La situación que vive desde hace más de 18 días el buque Open Arms, con un largo centenar de inmigrantes a bordo sin poder acceder a un puerto seguro, se ha convertido en una batalla política, cuando es, sobre todo, una cuestión humanitaria. A estas alturas, todos somos Open Arms.
Es cierto que el tema es complejo. Los intereses de unos y otros han puesto a plena luz del día y en pleno agosto la incomprensión. También la insensibilidad y la frialdad de un drama humano que supera toda mezquindad política.
Final imprevisible
No es de recibo que los diferentes gobiernos implicados y hasta instituciones europeas se echen la culpa los unos a los otros. Se laven las manos en cierta manera para deshacerse de un problema que se ha convertido en una auténtica crisis humanitaria cuyo final es imprevisible.
Es evidente que se tienen que respetar las norma y reglas internacionales en la materia. Pero las reglas están para cumplirlas. Y la primera de todas ellas es la de atender y conducir al puerto mas cercano a personas o colectivos en situación de emergencia.
Le podemos dar la vuelta que queramos. Pero por encima de cualquier norma política esta la atención y aplicación de los DDHH.
Todos somos Open Arms
Todos somos Open Arms. Como fuimos el Aquarius y seguiremos estando con los que más sufren. No podemos estar al albur de los Salvini de turno. Pero él o ellos no son los únicos responsables. La UE debería tomar medidas mas contundentes y sancionadoras con los que no cumplen. con los que se saltan a la torera los derechos más elementales.
Como europeos, esta situación nos debería avergonzar y abochornar. ¿Dónde quedan nuestros valores de solidaridad, de asilo y refugio para los más necesitados?
Soluciones integradoras
Es evidente que el asunto del Open Arms es una gota en el inmenso problema que representa la inmigración. Un problema que necesita de soluciones globales e integradoras. Pero esa gota no puede ocultar las miles de personas que han muerto en el mar sin lograr llegar a su destino.
El Mediterráneo se ha convertido en el cementerio de nuestra indignidad que debería sacudir todas las conciencias.
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