Por Enrique Rubio | Efe
27/09/2016
¿Dónde empieza Tintín y dónde acaba Hergé? El dibujante que creó el cómic europeo más popular nunca lo tuvo del todo claro: «Tintin, c’est moi» («Tintín, soy yo»), diría, flaubertiano, de su joven periodista que resolvía misterios sin despeinarse jamás el flequillo.
Pocos artistas -aún menos viñetistas- han sido objeto de tantos estudios sobre su obra y su biografía como el belga Georges Remi «Hergé» (1907-1983), pero eso no impedirá a todos los «tintinólogos» recibir con alborozo la retrospectiva que le dedica este otoño el Grand Palais, uno de los templos parisinos del arte.
De Hergé se ha repetido hasta el tedio su supuesto filofascismo, su visión colonialista plasmada en Tintín en el Congo, su maestría de la «línea clara» como estilo o su inclinación hacia los temas orientales y esotéricos.
Pese a que la exposición del Grand Palais, sucintamente titulada Hergé, no pretende desvelar grandes incógnitas, sí se acerca de forma algo tangencial a otras facetas menos conocidas del dibujante, como su interés por el arte contemporáneo -pidió a Andy Warhol que lo retratase– o sus incursiones en la ilustración publicitaria.
«Quizá no fue por frustración, pero es evidente que en un momento de su vida intentó expresar a través de la pintura cosas que no había podido transmitir en el cómic. Buscaba otro modo de expresar algo más profundo», explica a Efe Cecile Maisonneuve, coautora del catálogo de la muestra, que abre este miércoles hasta el 14 de enero.
Con esos pinitos pictóricos realizados en sus últimos lustros de vida, Hergé emuló más el genio de sus admirados Miró o Paul Klee que creó una senda propia. Fueron, zanja Maisonneuve, poco más que «ejercicios de estilo», el fruto de una pasión.
Mucho antes, en los albores de su carrera, estuvo a punto de renunciar al cómic por la publicidad: «Su trabajo como grafista publicitario le llevará a fundar su propia agencia, el Taller de Publicidad Hergé, en 1934. En los años treinta, duda verdaderamente entre su carrera como publicista y la de dibujante», recuerda.
Pero, aunque a veces la muestra discurra por caminos paralelos, nada hace olvidar que si Hergé ha llegado al Grand Palais es gracias al rubicundo periodista y sus estrafalarios amigos.
«Dar vida a Tintín, a Haddock, a Tornasol, a Hernández y Fernández y a los demás… creo que soy el único que puede hacerlo. Tintín soy yo, exactamente como Flaubert dijo: ‘Madame Bovary, c’est moi’. ¡Son mis ojos, mis sentidos, mis pulmones, mis tripas!», dijo Hergé en una entrevista en 1971.
El pequeño Georges Remi era un niño un tanto complicado. Probablemente hiperactivo (cuando ese trastorno apenas se diagnosticaba), la única forma en que sus padres conseguían tenerlo quieto era dándole lápices y papel.
«Veo mi juventud como algo gris, gris», recordaba Hergé sobre esos primeros años en una familia de clase media, católica y conservadora, de la periferia de Bruselas, muy marcado por el deterioro del estado mental de su madre.
Ya como dibujante de la revista Petit vingtième, Remi recibe el encargo por parte de su director, el abad Norbert Wallez, de mandar a su recién creado reportero al «país de los soviets»: la primera aventura de Tintín fue un panfleto antisoviético de la que el autor renegaría años después.
Desde el inicio de sus historietas, Hergé apostó por el dibujo claro y muy perfilado, primero en blanco y negro y después en colores uniformes, sin sombras ni degradados.
Sus colaboradores tuvieron una importancia capital en el desarrollo de las aventuras de Tintín, principalmente su compatriota Edgar Jacobs, quien más tarde engendraría la serie de Blake y Mortimer.
Pero la flema de Tintín, los arrebatos de Haddock, el despiste genial de Tornasol o la torpeza de Hernández y Fernández, todo eso era Hergé, el hombre que ha hecho viajar sin moverse de su casa a millones de niños.