La vertiginosa penetración de las tecnologías es un abono fértil para lanzar tendencias, creencias y, modelar opiniones a gran escala. Sean estas engañosas, ficticias, desacertadas, generosas, positivas, ciertas. Todas caben. También para conjurar tesis conspirativas o grandes confabulaciones. En el terreno de la política y zonas limítrofes como la economía y la sociedad, circula la llamada Teoría del Decrecimiento. Una campanada al consumo desbordado y al uso exacerbado de los recursos.
La palabra decrecimiento de por sí es adversa. Es el declive, la disminución, la merma, la contracción de indicadores, cifras o situaciones. Podría asimismo interpretarse como una decadencia, muy a tono con estos tiempos, pero que sin embargo, el asomo de ‘teoría’ nació en los años setenta, de la mano del matemático y economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen, reconocido como el padre de la bioeconomía.
Su libro más destacado, ’La ley de la entropía y el proceso económico’ (1971), se considera la obra fundacional de la economía ecológica y base de la teoría del decrecimiento económico. En esa línea continuaron otros, como su discípulo Herman Daly o Bertrand de Jouvenel.
Pero es el economista, político y filósofo francés Serge Latouche, quien lidera este movimiento que está recobrando interés. Se autodefine como “objetor del actual modelo de crecimiento económico”, por ser insostenible y, por tanto, hay que frenar.
El decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución controlada de la producción económica. Su objetivo es establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos.
Jason Hickel, antropólogo económico, desarrolló una investigación que se centra en la economía ecológica y la desigualdad global. Es un impulsor de la teoría que cobra nuevos adeptos. Su propuesta está contenida en su libro ‘Menos es Más’.
La Teoría del Decrecimiento, los entretelones
El movimiento creciente que sigue la Teoría del Decrecimiento está integrado por activistas e investigadores que abogan por sociedades que prioricen el bienestar social y ecológico en lugar de las ganancias corporativas, la sobreproducción y el exceso de consumo.
Esto requiere, señala el sitio en internet Degrowth, una redistribución radical y una reducción del tamaño material de la economía global. Así como un cambio en los valores comunes hacia el cuidado, la solidaridad y la autonomía. En ese sentido, el decrecimiento significa transformar las sociedades para garantizar la justicia ambiental y una buena vida para todos dentro de los límites del planeta.
En 2022, el presidente de Colombia se mostró afín a esa tesis y desde entonces la enarbola en sus discursos. “No es que dejemos de comer o de vestir, sino que la economía debe desacelerar sus ramas más depredadoras, la de mayor aceleración entrópica. Y acomodar los tiempos del crecimiento, al equilibrio de la vida en el planeta. Es una economía para la vida”, dijo Gustavo Petro.
Varios de los miembros del gabinete replican la oferta del ‘decrecimiento’ como la alternativa a seguir. El término rueda. Va en movimiento y lo atajan distintas percepciones y ahora se acuña al socialismo.
El ministro de Consumo del gobierno de España, Alberto Garzón (Izquierda Unida) dice ser ecosocialista y se apunta en el movimiento ‘degrowth’. A inicios de mayo, a propósito de la visita de Petro a ese país, intercambiaron libros e impresiones. Garzón sostiene que «el decrecimiento se va a producir, sí o sí, y lo necesitamos para que cualquier sociedad sea viable».
Argumenta además el economista que «el modelo de producción y consumo está provocando presiones e impactos en el medio natural en tal grado que la vida misma está amenazada».
Cuando el colapso nos alcance
En 2022, cuando el planeta retomaba su ritmo después de la pandemia, la humanidad consumió en siete meses todos los recursos de la sociedad previstos para doce meses. Ese año, el 28 de julio se alcanzó la sobrecapacidad de la Tierra, según las mediciones de Global Footprint Network. La ONG estima que en 2023, ese sobregiro de las capacidades, podría lograrse en una fecha similar a la anterior, pese a que la economía global está contraída por la guerra rusa en Ucrania.
Décadas atrás, en 1972, el Club de Roma se propuso establecer los límites del crecimiento económico. Tal vez inspirados en la Teoría del Decrecimiento. Y preocupados por el estado del planeta, alimentaron una computadora con todo lo que sabían sobre rendimientos agrícolas, recursos naturales, tendencias demográficas, etc. La máquina procesó los datos y soltó una sombría respuesta: dadas las limitaciones ecológicas, el nivel de vida más alto posible era el que se estancaba en la mitad del nivel estadounidense de la época. Cualquier cosa más allá de eso corría el riesgo de un desastre inminente, una «disminución repentina e incontrolable tanto en la población como en la capacidad industrial».
Medio siglo después, la población mundial se ha duplicado y el PIB se ha más que cuadruplicado. Los límites del crecimiento resultaron ser tan superables en el siglo XX. Pero cualquiera que piense que otros 50 años de evidencia podrían haber resuelto el debate no se ha encontrado con la izquierda europea, reseña The Economist.
En la conferencia «Más allá del crecimiento» celebrada en el Parlamento Europeo en Bruselas, a mediados de mayo, se escenificaron protestas. En el evento, organizado por eurodiputados, en su mayoría de tendencia izquierdista, jóvenes gritaron y vitorearon mientras los oradores proclamaban que, esta vez, los límites del crecimiento se han alcanzado.
El agotamiento del planeta
Impulsados por preocupaciones ecológicas e irritados por la injusticia social, para estos jóvenes la pregunta ya no es cómo mitigar los efectos de la actividad humana, por ejemplo, invirtiendo en tecnologías verdes. Más bien, hoy en día es necesaria alguna forma de “decrecimiento” y no en teoría, para evitar el colapso de la sociedad.
La inquietud por el uso o abuso de lo que tenemos o producimos es latente. Si nos sobregiramos en las demandas, ¿qué sucerá?
Las mediciones de los científicos del clima (IPCC) hacen un paralelismo entre los índices pre-industriales y los post-industriales. En esta fase, el planeta se ha extralimitado en la emisión de gases de efecto invernadero que empujan a un calentamiento global y a alteraciones más desastrosas del clima. Pérdidas humanas, desplazamientos forzosos, hambrunas, y pérdidas económicas y detención de proyectos.
Las consecuencias de la industrialización sobre el medio ambiente y la desigualdad en la distribución de la riqueza, llevaron a los expertos a admitir que, al aumentar la producción de bienes y servicios, es forzoso que se incremente también el consumo de recursos naturales. Por lo tanto, si el consumo es más rápido que la regeneración de los recursos utilizados se podría desembocar en pocos años en el agotamiento del planeta. Aquí entra la teoría del decrecimiento para parar esta tendencia.
Y, volviendo a la esencia, Latouche es partidario de que el decrecimiento es la única solución frente al cambio climático, algo que resume con la frase “decrecimiento o barbarie”.
Un debate de décadas
Esta teoría, con sus ajustes, no escapa de las críticas. Se la acusa de ser carente de ideas constructivas que propongan una alternativa viable al sistema capitalista. También de ignorar la innovación tecnológica, necesaria para conseguir una producción más eficiente o energías más limpias. Y que requiere de una inversión que parte del crecimiento económico. De este modo, el decrecimiento se ve como un combate al progreso, que frena la mejora de la calidad de vida.
Este planteamiento afecta en especial a los países del Sur global, que reclaman su derecho a desarrollar sus economías, así como a las clases más desfavorecidas.
En el caso de Colombia, donde la Teoría del Decrecimiento se habla con cierta naturalidad también surgen cuestionamientos. Miguel Gomis, profesor de la Universidad Javeriana no avala el término de decrecimiento y prefiere el de ‘bioeconomía’. No es decrecer per se ni empobrecerse. El planteamiento básico es que no se puede tener un crecimiento infinito en un mundo finito.
Gomis considera, según La República, que la aplicabilidad no va a suceder de manera voluntaria. Lo que propone el decrecimiento es algo que se entiende mal, que es consumir menos, pero en realidad es consumir mejor. Y eso tiene que ver con el problema de la obsolescencia programada. Es decir, los productos que están programados para durar poco para que sea comprado varias veces.
«Ya hay algunos principios que se han implementado en países europeos. Pero la probabilidad de que se aplique a nivel mundial es bajísima por la pelea entre los países más desarrollados y los menos desarrollados, que dicen que tienen derecho a desarrollarse, dice Gomis.