Nada tan simple y eficiente como un palo. Con un palo, un invidente puede sobrevivir en circunstancias que entrañarían gran peligro para el resto de la humanidad. Las nuevas tecnologías, que están llamadas a levantar barreras, deben tener sencillez y sentido común
ENRIQUE VARELA
Alguien, vinculado profesionalmente al mundo académico, me dijo en cierta ocasión que no me empeñara en construir sesudas definiciones. Una definición no es más que una proposición que expone con claridad y exactitud los caracteres genéricos y diferenciales de algo material o inmaterial.
No obstante, cuando definir se convierte en un deambular errático por un laberinto en el que se pierden quien escribe y quien lee, me acuerdo siempre de mi amigo y de su certero consejo.
Por contra, otro profesional de la escritura, perteneciente al ámbito de la comunicación, insiste en sugerirme que exprima mi cerebro para conseguir enjundiosas definiciones, claras y contundentes, con frases cortas y directas, que puedan expresar, sin rodeos, lo que pienso para que su traslado al papel, negro sobre blanco, no consuma demasiados minutos que se traducen en frases interminables y textos infinitos.
“La tecnología, que nace en el seno de la sociedad y que para ella se crea y desarrolla, debería en consecuencia ser social, pero no siempre lo es”
Dejándome llevar por esta segunda recomendación, y después de una reflexión profunda y sosegada, he llegado a la conclusión de que el concepto de tecnología para la vida, al que me he consagrado tanto personal como profesionalmente, es una buena definición, un acertado resumen de la labor que inspira mi vida: la tecnología social. También alberga un buen eslogan, el mejor titular periodístico y un claim efectivo para publicitar las cualidades de un producto.
Las palabras, a fuer de un uso reiterado, acaban perdiendo su significado original y pasan a definir otras cuestiones completamente distintas. Esto sucede con términos como libertad, democracia o justicia.
También ocurre con tecnología. Aproximarse a una definición de tecnología es meterse en un berenjenal. Cuando hoy nos referimos a tecnología nos aproximamos a definiciones que tienen que ver con tendencias tecnológicas, gadgets, smartphones, ordenadores, aplicaciones informáticas, internet, automatización, tecnologías de la información y la comunicación, etc.
Etimológicamente, tecnología viene del griego “tekné” (arte, oficio, técnica), y “logos”, (estudio, tratado, conocimiento). Esta es la definición que me interesa. Desde esta perspectiva, el conocimiento tecnológico no es un concepto relativo exclusivamente a nuestro tiempo, al último invento, a la tecnología punta. Ni siquiera el referirnos a “nuevas tecnologías”, nos circunscribimos al conocimiento científico de vanguardia.
Las nueva tecnologías se vuelven obsoletas muy pronto
Las denominadas “nuevas tecnologías” se convierten en “tecnologías” a secas en muy poco tiempo y, de la misma manera, envejecen. Rápidamente se vuelven obsoletas. ¿Qué fueron, si no, en su época grandes descubrimientos como la imprenta, el telégrafo, la radio y el teléfono?
Cuando irrumpieron en la sociedad se erigieron en nuevas tecnologías, inventos rompedores que nos cambiaron la vida. Aunque algunos animales como chimpancés, cuervos, delfines e, incluso, pulpos son capaces de utilizar objetos como si fueran herramientas –casi siempre para alimentarse, de tal forma que pueden partir huevos, extraer larvas, etc.–, ninguna otra especie ha evolucionado tanto como la humana en el uso, primero, y en la creación, después, de útiles y artefactos tecnológicos más allá de la obtención de alimentos para la supervivencia.
Es probable que las primeras herramientas tecnológicas de la humanidad, como en el caso de los animales, estuvieran orientadas a la alimentación (caza, pesca…), pero con la evolución se sucedieron saltos tecnológicos importantes que propiciaron herramientas no solo para cazar o pescar, sino también para el ocio, el adorno personal, el vestido o la comunicación (música, tamtam, señales de humo…).
La tecnología social evitará exclusiones
La tecnología, que nace en el seno de la sociedad y que para ella se crea y desarrolla, debería en consecuencia ser social, pero no siempre lo es. De hecho, la brecha tecnológica genera barreras de exclusión. No todo el mundo puede usar y disfrutar por igual de las ventajas que aportan las diversas creaciones tecnológicas, sus servicios y sus beneficios. Resulta relativamente fácil encontrar ejemplos de estas barreras que excluyen a colectivos de personas del uso de las ventajas que la tecnología aporta, y a poco que se piense, nos daremos cuenta de que no es nada nuevo.
Durante siglos, las destrezas relativas a la comunicación, la escritura y la lectura estuvieron vedadas a quienes no tuvieran oportunidad de pertenecer a colectivos concretos. Llegó la imprenta y revolucionó el mundo en este sentido, universalizando la lectura de todo tipo de libros y facilitando el acceso a la educación y la formación.
Lo mismo ocurre con el uso de ordenadores: hasta hace relativamente poco tiempo esta tecnología no estaba al alcance de cualquiera. Y llegaron, primero, los ordenadores personales, y luego la web y la Internet. Fue otra revolución.
La nueva revolución la auspicia la inteligencia artificial
Ahora estamos ya hablando de otra revolución auspiciada por la inteligencia artificial, el big data, el blockchain y otras tecnologías que, al parecer, llegan para quedarse, como las criptomonedas que, junto con otros avances, ya están cambiando el mundo financiero.
Y, como siempre, si no corregimos el rumbo, hay colectivos de personas a los que acceder a estos beneficios les sobrepasará o les quedará lejos.
La tecnología no es igualitaria ni constituye una verdadera herramienta de empoderamiento hasta que la sociedad no se apropia de ella y puede utilizarla un gran número de personas de forma apropiada. Es decir, hasta que no se convierte en social. Y esto pasa necesariamente por la sencillez. Cuando escribo “apropiada”, me refiero a dos aspectos muy importantes que contribuyen a la satisfacción del usuario final.
La tecnología es compleja para quien la diseña y simple para quien la utiliza
De una parte, tiene que estar orientada a las personas que la van a usar. Ha de ser entendible y asumida con facilidad. Apropiada. De otra, y si se cumple la primera premisa, debe ser poseída por sus beneficiarios, que se apropian de ella. Esta sencillez plantea grandes retos a los que diseñan servicios y productos, pero asegura el éxito: la tecnología es compleja para quien la diseña y simple para quien la utiliza.
¿Cuántos siglos pasaron desde el invento de la rueda y el baúl o la maleta hasta que alguien unió ruedas a equipajes? ¿Qué pasó para que a Enric Bernat se le ocurriera en 1958 poner un caramelo en un palo inventando el Chupa Chups? ¿Cuántos ensayos previos se produjeron hasta que a Manuel Jalón se le ocurrió perfeccionar el invento de la fregona, que no es otra cosa que un trapo y un palo?
Existen otros muchos ejemplos de sencillez tecnológica, y algunos más basados en la simplicidad y versátil genialidad de un palo, como las muletas, andadores y los bastones que usan las personas ciegas como tecnología para deambular. Y detrás de cada uno de estos inventos revolucionarios encontraríamos una larga historia y años de investigación.
Estamos en el umbral de una nueva revolución tecnológica, y realmente podemos asegurar que la época actual, fruto de la revolución de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación), ha reeditado el problema de las barreras excluyentes.
En definitiva, nos hemos puesto palos en nuestras propias ruedas. Así, hemos declarado como “analfabetos digitales” a todos aquellos que no comprenden nuestros diseños de productos y servicios. Obligamos a todos a digitalizarse.
Burocracia digitalizada y ajena a los ciudadanos
Las relaciones con la Administración, por ejemplo, ya no pueden llevarse a cabo en formato tradicional. Y ello a pesar de que la mayoría de las personas no tienen ni la cultura digital ni la pericia suficiente como para obtener certificados digitales, acreditarlos, instalarlos en los navegadores, etc.
Convertirse en usuario de muchos de los servicios de la sociedad de la información no es tarea fácil. Es posible que entremos en la siguiente revolución habiendo dejado atrás a muchos. El sentido común nos dice que debemos leer la historia para no repetir errores. ¿Vamos a aplicar este sentido común en esta revolución que llega o crearemos otra revolución de las barreras? ¿Encontraremos el “palo” universal que creará la completa tecnología social?
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