Diego del Alcázar Benjumea es un profundo conocedor de las tendencias tecnológicas actuales en los campos más disruptivos. Como CEO de IE University y fundador de The Global College, promueve una educación basada en un enfoque holístico, centrado en las personas. Como autor, acaba de publicar La genética del tiempo, donde aborda los desafíos y límites a los que nos aboca la evolución acelerada de la edición genética y la biotecnología si la utilizamos de forma irresponsable. En el fondo, subyace una cuestión fundamental: pudiendo mejorar la especie humana, ¿por qué no hacerlo?
Promover la reflexión y el cambio positivo a través de la educación, la investigación y la innovación es el propósito fundamental de IE University. Como institución educativa transformadora, empodera a los estudiantes para que dejen huella en la sociedad.
Para garantizar que forma a agentes del cambio íntegros, incorpora la sostenibilidad y la conciencia en sus programas. Desde proyectos y actividades enfocados a combatir el cambio climático hasta iniciativas sociales que marcan la diferencia a nivel local.
IE University, que forma cada año a más de 9.000 alumnos de 140 países, ocupa el puesto 18º en el Global Employability University Ranking and Survey 2023 de Times Higher Education y Emerging, que evalúa la opinión de reclutadores internacionales sobre el perfil de los graduados de 250 universidades internacionales.
Este ranking consolida la posición de IE University entre las 25 mejores universidades del mundo en empleabilidad por sexto año consecutivo, un éxito que, como CEO, impulsa Diego del Alcázar Benjumea, que desempeña un papel clave para que la institución cumpla su propósito de impulsar un cambio positivo a través de la educación, la investigación y la innovación.
LA EDICIÓN GENÉTICA La genética del tiempo (Editorial Espasa) adelanta los desafíos a los que la biotecnología nos enfrenta, pues si bien puede curar enfermedades genéticas, también plantea dilemas éticos, como se evidencia con la modificación de dos niñas por parte del científico chino He Jiankui o con el crecimiento del número de biohackers durante el covid.
Su última propuesta: la puesta en marcha de IE School of Humanities, que impulsará la formación y la investigación con el objetivo de formar líderes en la intersección de las humanidades, el management y la tecnología para dar respuesta a los desafíos complejos del mundo empresarial.
En La genética del tiempo, su primera novela, Diego del Alcázar Benjumea aborda la vieja aspiración del hombre de jugar a ser Dios. La descodificación del genoma humano y los progresos en biotecnología permiten imaginar un futuro en el que las enfermedades y las disfunciones físicas puedan ser corregidas mediante la sustitución de fragmentos de código genético defectuosos (o problemáticos) por otros correctos.
A partir de ahí, el autor reflexiona sobre los límites de la ciencia desde perspectivas diferentes: una empresaria líder de un gigante biotecnológico, una prominente científica, un biohacker, una académica, un escritor…
¿Qué intereses profesionales y personales se mueven tras esos avances? “¿No piensas que estamos jugando a ser Dios?”, se pregunta uno de los protagonistas de la novela. La respuesta no es sencilla y Diego del Alcázar Benjumea la aborda desde distintos puntos de vista gracias a una galería de personajes variada y bien definida.
Como CEO de IE University, impulsa un cambio positivo a través de la educación, la investigación y la innovación. ¿En qué consiste este cambio y qué aporta ante los desafíos que afronta la humanidad?
IE University es una institución académica que aborda los temas más relevantes para nuestra sociedad. Asumimos que vivimos en un entorno tremendamente cambiante. Como decía Heráclito, para nosotros el cambio es la única constante, y por ello pensamos que una sociedad que está expuesta a esos cambios acelerados requiere de una formación en profundidad, de una generación de conocimiento de los temas más pujantes y de una mentalidad innovadora que nos permite adaptarnos a esos cambios constantes.
Entiende la innovación en el aprendizaje como un cambio de enfoque, actitud y cultura respecto a los paradigmas anteriores. No obstante, la humanidad sigue haciéndose las mismas preguntas que en la Antigüedad clásica. ¿Hasta qué punto, en cierta medida, no es que los griegos sean nuestros antepasados, es que somos nosotros mismos?
Entre los presocráticos, había dos filósofos que Platón consiguió reconciliar: Parménides, que decía que todo era una constante, confrontaba sus ideas con Heráclito, que hablaba de que, como el agua del río, todo fluye y está en constante cambio.
Una de las grandes virtudes de Platón fue conseguir reconciliar estas dos posturas al mismo tiempo. ¿Cómo? Cambió la perspectiva: no se refería a una sola realidad, sino a dos realidades paralelas. Una es la realidad sensible y otra es la realidad inteligible. En la realidad inteligible, Parménides tenía razón: nada cambia, todo es una constante. Y en la sensible, todo cambia.
Para nuestra sociedad, nada ha cambiado en el mundo de las ideas. Por mucho que la tecnología avance, seguimos haciéndonos las mismas preguntas: todavía no sabemos responder a la pregunta ‘¿quiénes somos?’ Pero en cambio, nuestra realidad sensible es la de un cambio acelerado.
Se entiende la educación como un pasaporte hacia el éxito, reducido a ‘hacer dinero’. ¿No debe abarcar el concepto de educación una perspectiva más holística, la utilidad de lo inútil, en expresión de Nuncio Ordine?
Por supuesto. La sociedad occidental ha convertido la educación en algo transaccional, y esto es un error. La educación, como decía Nuncio Ordine, tiene que servir un propósito que no es estrictamente útil. Pero que, a largo plazo, sí lo es puesto que nos enseña a entendernos a nosotros mismos, a entender el mundo en el que vivimos, y, en definitiva, a construirnos como seres libres.
Como decía el propio Nuncio Ordine, son las Humanidades, tan denostadas últimamente, las que tenemos que cultivar de una forma especial en todo lo que hacemos.
¿Será capaz la tecnología de humanizar la educación y formar a pensadores críticos para el mundo futuro? ¿Es posible que la mecánica cuántica y la inteligencia artificial nos hagan mejores personas?
La inteligencia artificial y cualquier avance tecnológico no solo conseguirán que nuestra vida sea más fácil, sino que, además, mientras pensamos en cómo nos van a afectar sus consecuencias, estaremos ejercitando nuestro pensamiento crítico, haciéndonos más y más preguntas sobre el porqué usar esas tecnologías. En sí mismo el ejercicio de pensar nos hace mejores personas.
En la red social X, tiene fijada la siguiente frase de Alvin Toffler: “Los analfabetos del siglo XXI no serán los que no pueden leer y escribir, sino los que no pueden aprender, desaprender y volver a aprender”. ¿Cuáles son las claves para desaprender?
No solo en un mundo de cambio acelerado hace falta replantearse constantemente lo que sabemos, sino que es un ejercicio muy sano revisar lo que pensamos, cambiar de opinión, e incluso, como decía Miguel de Unamuno, contradecirse.
EMPRENDER & INNOVAR
Diego del Alcázar Benjumea es CEO de IE University y fundador de The Global College, un colegio internacional para estudiantes de bachillerato. Además, es un apasionado de la literatura, la tecnología y el campo. Esta es la primera novela del autor. En el pasado ha escrito numerosos artículos sobre educación, tecnología, emprendimiento y sociedad. Desde 2014, forma parte del consejo de Headspring, una empresa conjunta creada por IE Business School y Financial Times para diseñar y poner en funcionamiento una educación personalizada para empresas.
Como emprendedor, es cofundador y miembro de la junta directiva de South Summit, la conferencia de innovación y startups líder en Europa y América Latina, que celebró su décimo aniversario en 2022. En 2017 fue galardonado con la Beca David Rockefeller para participar en la Comisión Trilateral en reconocimiento a su liderazgo en los asuntos públicos y cívicos. Previamente fue consultor en Bain & Company y cofundador de Step Up Capital, un venture capital. Tiene un MBA por INSEAD y se licenció en Derecho y Dirección y Administración de Empresas en la Universidad Complutense de Madrid.
Según Jean Piaget, el aprendizaje no es la asimilación de información que viene desde afuera, sino la dinámica en el encaje de la información nueva y de las viejas estructuras de ideas. Emociones, sentimientos, convenciones sociales, etc., influyen en el aprendizaje. ¿Qué aporta la neurociencia a este proceso?
No sabría decir lo que aporta la neurociencia a este proceso. En mi novela La genética del tiempo juego con la idea de que las personas pueden modificar genéticamente su inteligencia, cosa que está demostrada no serviría para nada, pues en el desarrollo de la inteligencia la genética solo influye un 7%. El resto es aprendizaje e influencia del entorno social.
¿La existencia de una realidad líquida, caracterizada por cambios vertiginosos y condicionada por la incertidumbre, implica un aprendizaje líquido?
Sí, como decíamos antes, en la realidad sensible, nosotros tenemos que ser capaces de adaptarnos al entorno. El arma más potente que tenemos para ellos es la educación.
En IE University se lleva la diversidad cultural hasta sus últimas consecuencias. Tienen alumnos de 140 nacionalidades distintas. Afirma que la universidad tiene que ser un sitio inseguro, que desafíe las distintas perspectivas y la mirada del otro. ¿Cómo enriquece esta amalgama de civilizaciones?
Nosotros buscamos que la gente se enriquezca no solamente de sus profesores o de sus compañeros, sino de las formas diversas y a veces contrapuestas de entender el mundo en el que vivimos. Eso hace que el aprendizaje sea mucho más rico y por ello tenemos una apuesta tan firme por la diversidad en IE University.
¿Por qué los sistemas educativos tradicionales oponen tanta resistencia a la tecnología? ¿De qué tienen miedo?
Siempre se tiene miedo a lo que no se conoce. Pero para conocer algo, tienes que probarlo, convivir con ello, y, en definitiva, exponerte.
Acaba de publicar La genética del tiempo (Editorial Espasa) donde imagina una sociedad de dentro de 50 años que no pretende ser distópica, aunque está plagada de avances disruptivos. ¿Cómo es el mundo que describe y a qué retos deberá enfrentarse la humanidad en ese contexto?
La novela pretende ser una ficción científica. La realidad que describo en la novela es posible, no es una realidad inimaginable. Los personajes, al igual que nosotros hoy, tienen sus propios retos y sus propias disrupciones. Yo me he imaginado que uno de esos retos es la edición genética, y he tratado de trasladarme a ese futuro para entender como responderían los personajes, y para, de alguna forma, normalizar su respuesta. Lo cual no les exime a que sea una respuesta racional dentro de los riesgos que abordan.
La novela rinde homenaje a un doble aniversario, el descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN (1953) y la culminación del mapa del genoma humano (2003). El punto de partida es el desarrollo de la técnica CRISPR, que permite la edición genética, otra de las viejas aspiraciones del ser humano: ¿estamos jugando a ser Dios?
Lo que está claro es que cada vez tenemos más herramientas para jugar a ser esa entidad que postulamos como Dios. Tiene que ser la sociedad en su conjunto, en el ejercicio de su libertad colectiva, la que decida hasta qué punto queremos modificar artificialmente la naturaleza humana.
La edición genética tendrá un papel protagonista en la confección de la ropa que vestimos (a través de plantas editadas, como el algodón) y los alimentos que comemos (a través de animales y plantas). No obstante, su potencial no parece tener límites ante la posibilidad de crear superhombres. Es evidente que no todo lo técnicamente posible es éticamente correcto. ¿Qué desafíos éticos debe abordar?
De nuevo, yo no tengo la respuesta a los desafíos éticos. Lo que sí tengo son algunas preguntas, que creo que la gente se debería hacer. Todos estamos de acuerdo para modificar el genoma de un niño para curar una enfermedad, pero estamos en desacuerdo para diseñar bebés a la carta. Entre esos dos escenarios, hay una gama de grises muy amplia que es la que tenemos que abordar.
¿REALIDAD O FICCIÓN? La genética del tiempo se sostiene sobre una documentación exhaustiva y un ejercicio de imaginación para retratar una realidad futurible, tanto desde la perspectiva económica y social, como científica y tecnológica. Inspirándose en las tendencias actuales en esos campos, Diego del Alcázar Benjumea imagina una sociedad de dentro de 50 años que no pretende ser distópica, aunque está plagada de avances disruptivos. Las referencias a los avances científicos actuales se basan en hechos e, incluso, en personajes reales que aparecen novelados con seudónimos.
La solución pasa por un ‘imperativo humanista’, algo que solo puede surgir con el compromiso de la educación. De nuevo el espíritu crítico. ¿Cómo potenciar la capacidad de discernir en una época en la que el poder impone su relato y la información se alimenta de bulos y manipulaciones que distorsionan la verdad?
La sociedad de la información nos inunda con datos y, sobre todo, con narrativas caprichosas, pero también es verdad que esta sociedad nos da acceso a más argumentos con los que ejercitar nuestro pensamiento crítico. Lo que probablemente necesitemos es un proceso de adaptación (en el que la educación juega el rol fundamental) para aprovechar lo bueno que nos trae esta sociedad de la información, sin que seamos esclavos de sus aspectos más negativos.
Debemos identificar esa línea finísima entre curar enfermedades y mejorar artificialmente la naturaleza humana. El cambio tecnológico, en general, también el biotecnológico, es tan acelerado que no somos conscientes de que se están tomando decisiones por nosotros, sin maldad. En nombre del espíritu humano se han cometido muchos crímenes. ¿Esta maldad es por inercia, por ignorancia o por ambas?
Efectivamente, esa es una frase de Albert Camus en La Peste, en donde él piensa que los seres humanos no hacemos cosas buenas o malas por bondad o por maldad, sino por inercia o por ignorancia. Nadie ha extendido el virus del covid por maldad (este argumento no sirve para las teorías conspiranoicas), sino más bien se ha extendido por una serie de fallos colectivos.
Pudiendo mejorar la especie humana, ¿por qué no hacerlo?
Esa es la gran pregunta que trato de abordar en la novela.
A la inteligencia artificial le encantan los dilemas, pero los dilemas son difíciles de encontrar en la vida real, donde nos enfrentamos a problemas que plantean conflictos que no tienen solo dos posibles salidas, sino muchas. ¿Por qué esa predilección en los libros y en los modelos artificiales, como la IA, por los dilemas?
No es a la inteligencia artificial a la que le gustan los dilemas, sino a los humanos. Hay un ejercicio de evasión en tratar de trasladar a otros (los dioses, las máquinas, etc.) nuestras propias incertidumbres.
¿El empeño por saltar de la clonación terapéutica a la clonación reproductiva no parece implicar un afán desmedido y narcisista por la exaltación del ego del progenitor?
Sin duda la clonación requiere un estudio a profundidad sobre la psique de aquellos que quieren aplicarla.
A las distopías del futuro les gusta el concepto de ‘la resistencia’ como último reducto de defensa de la humanidad. En su historia, ¿los biohackers son los buenos y los gigantes biotecnológicos, los malos?
En mi novela trato de que no haya buenos ni malos, ni de que haya postulados a favor o en contra de lo que los protagonistas están haciendo, si bien es posible que el que lea mi novela no coincida con esa afirmación.
¿La industria biotecnológica está inmersa en encontrar un atajo genético a la inmortalidad?
De nuevo no creo que sea la industria biotecnológica, sino el anhelo del ser humano por responder a la gran pregunta de ‘quién es’ y de ‘dónde viene’. Si consiguiéramos la inmortalidad, probablemente también podríamos responder a esas dos preguntas. Aunque desde mi punto de vista, el anhelo por la inmortalidad es un ejercicio de pura evasión.