Pedro Sánchez ha tirado la toalla y ha decidido dar carpetazo a una legislatura enfangada; la más corta de nuestra democracia. El adelanto de las elecciones generales, no deseado por el presidente del Gobierno, ha fijado la cita con las urnas para el próximo 28 de abril. El rechazo a la aprobación de los Presupuestos, con el chantaje de los secesionistas catalanes, forzó a Sánchez a cambiar de rumbo y a elegir la primavera en vez del próximo otoño para que los ciudadanos voten el nuevo Parlamento y se elija un nuevo gobierno para España.
La batalla electoral está servida. Una confrontación feroz, que se presenta sin concesiones ni licencias y que puede provocar un profundo movimiento sísmico en toda la clase política. Cualquier pronóstico sería más un juego de azar que una proyección. Una campaña a cara de perro, sin piedad, donde es más que previsible que se vaya a votar en contra del otro más que a favor de un proyecto político.
No obstante, la mayoría de las encuestas publicadas reflejan dos bloques de derecha e izquierda que se verán dibujados en el próximo arco parlamentario. Dos bloques que no garantizan a ninguno de ellos, hasta el momento, obtener una mayoría suficiente para poder gobernar.
La política española se ha convertido, en los últimos tiempos, en un rifirrafe permanente, una escalada de descalificaciones continuas del adversario. Todos los días, y de forma cansina, aparecen ante los medios de comunicación distintos líderes y portavoces políticos que dedican gran parte de su discurso a proferir, a veces de forma vomitiva, unas acusaciones que no aportan nada al debate y que solo pretenden desacreditar y desautorizar al contrincante político.
La derecha, en su conjunto, parte con cierta ventaja. El acuerdo logrado en Andalucía entre el PP, Ciudadanos y Vox, que ha permitido desalojar a los socialistas de su feudo principal en España, auspicia poder repetir el mismo pacto a nivel de Estado. No obstante, esta vez Albert Rivera, líder de Ciudadanos, deberá explicar con mayor nitidez por qué ha establecido un cordón sanitario contra Pedro Sánchez y el PSOE y no lo ha hecho con Santiago Abascal y su partido ultraderechista.
De todas las citas electorales que se han celebrado desde el principio de la Transición, jamás en una convocatoria, salvo la de 1996 en la que José María Aznar venció a Felipe González, se había producido un ambiente tan tenso de confrontación, convulsión y crispación.
El PP, liderado desde el verano pasado por el joven y flamante Pablo Casado, no ha perdonado ni aceptado que Pedro Sánchez lograra tumbar el ejecutivo de Mariano Rajoy con una moción de censura, y menos que de la noche a la mañana se convirtiera en el inquilino de la Moncloa. La artillería del partido conservador contra el presidente del Gobierno, al que consideran ilegítimo, ha sido continua, rozando el acoso político y la descalificación permanente.
El otro aspecto que moviliza todo el interés político de esta primera cita electoral es el choque que confrontará al PP con el partido de Albert Rivera. Los dos, a pesar de tener un enemigo común que es Pedro Sánchez, libran una batalla peculiar consistente en saber quién del PP o Ciudadanos se hace con la mayoría de los votos de centroderecha. Casado y Rivera se la juegan porque son conscientes de que no es lo mismo ser primero que segundo en el recuento de los votos. Albert Rivera apuesta todo para conseguir el sorpasso al PP. Es por eso que no ha dudado en pedir a Inés Arrimadas que abandone Cataluña, donde ganó las elecciones autonómicas, para que haga política en Madrid. El objetivo es lograr la hegemonía de la centroderecha y morder en el voto popular y socialista.
La pretensión de Sánchez es ocupar el centro, abandonado por la derecha y los conservadores. Un centro donde generalmente se ganan las elecciones.
La mayor implantación del PP a nivel estatal debería lógicamente permitir al presidente de los populares salir victorioso de este duelo. Sin embargo, la aparición de Vox preocupa a los conservadores de la calle Génova, que han constatado que siguen perdiendo muchos votantes. La mayoría de ellos ha dado la espalda al PP para apoyar al partido de Santiago Abascal.
Es difícil evaluar, por ahora, la trascendencia o el éxito que puede cosechar el nuevo partido extremista, que en Andalucía ha irrumpido de forma sorprendente y que ha llegado a la política española para quedarse. Vox no tiene prisa. Los acontecimientos políticos que se han acelerado le vienen como anillo al dedo. Desde el acuerdo andaluz entienden a la perfección que habrá que contar con ellos para cambiar las mayorías suficientes que permitan alcanzar el poder. Vox sabrá esperar porque comprende que el viento puede soplar a su favor. Pablo Casado no lo duda y, sin complejos, ya ha hecho los primeros guiños a su excompañero de partido Santiago Abascal para que se sume a la conquista del poder. Las dos derechas ya se han convertido en las tres derechas.
Más complicado lo tiene Albert Rivera, que hasta el momento ha evitado la foto con Vox, salvo en la plaza del Colón, donde supo mediar la distancia adecuada para que no le confundieran con el líder de la ultraderecha. Pero la foto existe y es la que puede convertirse en fotocopia la noche del 28 de abril.
Pedro Sánchez acaba de publicar Manual de resistencia, convirtiéndose en el primer presidente de Gobierno en funciones que publica un libro de memorias. Vuelve a demostrar su tesón, su persistencia y obsesión para resistir contra viento y marea. Desalojado y hasta desahuciado por su propio partido hace apenas tres años, ha resurgido de las cenizas para hacerse con las riendas del PSOE gracias al inestimable apoyo de la militancia.
La carambola de la moción de censura ha alimentado su ego y autoestima, otorgándole una fuerza moral que esgrime hasta contra los barones de su partido, que le han criticado abiertamente por su presunto flirteo con los independentistas y que nunca han aceptado del todo que llegara de nuevo a la Secretaría General del partido.
Sánchez contra todos o todos contra Sánchez. El todavía presidente del Gobierno se ha lanzado a cuerpo descubierto en la batalla electoral. El fracaso en la votación de los Presupuestos Generales ha dinamitado todos los puentes con los secesionistas catalanes. Podemos, el partido de Pablo Iglesias, también ha roto amarras con los socialistas con el fin de evitar que la sangría de sus votos se convierta en hemorragia y beneficie principalmente al PSOE. Las desavenencias y tensiones internas que vive el partido morado no son bienvenidas en esa formación. Llegan, además, en el peor momento, ante una cita electoral crucial que puede cuestionar el mismo futuro de Podemos.
El nudo gordiano de la estrategia de Sánchez
El nudo gordiano de la estrategia de Pedro Sánchez, y su apuesta contra todos los que quieren expulsarle de la Moncloa, es movilizar el voto de la izquierda para que nadie se quede en casa, como se comprobó en las elecciones andaluzas. El líder socialista va a apelar a la moderación para centrarse principalmente en la agenda social.
La pretensión de Sánchez es ocupar el centro, abandonado por la derecha y los conservadores. Un centro donde generalmente se ganan las elecciones, como se ha puesto de manifiesto en el pasado tanto con el PSOE como con el PP.
Los socialistas se enfrentan a una encrucijada endiablada porque, si quieren conservar el poder, se verán obligados a pactar de nuevo con Podemos, los nacionalistas vascos y hasta con los independentistas catalanes. Esta alternativa es la que acaba de fracasar y, por ahora, el PSOE va intentar huir de cualquier nuevo compromiso, aunque no renuncia a eventuales pactos si los números son los que son tras las elecciones de abril. Pedro Sánchez tampoco va a declinar un posible acercamiento con Ciudadanos, a pesar que el propio Albert Rivera le haya vetado públicamente.
Estas elecciones tienen una vertiente diferente porque por primera vez no va a haber un gobierno monocolor. La fragmentación parlamentaria y el reparto de los escaños en el Parlamento va a obligar a pactar y a acordar un gobierno de coalición impensable hasta ahora en España. Sin embargo, esta circunstancia acaba de estrenarse en Andalucía. No es nueva ni tiene por qué ser perjudicial. En Euskadi tenemos el mejor ejemplo. En el País Vasco llevan varias décadas con gobiernos de coalición entre el PNV y los socialistas. Y según todos los datos funciona sin mayores problemas. El próximo inquilino de la Moncloa debería tomar nota y pedir consejo a su homólogo vasco, Iñigo Urkullu.
Acertar con el socio
La clave del éxito será acertar con el socio adecuado para buscar los puntos comunes que permitan cualquier matrimonio de conveniencia. Tras el escrutinio del 28 de abril, donde habrá que sacar la calculadora, los resultados nos pueden deparar una situación perversa. En principio, solo caben dos posibilidades: o la gran coalición de derecha entre PP, Ciudadanos y Vox, o el giro a la izquierda con el PSOE, Podemos y los nacionalistas. Tampoco se puede descartar una alianza entre socialistas y Cs si los números concuerdan, aunque por ahora Albert Rivera lo desmienta rotundamente en la precampaña electoral.
Tampoco se puede descartar una alianza entre socialistas y Cs, aunque por ahora Albert Rivera lo desmienta rotundamente.
Todos los partidos apelan ya al voto útil. Quieren arrimar el ascua a su sardina. Si es preciso, volverán a apelar a la bandera y a la patria, a la unidad frente al secesionismo o a las dos Españas, que la mayoría no quiere recordar y que forma parte de la historia. Es el momento de evocar las palabras de Antonio Machado, fallecido hace 80 años en el exilio en Colliure (Francia), y que están de plena actualidad: “Nadie tiene el derecho de monopolizar el patriotismo y nadie tiene el derecho, en una polémica, de decir que su solución es la mejor porque es patriótica; se necesita que, además de patriótica, sea la correcta”.
Mientras tanto en Cataluña los independentistas, que han apostado por la política del cuanto peor mejor, siguen jugando a la ruleta rusa y tensando la cuerda del despropósito. Algunos desean, y no lo ocultan, que se vuelva a aplicar el artículo 155 de la Constitución para alimentar su victimismo y adentrarse cada vez más en un callejón sin salida que no conduce a ninguna parte y cuyas consecuencias son imprevisibles, perjudicando esencialmente a la sociedad catalana.
Es asombroso comprobar cómo desde la dirección de los partidos nos quieren hacer ver que en España no se negocia, solo se presiona. Esta purrusalda electoral puede enquistar y enturbiar todavía más los mensajes o las propuestas de cada partido. La clave de bóveda de todo este asunto es quién del PP o de los socialistas obtiene los apoyos y mayorías suficientes para gobernar. El pulso entre la derecha y la izquierda está servido.
El cortoplacismo se paga con el tiempo
Y no se puede descartar, en este contexto, un escenario de arenas movedizas, que el juicio del procés a la cúpula del independentismo catalán cargue todavía más las tintas hasta provocar el hartazgo y el cansancio de muchos votantes. Ciudadanos de a pie que lo único que piden es que desde la política se gestione y se llegue a acuerdos para solucionar los principales problemas del país.
El valor de la democracia implica encauzar los conflictos y las desavenencias. Confundir el ejercicio de la política con el entreguismo o considerar al contrincante como enemigo es incitar a acabar con la convivencia. El cortoplacismo en política se paga con el tiempo. Y en estos momentos tan volátiles en los que vivimos puede que lo que hoy se plantea no tenga ninguna validez mañana. En todo este confusionismo, que dice muy poco de nuestros dirigentes políticos, hemos de pedir debates serios. Debates televisivos donde cada cual pueda exponer sus argumentos y alimentar la opinión publica. Debates abiertos y sin exigencias ni cortapisas, a lo cuales ningún político o candidato debería renunciar. Debates públicos que brillan por su ausencia en la política española y que solo se acuerdan exclusivamente en el marco preelectoral.
El 28 de abril se despejarán todas estas incógnitas, aunque no se puede descartar que, ante la imposibilidad de formar Gobierno, se vuelvan a convocar nuevas elecciones, como ocurrió en 2016 durante la anterior legislatura de Mariano Rajoy.
Las elecciones generales darán paso a la segunda vuelta, prevista para el 26 de mayo con la convocatoria de las elecciones municipales, autonómicas y europeas. Nos esperan largas semanas de campaña y de convulsión; con la incógnita de lo que verdaderamente va a ocurrir. Lo mas probable es que no tengamos estabilidad política hasta bien entrado el verano.
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