Por Andrés Tovar
17/12/2016
Esta no es la historia. Esta es la historia que conduce a la historia.
Rogue One, la última película del universo Star Wars, sirve de puente entre los Episodios III y IV (el original de 1977), y entre la vida de Anakin y Luke Skywalker. A través de los ojos y aventuras de Jyn Erso, una testaruda joven empeñada en enfrentar al Imperio Galáctico, esta película cuenta cómo un grupo de espías rebeldes logró la captura de los planos para volar la Estrella de la Muerte, la letal arma destructora de planetas que la dictadura utiliza para sembrar el miedo sobre la galaxia (que Luke Skywalker en última instancia, destruye en el episodio IV).
Debido a todo esto, y tomando en cuenta su presupuesto ($200 millones) y que esta nueva empresa le fue encargada a Gareth Edwards, -el director de Godzilla– se podría haber esperado una película «resultona», con poca consideración por la trama o la profundidad de los caracteres. Pero esta película es sorprendentemente profunda, llena de tristeza y fatalismo, y ofrece una perspectiva única de los aspectos del universo Star Wars que las principales películas solo han rozado.
Rogue One es en esencia una película de guerra. De hecho, si hacemos un ejercicio de comparación, el mundo de Rogue One podría fácilmente ser recordar las operaciones de EEUU en Afganistán e Irak durante la última década y media. Hay pueblos de arena, religiosos extremistas, ley marcial y grupos insurgentes, cada uno con diferentes grados de extremismo y fanatismo religioso, a pesar de que ahora están dirigidos por militantes en lugar de sacerdotes. La película evoca la sensación de desesperanza que se siente vivir bajo una ocupación.
Sin dar mucha distancia, hay reminiscencias de las anteriores películas (afortunadamente, Jar Jar Binks no hace acto de presencia). Pero, al adentrarse en la trama, rápidamente se puede caer en cuenta que se está presenciando un mundo diferente, un mundo de ocupación y la dictadura, más desgarrador que gran parte de lo que hemos visto en los productos Lucasfilm hasta el momento.
Al igual que muchas películas de guerra, Rogue One se desarrolla violentamente, y hay poco tiempo para la soledad que vimos en Anakin, Luke, o El despertar de la fuerza. En lugar de ello, la película explora la tristeza y el horror de la guerra, las pérdidas por lo general no contadas que se siembran en los cimientos de cada victoria. No abandona el tradicional formato de acción propio de Star Wars, pero el acto final de la película se caracteriza por algo que pocas películas de acción o de ciencia ficción tienen: Nos muestra que los buenos, los que hacen posible la gloria, no siempre tienen un final feliz.
Rogue One es una historia digna en sí misma y si bien en las películas anteriores la médula estaba en los personajes, en esta la médula es la historia. Tampoco podemos decir que es perfecta, (ninguna de la saga lo ha sido, que me perdonen los fanáticos de culto), pero cumple su propósito de establecer un universo más allá de las películas principales, sin abaratar la marca querida de la franquicia.
Además de tener esa función conectora en la saga, Rogue One es también una muestra de la sagacidad de Disney para hacer dinero. Luego de su compra de Lucasfilm en el año 2013 por $ 4 mil millones, la firma del reino mágico ha dejado claras sus intenciones de convertir la ya histórica saga de Star Wars en un universo de historias entrelazadas, videojuegos, juguetes, mercancía, y cualquier otra cosa que nos puedan vender. Ya se especula que probablemente tras Rogue One vengan nuevos episodios.
Por lo que suena entonces, parece que queda mucha guerra en la galaxia.