es mi día favorito, mi día libre.
A 20 minutos a pie del parque se encuentra Shibuya, un barrio que más que visto, debe ser experimentado. Olvídate de todo lo que conoces. Grupos de jóvenes se arremolinan en la plaza donde se encuentra Hackiko, el perro que esperó a su dueño cada día después de su muerte. En el famoso cruce de Shibuya, cuando la luz del semáforo se pone en verde, todas nosotras cruzamos. Zona de compras y vida nocturna. Tokyo Hands, para comprar todo lo que habías imaginado y lo que no. Y The Beat Café, un espacio en el que tomar una copa, hablar en inglés y escuchar a The Smiths.
Otra de las zonas obligatorias de Tokio es Harajuku, pequeñas calles por las que perderse, hablar con los gatos del vecindario y renovar armario con ropa de segunda mano. Rag Tag es mi favorita. Y de Harajuku caminando a Omotesando donde se encuentra la librería en la que he pasado más horas de mi vida, Aoyama Book Center, con una gran selección de libros en inglés, arquitectura, fotografía, arte, diseño gráfico… el paraíso.
Uno de los barrios que más me llamó la atención y que descubrí un par de semanas antes de volver a España fue Nakameguro. Es tranquilo, calmado y acogedor. Un barrio joven con cafés en cada esquina donde gente joven lee libros en inglés mientras come bizcochos. Repleto de tiendas de muebles que te transportan a los años 40, 50 o 70… en Japón.
En Nakameguro se encuentran dos de las librerías más especiales para mí de Tokio y probablemente del mundo. En Tsutaya Books puedes descubrir el Japón más modernista. Madera de roble y metal acogen la mejor selección de libros y revistas de diseño, moda y arquitectura, ediciones de coleccionista de revistas japonesas como Popeye y un café que hacen que no quieras volver a casa porque ya estás en casa. Un must see para los turistas amantes del papel. Allí viví mi primer terremoto. Pero ésa es otra historia.
Cow Books es la razón principal por la que me gustaría volver a Tokio. Sueño despierta y soy la dueña de esa librería, pero con localización en Lavapiés. Allí me tomé un café muy amargo y compré uno de mis libros favoritos: Mirror Of Venus, de Wingate Paine con textos de Françoise Sagan y Federico Fellini, una noche muy fría.
Me gustaría terminar aquí. Pero antes, da un paseo por el Parque Ueno y visita el Museo Nacional de Tokio.
LA CIUDAD
Superficie: 2.188 km².
Fundación: 1457.
13,51 millones de habitantes.
A 10.761,47 km. de Madrid.
WEB DE INTERÉS
Gotokyo.org/es
CÓMO LLEGAR
Iberia tendrá tres vuelos semanales de Madrid a Tokio desde el 18 de octubre desde 612 euros.
DÓNDE DORMIR
Mandarin Oriental. 5*
The Tokio Station. 4*