Los seres humanos se hace tatuajes desde hace miles de años y sigue siendo tan doloroso como la primera vez
Su origen se pierde en la bruma del pasado. Es milenario. Se ha practicado en las culturas más antiguas en casi todos los continentes. Vinculado a ritos, fueron estigmatizados pero se han vuelto populares. Los tatuajes se mueven entre el arte y la autodefinición, entre la tinta y el dolor.
La palabra ‘tatuaje’ proviene de la palabra polinesia ‘ta’, que significa ‘golpe’, y evolucionó hasta ‘tatau’ en tahitiano, con el significado de ‘marcar’. Una conexión lingüística que lo asocia con la Polinesia. El ejemplo más antiguo de tatuaje se descubrió en una momia congelada, llamada Ötzi o «el hombre de hielo», descubierta en los Alpes. Sus tatuajes en la espalda y rodillas revelan que el tatuaje se remonta al Neolítico tardío, en la Edad de Cobre. Hace aproximadamente 3.250 años.
A través del tiempo y las culturas
El arte de tatuar es una práctica que trasciende culturas y épocas. Desde las antiguas civilizaciones egipcia hasta la sudamericana. Se han hallado momias tatuadas de año 2160 a.C. Los tatuajes han sido una forma de expresión, identidad y conexión con lo sagrado. En la antigua Grecia y Roma, los tatuajes eran adornos, pero también símbolos de culto a deidades, marcas de servidumbre o señales de pertenencia a un determinado grupo social.
En Japón, desde el siglo V a.C. los tatuajes eran un distintivo de las clases altas, que adornaban su cuerpo con intrincadas obras de arte. En la actualidad, el tatuaje se asocia con la temida organización criminal Yakuza. En China, en el siglo VIII, se utilizaba el tatuaje como una marca para identificar a los criminales.
A lo largo de la historia, los tatuajes han cumplido diversas funciones. Desde rituales religiosos y marcas tribales, hasta símbolos de protección y adornos estéticos. En cada cultura, han adquirido significados particulares, reflejan creencias, valores y tradiciones.
En la sociedad contemporánea, luego de un largo período de estigmatización, el tatuaje ha dejado de ser un tabú y se ha convertido en una forma de expresión personal. Se han convertido en una forma de fijar historias, conmemorar momentos especiales y expresar identidad.
Los avances tecnológicos en la maquinaria y los pigmentos, junto con la influencia de celebridades y figuras públicas, han contribuido a su popularización. Hace unas décadas los tatuajes era motivo de descalificación en puestos de trabajo o ingreso a unidades élite de combate, en los cuales una vez dentro se tatuaban para reforzar el sentido de pertenencia al equipo.
Se asociaron a marineros, presidiarios y prostitutas. En la década de los setenta se usó como signo de rebeldía. Siguió extendiéndose su uso una vez que lo adoptaron deportistas, músicos y actores en los ochenta y noventa hasta convertirse en algo tan normal como un zarcillo, una pulsera o cualquier otro adorno.
Se estima que alrededor del 30% al 40% de la población en Estados Unidos y de la Unión Europea tiene al menos un tatuaje. En otros lugares, como China o América Latina, las cifras pueden variar. Por ejemplo, un estudio reciente indica que en Brasil y Argentina la tasa de tatuados puede ser mayor al igual que la aceptación.
Las convenciones de tatuajes son consideradas eventos del arte corporal que reúnen artistas, entusiastas y aficionados. A la Tattoo Convention en Los Ángeles asisten unos 30.000 visitantes y unos 300 artistas cada año. Al Paris Tattoo Art Festival reúne unas 25,000 personas y varios cientos de artistas en los más diversos estilos.
A lo largo de los siglos los tatuajes ha cambiado, desde sus técnicas de aplicación hasta los motivos, lo que mantiene constante como e inalterable como el tatuaje es el dolor que debe soportar quien se lo hace.
Con la mirada de un crítico
Jackson Arn es un crítico de arte que ha escrito sobre libros, pinturas y bares tiki para publicaciones como Art in America, The Drift, Artforum y The Nation. Se unió a The New Yorker como crítico de arte en 2023. Arn asistió a la Convención de Tatuajes de Nueva York en octubre. Su crónica la escribió desde la perspectiva de alguien acostumbrado al ambiente naif de los vernisage y elegantes salones de arte. Así, la convención no fue una simple reunión de amantes del arte corporal, sino un microcosmos donde convergen historia, cultura popular y una estética única que desafía los convencionalismos del arte tradicional.
Relata que en un espacio que alguna vez albergó la construcción de barcos, cientos de personas exhibían sus cuerpos como lienzos vivientes. Adornados con personajes de películas, figuras históricas y diseños originales. La atmósfera era una mezcla de feria, galería de arte y reunión familiar que utilizaba la tinta como el lenguaje común.
En contraste con las sofisticadas inauguraciones de galerías de arte, donde la comida se ofrece de manera casi ritual, en la convención de tatuajes, la oferta gastronómica es sencilla solo los caramelos son gratis. A las puertas, fluye una abundante oferta de cerveza, tacos y hamburguesas a quien las pague. No es casual. La comida, como el arte, se consume de forma directa y sin pretensiones, reflejan la autenticidad y accesibilidad de forma de expresión artística.
La variedad de tatuajes en la convención como fue “asombrosa”, desde personajes de películas como El padrino y Harry Potter hasta figuras históricas como Tupac o religiosas como Jesucristo. La diversidad refleja la capacidad del tatuaje de trascender las barreras sociales y culturales. Un medio de expresión personal y de identificación con grupos y subculturas.
La elección del Brooklyn Navy Yard como sede de la convención no fue fortuita. Arn explica que los tatuajes tienen una larga historia asociada con los marineros, que se marcaban la piel como amuletos de protección y como recordatorio de sus viajes. Popeye el marino luce uno de los tatuajes más famosos en la cultura pop. La conexión entre el mar y los tatuajes es evidente en la iconografía marítima que se encuentra en muchos de los diseños.
A diferencia de otras formas de arte, el tatuaje no está sujeto a jerarquías y convencionalismos. No hay galerías prestigiosas ni jurados de arte que dicten lo que es bueno o malo, todos son válidos, desde los más elaborados hasta los más sencillos. “Esta falta de jerarquía es una de las razones por las que ha logrado tanta popularidad”, puntualiza Arn.
Sin megalómanos
Arn narra su encuentro con un lienzo, Dave, y su tatuador, Abraham. Dave, un hombre de mediana edad, que sin tatuajes hasta hace poco se ha convertido en una galería viviente. Exhibe una variedad impresionante de tatuajes en su cuerpo. Desde una representación del Duomo de Florencia hasta el David de Miguel Ángel y La noche estrellada de Vincent van Gogh en el antebrazo izquierdo.
Un detalle que impresionó a Arn es que la Convención de Tatuajes de Nueva York sirve para explorar una comunidad que se caracteriza por la ausencia de egos inflados y búsqueda de una expresión artística genuina. “Tal vez los organizadores tengan buen gusto con la gente, o tal vez el mundo del tatuaje simplemente no atrae a muchos megalómanos. No hay un mercado internacional inflado ni hay plutócratas rusos que inviertan en tinta con fines fiscales”, escribe.
Este milenio ha producido chefs, DJ, magos, médicos, peluqueros y consultores de mucha fama, pero ni un solo tatuador. Nadie se dedica al tatuaje para hacerse famosa, o acumular riqueza, pero eso no quiere decir que los ricos no luzcan tatuaje.
Arn recuerda que el historiador Matt Lodder, en el libro Tatuajes: la historia no contada de un arte moderno» cuenta cómo el rey Jorge V regresó de Japón con un tatuaje de dragón y creó una tendencia entre la aristocracia europea. El káiser Guillermo II, el rey Óscar II de Suecia y la madre de Winston Churchill fueron algunos de los notables que siguieron esta moda. Por un tiempo, lucir un tatuaje era sinónimo de estatus y poder. Sin embargo, es asociación entre la tinta y la realeza fue efímera.
Los tatuajes se popularizaron después de la Primera Guerra Mundial entre las «flappers» y la clase alta. Era un accesorio de moda. En 1970, Time Magazine informó sobre un renovado auge del tatuaje. En el siglo anterior, en 1897, el New York World estimó que tres de cada cuatro mujeres de la alta sociedad estaban tatuadas. Más allá de las tendencias y la historia, el tatuaje es una pasión que une a artistas y aficionados.
Los tatuadores y los tatuados comparten una conexión especial. Forman una comunidad única. Los artistas, concentrados en cada centímetro cuadrado de piel, y los clientes, ansiosos de recibir su nueva obra de arte. El tatuaje es un universo lleno de significados personales y culturales. La máquina deja pequeñas gotas de tinta en el cuerpo y transforma a la persona tatuada en un «coleccionista» de sí mismo. En el cuerpo el tatuaje se convierte en un lienzo mecánico y biológico a la vez.
Tatuaje como arte
E tatuaje es una forma de arte. Los tatuadores son artistas que utilizan sus habilidades técnicas y creativas para crear obras únicas en cada cliente. A pesar de los numerosos estudios académicos dedicados al tatuaje, pero es un arte que se resiste a la intelectualización y a la contextualización académica, de que lo conviertan en algo que no es, a pesar de las docenas de revistas dedicadas a los estudios sobre el tatuaje.
El dolor es inherente al proceso de tatuarse. Afecta a cada persona de manera diferente. Algunos sienten un dolor intenso, otros lo encuentran soportable, pero es un elemento esencial del tatuaje. Desafía la idea de que el arte es una experiencia de goce estética. El dolor actúa como un sello de autenticidad, una prueba de compromiso con la elección artística. El dolor es compartido. Tatuarse un pezón puede doler tanto como cortarse un dedo con una sierra, pero los tatuadores están amarrados al dolor. Cientos de horas de encorvados sobre sus “lienzos” los condenan a problemas de cuello y espalda.
La relación entre el dolor y el placer en el contexto del tatuaje es compleja. El dolor es inevitable y puede ser intenso, pero muchos tatuados describen una sensación de euforia y satisfacción una vez que el tatuaje está terminado. La combinación de dolor y placer crea una especie de adicción, que lleva a muchos a repetir la experiencia.
El tatuaje es una experiencia subjetiva. Cada tatuaje narra una historia íntima. Refleja en la piel de quien lo lleva una obra que, sin importar la influencia que tenga, sigue siendo una pieza de su personalísima y exclusiva colección de un arte dolorosamente seductor.