De activista del socialismo más empobrecedor a ser propietario de un bar para capitalistas, sin haber dejado de alentar a los proletarios a que radicalicen la lucha de clases contra la burguesía. Pablo Iglesias promete prepararles un “mojito” en su Taberna. Toda una metáfora del izquierdismo progre y cool del siglo XXI con todas sus connotaciones
La apertura de tascas, chiringuitos, tabernas y restaurantes es usual en un país de tan buena y rica tradición gastronómica y gente amante del cotilleo, la tertulia, los debates bizantinos y la vida nocturna. Lo novedoso en España es que un exvicepresidente, salte de la barra parlamentaria a la barra de un bar. Lo ha hecho Pablo Iglesias con la inauguración de su taberna. Taberna Garibaldi es el nombre del bar que abrió en el centro de Madrid. En su red X, el marxista escribió que no es un restaurante, y cita al filósofo Karl Kautsky: «Las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado». También dijo que era un “bar solo para rojos”. No inclusivo, exclusivo y segregacionista.
Política y buena mesa
Los políticos son humanos, y en general amigos del buen comer. De buen diente. Muchas negociaciones, pactos, acuerdos y traiciones se saldan en torno a la mesa bien puesta y mejor servida. El chef Guillaume Gómez dice que la cocina, su parte, ha tenido un papel crucial en la política, en las negociaciones de las partes y contrapartes.
Gómez, que ha estado a cargo de los menús del Elíseo en París, sostiene que la gastronomía puede ser una herramienta eficaz para manejar las relaciones diplomáticas. “La política puede separar a las personas, pero una buena comida puede unirlas. La cocina permite deslumbrar y fortalecer las relaciones”, comenta.
Hay una larga lista de restaurantes en los cuales se acordaron decisiones históricas y restaurantes más conocidos por su historia en la política de una nación que por sus platos y estupendo servicio. Son lugares frecuentados por la élite política. En sus mesas departen, diputados, senadores, concejales, alcaldes, ministros, sindicalistas, políticos destituidos, recién nombrados presidentes y los típicos operadores correvediles. Para algunos, funcionan como un amuleto o una oficina alternativa, el crédito blando y la comida pasable..
Míticos locales
En las grandes capitales del mundo hay negocios del yantar en los que se han sellado pactos de gobierno y roto coaliciones. Los más conocidos son
- París – La Rotonde: Símbolo del macronismo. Frecuentado por Emmanuel Macron y sus colaboradores. Ha sufrido varios atentados por su identificación con el mandatario. Anteriormente lo frecuentaban escritores de la generación perdida estadounidense y la bohemia de Montparnasse.
- San Petersburgo – Stáraya Tamozhnia: Fue el origen del imperio del dueño del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin. La élite política rusa, incluido Vladímir Putin lo frecuentaba. Ofrece gastronomía rusa y derivaciones europeas de sus platos.
- Londres – The Cinnamon Club: Diputados de la Cámara de los Comunes y ministros del Gobierno, son sus asiduos comensales. Rishi Sunak, el primer jefe de Gobierno de origen indio e hindú practicante en la historia del Reino Unido, eligió este lugar para agradecer a los voluntarios que ayudaron en su campaña por el liderazgo tory.
- Barcelona – Ca l’Isidre: Conocido por ser un lugar donde se resuelven acuerdos, diálogos, disputas y enfrentamientos políticos. Frecuentado por la clase política catalana. Ha sido el escenario de reuniones importantes, como la visita oficial de los reyes Juan Carlos y Sofía, y decisivas para traer los Juegos Olímpicos a Barcelona.
También en América
- Washington DC – Cafe Milano: Abrió sus puertas el mismo día en que Bill Clinton fue elegido presidente. Frecuentado por presidentes, miembros del gobierno, congresistas, jefes de Estado, mandatarios extranjeros, estrellas de Hollywood y figuras de los medios de comunicación. Atrae por igual a demócratas y republicanos, a presentadores de la CNN y de la Fox. Bill Clinton, Barack Obama y Joe Biden son habituales.
- Buenos Aires – La Biela: Políticos de todas las tendencias lo frecuentan. Durante la dictadura cívico-militar, lo visitaban los integrantes de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Fue objeto de un atentado por la organización guerrillera Montoneros. Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges eran asiduos.
- Brasilia – El Piantella: Lugar de encuentro de la oposición a los generales durante la dictadura y de los políticos brasileños durante cuatro décadas. Allí se gestó la campaña de las Diretas Já para elegir democráticamente al presidente. Cerró sus puertas el día que el Senado destituyó a la primera presidenta de la historia de Brasil, Dilma Rousseff.
- Bogotá – Pajares Salinas: Conocido por ser un lugar donde se conspira deliciosamente. Frecuentado por los personajes más poderosos del país, incluyendo presidentes de la República. El presidente Gustavo Petro y la primera dama, Verónica Alcocer, han sido visitantes frecuentes.
Solo para rojos
Hay una característica que por lo general comparten: No hay mayor restricción para su acceso que el que le permita su billetera. En sus mesas se sientan comensales de todas las tendencias. Son en esencia un territorio neutro ideal para reunir a las partes y acordar decisiones. Teóricamente no es el caso de la Taberna de Iglesias. En sus redes dejó bien claro que es un bar solo para rojos. No obstante, sus socios dan la bienvenida a todos. Son profesionales de la hostería y saben que el dinero vale lo que vale sin importar en color de la cartera. Los flamantes socios propietarios del exvicepresidente son el poeta Sebastián Fiorilli y el cantautor Carlos Ávila, que en alguna ocasión amenizarán la velada.
Aunque antes de la inauguración, Iglesias circuló un video en el que se le ve afanado limpiando la barra y atendiendo el teléfono para coger las reservaciones, lo cierto es que nadie le ha visto desde la apertura. No son pocos los desilusionados. Su nombre tendría el mismo imán si se llamara Agustín Lara o cualquier otro famoso de la historia, del mundo rosa o del espectáculo. Una taberna con el nombre Winston Churchill siempre despertaría curiosidad y si aparece un homónimo como dueño mucho más.
Bien o mal, pero que hablen
Si algo ha explotado Iglesias ha sido su nombre y el principio de que lo mejor que le puede pasar a una figura pública es que hablando de él (o de su taberna) mal o bien. Las redes y los medios se han llenado de imágenes, videos, comentarios y artículos sobre el local. Con comentarios tan buenos o malos como se simpatice con el susodicho. Todos ayudan. Y dentro de esa premisa, pese al cuero de cocodrilo que ha desarrollado, a Iglesias no le hizo gracia que en Google calificara su taberna de rojos con un magro 2.3 . El ex vitalicio exigió a la plataforma la eliminación de los comentarios por considerarlos “falsos” y “ultraderechistas” (no faltaba más).
No debutó como hostelero con el mejor pie. Antes de inaugurar le pintarrajearon la fachada en protesta porque el nombre de uno de sus cocteles irrespeta a una figura histórica del anarquismo. El día de la inauguración Iglesia no apareció, se acabó la bebida gratis y no hubo tapas. Los asistentes no pudieron probar lo ofrecido en la carta, por un fallo con los proveedores. Despertemos. Poetas, músicos y políticos comunistas no se preocupan por detalles tan bastos como la comida y el bienestar de la gente.
A los cinco días de su apertura cerró por un problema en las tuberías. Un mensaje publicado en las redes informaba que ese tiempo lo aprovecharían para resolver problemas logísticos. Se les había agotado la cerveza y repondrían. Un ejercicio de humor negro para los hosteleros que tienen sus locales en las cercanías.
Competencia en Madrid
No lo tendrá fácil Iglesias. En Madrid si algo hay son restaurantes famosos con historia en la política, que no son «solo para rojos y rojitos». Por el contrario. son muy democráticos y a sus mesas se sientan personas todas las tendencias:
- Lhardy: Fundado en 1839, ha sido lugar de reunión política desde que Isabel II lo convirtió en su restaurante favorito. Frecuentado por Alfonso XII, Alfonso XIII, la reina Sofía, el rey Felipe, la infanta Elena y una variedad de intelectuales.
- Zalacaín: Fue el primer restaurante español en conseguir tres estrellas Michelin. En sus comedores se redactaron varios artículos de la constitución española. También fue lugar de “consejos de ministros”.
- El Arahy: Fue el refugio del presidente Mariano Rajoy durante la moción de censura que acabó con su mandato. Es el restaurante de su amigo, el chef José Ynglada.
- El Rincón de Esteban: A 140 metros del Congreso de Diputados, lleva 30 años dando de comer a sus señorías. Por sus mesas han pasado, además de diputados, muchas autoridades, como el rey Emérito Juan Carlos I y su hijo, Felipe VI.
- La Chalana: Es una marisquería que se ha hecho famosa recientemente. Ha sido el lugar de hasta tres reuniones claves de la Fiscalía Anticorrupción en el caso Koldo.
Un bar temático, como Disney World
Desde su apertura la «taberna para rojos» ha tenido buena afluencia de público. La tentación (buena o malsana) de ver a un expresidente atendiendo una barra de un bar es difícil de vencer. Las crítica han florecido a montones, lo han calificado de “bar temático malo y cutre”, y el calor sofocante es la queja más frecuente. Sin dejar de lado que las fotos de la carta las “robaron” de otro restaurante en Internet y no se corresponden con la realidad. Los platos reales son espichados y tristones.
Una de las quejas más recurrentes tiene que ver con el tamaño de las raciones y los precios. Magras y ajeno a los bolsillos proletarios. Los entrantes oscilan entre 7 y 11 euros, los platos principales entre 10 y 12 euros. Las tostas 8 euros, los cócteles 9 euros, las cervezas y copas de vino 3 euros, y los postres 5 euros. En el mismo Lavapiés, a pocos metros se consiguen negocios menos cutres que los ofrecen a precios más accesibles.
Tampoco sale muy bien parada la escenografía (decorados). En la fachada aparece el cártel de la peluquería que anuncia que “Se corta el pelo a señoritas”. Los dos afiches de la Carrá y Marisol, y la bandera de Palestina. Poco “ambiente rojo” trasmiten, ¿y el emblema de la hoz y el martillo, el bigote de Stalin, los ojos de Chávez, la barba de Fidel, la boina del Che? Se esperarían más presencia del color rojo en sillas y paredes, un busto de Lenin por acá, un afiche Mao por allá, una escultura de La Pasionaria, en un rincón destacado. ¿Y Santiago Carrillo?
Pero ni a Indalecio Prieto honra el nombre de la taberna. Se le cede a Garibaldi (un bandolero, pero monarquista) en reconocimiento a la brigada de los comunistas italianos que apoyó a los republicanos. Pero los destacados camaradas españoles han sido ignorados. Salvo la Pasionaria que da nombre a dos cocteles. Tampoco hay ningún guiño a mecenas Hugo Chávez (Fidel sí tiene un mojito con su nombre).
Lapidaria
Muchos artículos y reseñas se han escrito (y seguramente seguirán publicando) sobre la taberna de Iglesias. Una de las más descarnadas pertenece a la periodista y escritora Lucía Etxebarria para The Objective. Quien escribe con la solvencia de quien vive en el barrio y conoce el oficio de la hostelería, porque en su juventud le tocó, como a muchos, trabajar atendiendo mesas.
Primero aclara que el de Iglesias no es una taberna. “Sino un bar Cayetano. Y los rojos que acuden no son rojos, mucho menos obreros. Ningún obrero está como para pagar nueve euros por un gintonic”, escribe. Para Etxebarria una taberna huele a fritanga. «Olor picante y acre a aceite recalentado. Un aroma inconfundible y único”. Pensados para comer o cenar, con mesas que pueden acomodar el servicio. “Eran, establecimientos en los que se podía comer desayunar o cenar, pero en plan económico y funcional”. Con comida tradicional, de batalla, “nada de nouvelle cuisine ni experimentos gastronómicos. Tortilla de patata, patatas fritas, patatas bravas, migas, bocadillos”. Ni de comida internacional o italiana. Aun quedan muchas de esas tabernas en el barrio.
También apunta la periodista al lugar escogido para alojarlo. “Es interesante preguntarse por qué un expolítico que supuestamente defendía a la clase obrera ha decidido abrir un bar en Lavapiés en lugar de Carabanchel o Vallecas”, se pregunta. Lavapiés lleva años siendo una de las zonas favoritas de los fondos de inversión para implantar viviendas turísticas. Acelerando el muy capitalista proceso de gentrificación del otrora barrio obrero. Ahora, con bares que surgen como hongos, figura en las guías turísticas. “No me digan ustedes que la Taberna Garibaldi es una taberna o que los que van son obreros”, escribe tajante Etxebarria.
Metáfora en 3D
Si en algo han destacado los gobiernos comunistas y socialistas (escoja la denominación) es en la “puesta en escena”. La especialidad de Pablo Iglesias. Con su histrionismo y manejo de redes armó un partido. A fuerza de micrófonos (y la poca o inexistentes escrúpulos de Pedro Sánchez) forjó una alianza que le llevó a la vicepresidencia, cuyo tránsito, salvo las estridencias escénicas pasó con penas y ninguna gloria.
El bar sobrevivirá en la actual España capitalista si obtiene beneficios. Lucía Etxebarria dice que un bar es un negocio que bien administrado da buenas ganancias. Pero las crónicas de los primeros días del bar “solo para rojos” parecen una metáfora de la “izquierda progresista” cotidiana.
Un bar que promete ser “solo para rojos”, suena a intolerancia (imagine que Abascal anuncie un bar solo para conservadores). Promete que será refugio para proletarios (con precios bien capitalistas), en un barrio de “obreros”, (donde solo hay turistas). Atendido por su propietario (solo para las fotos), con fotos de la comida robadas (que no haya respeto a la propiedad ajena no es sorpresa) y regentado por un poeta, un cantautor y un político (un profesional de la hostelería ¿por qué?) Con un agregado, según Etxebarria, en España, gracias a la legislación tributaria vigente, un bar es una excelente vía para lavar capitales. La escenografía será comunista pero la visión del negocio es bastante capitalista. Pida un mojito Fidel para pasar el mal trago.