Por Rocío Ramírez /graduada en Psicología
“Tan solo buscas aprobación masculina”. No recuerdo otra frase que me hayan repetido con más frecuencia e intensidad las feministas modernas. Sí, esas que bajo sus “gafas violetas” dividen a los demás seres vivientes en dos grupos diametralmente opuestos y homogéneos entre sí: los opresores y las oprimidas. Y, por supuesto, no cabe duda alguna de que ellas siempre son las más oprimidísimas del mundo, oye.
Esto es, a pesar de que las mujeres tengamos menos riesgo de sinhogarismo (solo el 16% vive en la calle), mucho menos fracaso escolar (y por tanto más posibilidades de ir a la universidad), menos probabilidad de caer en toxicomanías y alcoholismo, menos riesgo de cometer suicidio, menos riesgo de ser víctimas de agresiones y homicidios (30%), menos riesgo de ser sentenciadas más duramente por el mismo delito, menos riesgo de sufrir accidentes laborales (debido a que les dejamos los empleos más arriesgados a nuestros compañeros hombres) y menos riesgo de ser víctimas mortales en conflictos militares. Pues sí, señores, estas somos las oprimidas.
Eso sin contar con que nosotras vivimos una media de cinco años más y que en otros países, como en Argentina, podemos cobrar la pensión hasta cinco años antes que ellos. Además, podemos estar casi seguras de que nadie nos ridiculizará o rechazará por nuestra estatura, falta de musculatura o por el tamaño de nuestros genitales (como sí sucede frecuentemente con los miembros viriles), o por llevar demasiado tiempo virgen. Tampoco se nos exigirá el tener la gran valentía de llevar la iniciativa en el cortejo o el tener que estar emparejadas para ser respetadas por las demás mujeres, como sí les pasa a los hombres con sus iguales. Y esto sin hablar del poder que tenemos para hacer que casi cualquier hombre haga prácticamente todo lo que queramos tan solo a cambio de un poco de placer…
Otra cuestión, pero no por ello menos importante, es que, asimismo, tampoco podremos quejarnos de no disponer de varios pretendientes merodeándonos al mismo tiempo, aunque finalmente ninguno sea de nuestro agrado. Además, nuestro valor como personas casi nunca dependerá del poder económico ni del éxito sexual que mostremos ante nuestro sexo opuesto. Por si esto fuera poco, el que simplemente se nos dé la oportunidad (a casi todas las mujeres) de poder ganarnos el pan de cada día mediante el comercio del sexo ya es en sí todo un privilegio, por mucho que no nos llegase a gustar dicho “oficio” cuando viniere el momento. Y esto no me lo invento, sino que estoy segura de que muchos hombres, sino la gran mayoría, estarían encantados de poder tener esta otra salida como último recurso en caso de no tener cómo sobrevivir.
En el único terreno donde podemos “ganarles” en cuanto a opresión se refiere es en los abusos y las agresiones sexuales. Pero agresiones de verdad, no como a las que hacía referencia el Ministerio de “Iguar-dá” en su famoso informe, donde hasta el recibir imágenes sexuales de otras personas, las miradas insistentes o las insinuaciones y bromas de carácter sexual eran tipificadas como un tipo de acoso sexual sin ni siquiera haber introducido en dicho estudio una variable de control (como puede ser el contabilizar a los hombres que también hubieran vivido tales circunstancias) para poder así valorar de forma objetiva, y por tanto sin sacar los datos de contexto, los resultados obtenidos, tal y como se nos es exigido en cualquier otro estudio serio y científico.
Esta sería una buena manera de determinar la validez estadística o la capacidad que tiene un instrumento (como por ejemplo los test o cuestionarios) de medir lo que nos hemos propuesto a investigar (en este caso el acoso de índole sexual). Dicha validez no solo tiene que cumplir con determinadas características, como que la muestra seleccionada para la investigación deba ser representativa, sino que también es muy importante la forma en que se pregunta y se recoge la información para que esta haga referencia de forma exclusiva a lo que se quiera analizar, y no a otras cosas semejantes pero no iguales.
Bueno, que me enrollo, a lo que iba, que no hay frase que me hayan repetido más veces las feministas, que yo lo único que busco es la aprobación o la atención por parte de los hombres cuando les cuento esto mismo que os acabo de contar aquí a vosotros. Así es, no les cabe otra idea cuando les hablo de los privilegios que tenemos las mujeres solo por el hecho de serlo y de las opresiones con las que tienen que convivir diariamente los hombres, también solo por el hecho de serlo.
Más de una vez, incluso, me han deseado públicamente la agresión de parte de algún hombre o me han acusado de ser uno de ellos escondido bajo mi perfil virtual. Si es que me tengo que reír por no llorar, qué le vamos a hacer.
Me pregunto si esto no será el fiel reflejo de que las mujeres históricamente no nos hemos tenido que preocupar de defender a los hombres en el terreno público, ni a sus circunstancias asociadas, porque ellos solos sabían hacerlo perfectamente (tanto con sus derechos como con los nuestros) hasta no hace mucho. Y por esto, ahora a algunas les parece tan descabellado el que una mujer salga a defenderlos y a reclamar por sus derechos robados, como son por ejemplo la presunción de inocencia en el código penal español o el que no se destine tanta cantidad de dinero para el cáncer próstata que para el de mama, por nombrar tan solo dos ejemplos de los tantos que existen.
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