Por Paz Mata | Ilustración: Luis Moreno
03/06/2018
Lleva medio siglo dedicado al cine y ya ha cumplido su sueño: convertirse en el Cecil B. DeMille de la ciencia ficción. Su nivel de popularidad es tal que se podría decir que es patrimonio de la humanidad. Ahora, a sus 71 años, muy lejos de pensar en retirarse de la profesión, Steven Spielberg sigue desafiándose a sí mismo y, de paso, entreteniendo y emocionando al público con su trabajo.
Mencionas su nombre y te aparecen docenas de imágenes: un tiburón, una nave espacial, un adorable extraterrestre, Indiana Jones en un pozo lleno de serpientes, soldados desembarcando en las playas de Normandía o dinosaurios aterrorizando a los visitantes de un parque temático. Todos éstos son arquetipos del cine de evasión y entretenimiento de Hollywood, una industria en la que él se coló cuando era un adolescente y de la que nunca salió.
En la segunda etapa de su carrera Steven Spielberg se liberó de las garras del cine comercial y decidió ir más allá, abordando temas de profundo calado humano como el holocausto, el comercio de esclavos, los derechos civiles, el terrorismo o la libertad de prensa.
El resultado de su variada y prolífica carrera como director y productor ha dejado más de 9.000 millones de euros en las taquillas de todo el mundo y le ha aportado un Oscar a la mejor película (La lista de Schlinder) y dos al mejor director (La lista de Schlinder y Salvad al soldado Ryan).
Todo ello cuando apenas alcanzaba los 50 y sin haberse graduado en la Universidad, cosa que hizo a petición de sus padres y sus hijos en el año 2002: “Sí, se lo prometí a mi hija cuando ella se graduó y a mi padre porque le defraudé mucho cuando abandoné los estudios universitarios para entrar a trabajar en los estudios Universal”, dice un Spielberg que hoy, en nuestro encuentro en Los Ángeles, vestido con chaqueta de tweed, chaleco, camisa y corbata, parece más un catedrático de universidad que un entusiasta cineasta.
Si su amor por la historia le transportó al pasado (Lincoln, Amistad), su pasión por la ciencia ficción le ha llevado a viajar al futuro en varias ocasiones. A principios de siglo nos habló de un futuro opresivo en Minority Report, ahora, antes de acabar la segunda década de esta centuria, el cineasta nos ha acercado a un futuro distópico en el que a la gente le gusta evadirse pasando la mayor parte del tiempo en una realidad virtual en Ready Player One, film que se estrenó a finales de marzo y que hasta el momento, ha ingresado más de 400 millones de euros.
A Spielberg, sin embargo, le gusta evadirse buscando proyectos con los que saciar su apetito de afrontar nuevos desafíos.
¿Se siente más cómodo dirigiendo después de 50 años detrás de la cámara?
No, porque sigo pasando muchos nervios. Me anticipo a lo desconocido y eso me causa mucha ansiedad. Es el tipo de ansiedad que sientes por no poder escribir tu vida de la misma forma que escribes tus películas.
¿Cómo vence sus miedos?
Escribiendo sobre ellos en mis películas e infectándole a los demás de mis miedos (ríe). Aunque le confieso que tampoco lo consigo del todo.
Según confesión propia, su última película –Ready One Player– le ha resultado muy difícil de llevar a cabo. ¿En qué sentido?
A nivel tecnológico hacer esta película fue como hacer un pastel de 16 pisos, muy complicado. Toda esa tecnología que usamos había que mezclarla y unirla de tal manera que el espectador no se diera cuenta de ella cuando está viendo la película.
¿A qué tecnología le tiene todavía respeto?
La programación de ordenadores. No tengo ni idea de cómo se hace eso y por lo tanto me da mucho respeto . Sé navegar por internet y acceder a mi correo electrónico, pero poco más. No manejo las redes sociales. Sin embargo los videojuegos siempre me han fascinado y divertido. Me lo pasaba en grande jugando con mis hijos.
La evolución del videojuego es la que nos ha traído hasta la realidad virtual, el tema del que trata su último film. ¿Hablando de miedos, no le da miedo adentrarse en ese mundo?
No necesariamente, pero me preocupa y también me fascina. Esa es la razón por la que decidí hacerla. Cuando leí el libro de Ernest Cline me emocioné mucho y pensé que era el momento justo de hacerla.
¿Por qué?
Porque veo que hoy en día la gente busca cada vez más escapar del mundo que les rodea y solo encuentra satisfacción en la realidad virtual. Eso es precisamente de lo que trata la película. Es una aventura que se lleva a cabo en dos lugares de forma simultánea: una competición entre el mundo real y el digital.
Usted fue uno de los primeros en hacer películas sobre robots y herramientas como Siri antes de que formaran parte de la consciencia colectiva. ¿Imaginó que esto iba a ocurrir algún día?
Sí, creo que toda la ciencia ficción no deja de ser historias con moraleja que al final se cumplen. Puede que no ocurran tan rápido como los cineastas o los escritores de ciencia ficción predicen, pero terminan por suceder. Ahí tiene, por ejemplo, la obra de George Orwell, 1984, que se cumplió incluso antes de esa fecha.
¿Cómo ve el mundo de hoy?
Lo veo como un mundo donde las reglas solo existen por conveniencia de algunas ideologías y muchas de estas son barbáricas. Yo nací después del Holocausto, pero en mis 71 años de vida no he visto este nivel de barbarismo. Como cualquier padre y cualquier ser humano consciente del mundo que le rodea veo cosas a las que jamás podré acostumbrarme y a mis hijos les pido que sea conscientes, que no es algo que uno pueda girar la cabeza e ignorarlo. No puedes ir a Snapchat y ver a alguien estornudando, a cámara lenta, durante tres segundos, para echarte unas risas. Tienes que ser consciente de las consecuencias de esos pequeños actos que parecen ser inocuos, pero que al final se convierten en algo que puede amenazar nuestra existencia.
Antes decía que no maneja las redes sociales. ¿Qué consejos da a sus hijos con respecto
a las redes sociales?
La mayoría de mis hijos ya no viven con nosotros, cada uno tiene su vida, pero cuando nos reunimos todos en casa tenemos una regla: dejar fuera nuestros aparatos móviles o cualquier otra distracción que pueda interrumpir nuestra conversación. El problema que tenemos hoy en día es que ya no existe la conversación directa, el mirarnos a los ojos cuando hablamos con otra persona. Creo que genéticamente vamos a cambiar y pronto los seres humanos tendremos todos escoliosis de cervicales. Nuestra postura habitual es con la cabeza doblada hacia abajo, parece que estamos siempre rezando. Llámeme carca pero desde luego no soy un fan de las redes sociales y eso lo saben todos los que me conocen. Animo a mis hijos a que busquen las fuentes de información fuera de Siri y vivan el mundo real y no el de un reality show.
¿Influye el clima político o la situación actual que vive el mundo en su decisión de hacer una película en particular, como fue el caso de The Post?
Nunca me he considerado un director protesta, pero creo que todos tenemos una responsabilidad a la hora de arreglar el mundo. El mundo siempre tiene algo que hay que reparar y algunas de mis películas han contribuido a crear esa consciencia de que hay que arreglar muchas cosas. En el caso de The Post sabía que teníamos en las manos una historia que podía ser muy importante en la conversación actual sobre la defensa de la libertad de prensa. Pero lo que me llamó más la atención de esa historia es que la protagonista era una mujer, Katherine Graham, la primera mujer a cargo de una gran corporación en una era en la que la mujer estaba totalmente marginada y ninguneada. En la película vemos como en las reuniones de consejeros los miembros de la mesa hablan y discuten entre ellos ignorando por completo a Katherine, que es la jefa y la editora del periódico. Katherine tuvo que pelear por tener la autoridad moral para tomar decisiones. Decisiones que cambiarían nuestra historia. El feminismo y la lucha por la libertad de prensa eran dos mensajes que me pillaron por sorpresa cuando leí el libro de Liz Hannah y que fueron los que me impulsaron a hacer la película. Eso cambió mi vida porque me di cuenta de lo importante que es tener acceso a la prensa, sobre todo para alguien como yo, que no usa las redes sociales, para poder comunicar una opinión con algo más de 175 caracteres.
¿Qué papel tiene la mujer en su entorno laboral?
Siempre he estado rodeado de mujeres en mi trabajo, mujeres que han sido una pieza clave en el desarrollo de mi labor. Empezando por Kathy Kennedy, que fue la jefa de Amblin, mi productora, siguiendo por Laurie MacDonald, que dirigió los estudios DreamWorks, y después de ella Stacy Snider. Ahora mismo estoy buscando una mujer para que sea la CEO de mi empresa. A mi me ha ocurrido lo opuesto, en reuniones de producción las mujeres se han olvidado de que yo estaba presente en la sala (ríe), he tenido que decir “eh, que yo soy el jefe, o por lo menos pretendo serlo” (ríe). Lo cierto es que siempre me he sentido muy cómodo trabajando con mujeres porque tuve una madre con una fuerte personalidad que fue muy influyente en mi vida. Fue la Katherine Graham de mi familia, una vez que encontró su voz, nunca más se olvidó que la tenía.
Cuenta la historia que Spielberg tenía cinco años cuando vio su primera película, El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. DeMille. Su padre, Arnold, le llevó a verla en un cine de su Cincinnati natal. “Fue amor a primera vista,” recuerda hoy el director; inmediatamente se convirtió en un fan del cine. Los Spielberg, por esa época, eran una familia peripatética. Vivieron en media docena de ciudades de los Estados Unidos, siguiendo a su padre, ingeniero informático, en la búsqueda de mejores oportunidades de trabajo.
Steven se vio obligado a cambiar de colegio con frecuencia lo cual dificultó sus relaciones personales y en más de una ocsión fue victima de insultos antisemitas. Su madre, Leah, era pianista y más tarde fue propietaria de un restaurante en Los Ángeles. Eventualmente sus padres se divorciaron y Steven tuvo que aprender a vivir sin la presencia de su padre, ése fue sin duda el momento más traumático de su juventud. Había solo un sitio en el que se sentía seguro y feliz: haciendo películas.
¿Cuándo fue la primera vez que sintió la llamada del cine?
Lo recuerdo muy bien. Estaba en casa, creo que tenía 15 años. Por entonces ya era un gran aficionado al cine. Iba a ver todas las películas que podía, en Phoenix (Arizona), donde vivía en esa época. Recuerdo que fue como un pequeño murmullo en mi mente. Nunca antes había sentido algo así. Tampoco sabía cómo desarrollar una idea. Pero agarré la máquina de escribir y me puse a escribir lo que me vino a la cabeza. Estuve toda la noche escribiendo, la primera vez que me pasé toda una noche en vela. Luego con el dinero que ganaba pintando de cal los troncos de los árboles de cítricos, para evitar que se quemen con las altas temperaturas del verano, compré película y me pasé todos los fines de semana del año filmando la historia que iba escribiendo durante la semana. Conté con la ayuda de chavales que estudiaban arte dramático en la Universidad de Arizona y a menudo de amigos míos del barrio y ésa fue mi primera película, que se tituló Firelight.
¿Qué sintió la primera vez que operó una cámara de cine?
Un absoluto control a la hora de crear una secuencia de eventos; el choque de trenes creado con dos trenes eléctricos Lionel, que pude repetir una y otra vez. Me di cuenta de que podía cambiar mi percepción de la vida a través de otro medio para que el resultado fuera mucho mejor para mí y, por consiguiente, ver si lo que estaba haciendo tenía algún efecto en los demás.
¿Es cierto que su carrera empezó en un tour de los estudios Universal?
No, lo que pasa es que yo estaba desesperado por ser director de cine y pensé que lo mejor para llegar a serlo era ver cómo trabajan los directores de cine, porque en esos días no existían los making of ni las visitas a rodajes, ni libros que hablaran de ello. Era todo un misterio. Pensé que lo mejor era entrar en un estudio de cine y ver cómo se rueda una película, la mejor manera era hacerlo a través del tour de los estudios Universal que era para turistas y se hacía en un autobús que recorría los estudios. Compré un billete y me pasé toda la mañana viendo donde filmaron las películas del Oeste, Espartaco y Psicosis y yo andaba fascinado de un lado a otro. Luego, en un descanso para ir al baño, me escaqueé del grupo y me escondí durante 20 minutos hasta que se fue el autobús. El resto del día lo pase merodeando libremente por todos los platós de rodaje de televisión porque los de cine no te dejaban entrar. Cuando acabó el día, como no tenía medio de volver a casa, me colé en una oficina de la biblioteca del estudio para llamar por teléfono a casa y decirles que me vinieran a buscar. El encargado me preguntó qué hacía allí y le dije la verdad, que hacía películas con mi cámara de 8 mm y quería ser director de cine. Chuck Silver, que era su nombre, me ayudó dándome un pase de tres días para que volviera a visitar los estudios y me dijo, “es todo lo que puedo hacer por ti, a partir de ahora, apáñatelas tú solo”… Y eso hice. Fui al estudio tres días seguidos enseñando mi pase y el cuarto, como ya me conocía el de la puerta, simplemente le saludé con la mano. Así estuve durante los dos meses y medio que duraron mis vacaciones de verano.
De la fantasía, la acción y la aventura ha pasado a hacer dramas de corte político o histórico. ¿Qué historias le atraen más en estos momentos?
Yo siento un gran respeto y aprecio por la historia del mundo y es precisamente en ella donde he encontrado muchas de las historias de mis películas. La historia es la que nos enseña quiénes somos y de dónde venimos y eso es lo que necesitan aprender las nuevas generaciones, la generación del “aquí y ahora”. Es importante conocer la evolución del ser humano y la historia de todos sus grandes logros, que son los que nos han traído las grandes ideas que tenemos ahora. Tanto si somos conscientes de ello o no, le debemos mucho a la historia y ésa es la razón por la que hice Amistad, La lista de Schlinder, Lincoln, Puente de espías y ahora The Post. Muchas de mis películas tienen que ver con lo que pasó que permitió que hoy en día sucedan las cosas que nos preocupan.
¿Qué otras historias o qué otros géneros le quedan por tocar?
Algo me ha estado rondando la cabeza desde hace tiempo: hacer un musical. Algo que todavía no he hecho. Un musical del tipo Un americano en París, Cantando bajo la lluvia o La, La, Land. Estoy estudiando la posibilidad de hacer un remake de West Side Story.
Dicen que es usted un hombre con dos almas: por un lado está su alma de artista y, por el otro, la del hombre de negocios que busca el éxito comercial de sus películas. ¿Está de acuerdo?
A estas alturas no necesito probar nada, ni a mí mismo ni a los demás. Con el éxito comercial que he tenido hasta la fecha podría vivir incluso cuatro vidas. La prueba de que nunca he buscado el éxito comercial está en que en su día rechacé dirigir Harry Potter y la piedra filosofal y Spiderman, dos películas que todos sabíamos que iban a ser un gran éxito. He hecho varios filmes de este tipo y, por lo tanto, no me suponían ningún desafío. Por otro lado, no estoy disputando ninguna competición contra nadie, lo único que deseo es contar historias que me interesen lo suficiente como para dedicarle dos años de mi vida, que es lo que tardo normalmente en hacer una película. Mi única preocupación es ganar el suficiente dinero como para cubrir todos los gastos y devolver a los inversores sus aportaciones. De esa manera puedo continuar haciendo cine.
¿Hay algo que le gustaría hacer en otro campo que no sea el cine, algo que sirva para ayudar a la sociedad?
No tengo ninguna ambición política. Creo que mis películas pueden decir mucho más de lo que yo mismo puedo transmitir dando un mitin. Pero sí me gusta tener voz como ciudadano y como persona que se preocupa por el mundo. Por ello colaboro con varias organizaciones, relacionadas con la educación, el medio ambiente, los derechos humanos, la pobreza, la salud y sobre todo el cuidado de la infancia.