La eutanasia, la muerte asistida y la muerte digna están en el epicentro de un gran debate ético y legal en nuestros días. Implican una elección consciente hacia el final de la vida, buscando preservar la dignidad personal cuando la calidad de vida se ve irreversiblemente afectada. La sociedad moderna pareciera dar un giro a su favor.
La muerte es un fenómeno inevitable, es una constante en la vida humana. El ser humano es consciente de su mortalidad. La sociedad tiende a evitar el tema de la muerte, tratándola como un enemigo a vencer. Pero la realidad es que la muerte es una certeza universal. Así como el nacimiento, marca los límites de la existencia humana, y la desaparición de la persona. Define el último acto de la vida.
Aunque se le considera un término moderno, la eutanasia tiene raíces históricas en la búsqueda de una muerte voluntaria por aquellos que no ven posibilidad de una vida digna. En tiempos antiguos, enfrentar la muerte sin miedo y buscarla como escape de sufrimientos insoportables o de situaciones que comprometían gravemente la calidad de vida era considerado un acto de valentía.
Debatido desde la antigüedad
A lo largo de la historia, la humanidad ha buscado regular la muerte voluntaria, reflejando las concepciones de cada era, ya sean religiosas, filosóficas o científicas. La eutanasia, que etimológicamente significa “buena muerte”, ha evolucionado en su definición a lo largo del tiempo, desde una “muerte rápida y sin dolor” hasta una “muerte tranquila y natural”.
En culturas antiguas, la eutanasia y el suicidio altruista eran prácticas comunes, especialmente entre ancianos enfermos, viudas, y seguidores leales. Tanto en Grecia como en Roma, la eutanasia tenía tantos defensores como detractores. Platón, por ejemplo, en “La República” sugiere que la sociedad debería permitir morir a aquellos que no están sanos. Hipócrates, por otro lado, se opuso a la eutanasia, enfatizando la santidad de la vida y el bienestar del paciente. Lo que llevó al famoso Juramento Hipocrático, que busca proteger al paciente vulnerable.
Filósofos como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio contemplaron la eutanasia como una cuestión de libertad personal y racionalidad. Séneca defendía la libertad individual para decidir sobre la propia vida, Epicteto veía la muerte como una afirmación de libertad, y Marco Aurelio consideraba la capacidad de decidir cuándo partir de este mundo como una de las funciones más nobles de la razón.
Cristianismo primitivo lo permitía
Aunque la Iglesia Católica y los sectores conservadores del cristianismo son los principales detractores de la legalización de la eutanasia, históricamente no siempre fue así. En los primeros siglos del cristianismo, el suicidio no era condenado y en ciertos casos era visto como actos de martirio o heroísmo. Con el paso del tiempo, para evitar suicidios masivos de creyentes que buscaban el martirio como vía para acceder al Paraíso, la Iglesia comenzó a condenar estas prácticas. San Agustín fue una figura clave en este cambio. Equiparó el suicidio con el homicidio y rechazó cualquier excepción, incluso en caso de gran sufrimiento.
En la Edad Media, la Iglesia Católica mantuvo una postura firme contra el suicidio y, por extensión, la eutanasia. Se consideraba un atentado contra el amor propio, la sociedad y el derecho divino sobre la vida. Las consecuencias eran severas. Incluyendo la confiscación de bienes y la negación de ritos funerarios apropiados.
El Renacimiento trajo consigo un cambio de mentalidad y una nueva relación con la idea de la eutanasia, asociándola con un “buen morir” desde un punto de vista físico. Tomas Moro, en su obra “Utopía”, refleja esta transición al sugerir que, en casos de sufrimiento extremo, podría ser recomendable terminar con la vida de una persona. Siempre con el consentimiento del enfermo y la aprobación de las autoridades y sacerdotes para evitar abusos.
Posición del cristianismo actual
Francis Bacon, en el siglo XVII, introdujo la concepción moderna de la eutanasia, enfocándola en la acción del médico para aliviar el sufrimiento del enfermo, incluso si eso significaba acelerar la muerte. David Hume, más adelante, argumentó que, si solo el Todopoderoso tiene dominio sobre la vida humana, entonces sería tan criminal actuar para preservar la vida como para destruirla.
Los utilitaristas, como Jeremy Bentham, argumentaron que una acción es moralmente buena si produce más beneficios que perjuicios. En el contexto de la eutanasia, defendían que ayudar a una persona a morir dignamente podría ser más beneficioso y generar mayor felicidad que prolongar el sufrimiento.
Aunque inicialmente no había una condena explícita de la eutanasia en el cristianismo con el tiempo desarrolló una doctrina que ve la vida como un don divino y el suicidio, (por extensión la eutanasia), como un acto inmoral. Un principio doctrinario que, por cierto, comparten el Islam y el Judaísmo.
Cambios con la revolución francesa
En el mundo occidental la Revolución Francesa marcó un hito al despenalizar el suicidio, sentando las bases de la legislación penal contemporánea que, en su mayoría, no castiga este acto. Bajo la influencia del darwinismo social en el siglo XIX la eugenesia, con sus raíces en la antigua Grecia, cobró impulso. Este movimiento buscaba la mejora genética de la humanidad, confiando en la ciencia como guía.
Con el advenimiento de la genética moderna a principios del siglo XX, la eugenesia se dividió en dos ramas: una positiva, que promovía el desarrollo de individuos genéticamente “aptos”, y otra negativa, que abogaba por excluir a los “ineptos”. Este concepto ganó fuerza en países como Inglaterra, Estados Unidos y Alemania, asociándose a menudo con ideales de supremacía blanca.
Estigmatización nazi
En 1920, Karl Binding y Alfred Hoche introdujeron el término “eutanasia” para sugerir la eliminación de personas consideradas social y económicamente inútiles, como los discapacitados mentales. Los Nazis a apropiaron de esta visión y le dieron el peor uso posible. Desde su ascenso al poder en 1933, los nazis promovieron la idea de una “raza superior” alemana, marginando a judíos, gitanos, discapacitados y ciertos grupos eslavos como seres “inferiores” y, por tanto, indignos de vida.
El llamado Programa de Eutanasia, dirigido por Adolf Hitler, resultó en la muerte de más de 200.000 personas con discapacidades. En este contexto, la “eutanasia” se tergiversó para justificar el exterminio de aquellos considerados portadores de una “vida indigna de vivir”. La operación secreta, conocida como Aktion T4, comenzó con infantes y se expandió rápidamente para incluir a adultos con discapacidades. Los seleccionados eran engañados para ser sometidos a “evaluaciones físicas” y “duchas desinfectantes”. Solo para ser asesinados en cámaras de gas.
A pesar de que las protestas del clero en 1941 llevaron a la suspensión oficial del programa, las ejecuciones continuaron en secreto. Cambiando las cámaras de gas por inyecciones letales y sobredosis de medicamentos. El programa persistió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, ampliando su alcance al incluir ancianos, víctimas de bombardeos y mano de obra esclava extranjera. Los juicios de Nuremberg estimaron que el número total de víctimas ascendió a 275.000 personas. Tras la guerra, la eutanasia se convirtió en un tema tabú, debido al estigma que le dejó su uso por parte del nazismo.
Cambio
Desde el siglo XX, la discusión sobre la eutanasia ha ganado impulso, especialmente en contextos médicos y éticos y en sociedades cada vez más laicas. Países como los Países Bajos y Bélgica legalizaron la eutanasia y el suicidio asistido. Otros mantienen posturas más conservadoras. La evolución de la eutanasia en la sociedad moderna refleja cambios en las actitudes sociales, médicas y éticas hacia el final de la vida y el derecho de los individuos a controlar su destino final.
En una era marcada por los avances tecnológicos, la muerte ha trascendido su definición biológica para convertirse en un proceso multifacético. Ante el que la ciencia ofrece opciones inéditas al paciente. La muerte ya no es solo un cambio de estado, sino una compleja transición influida por la voluntad del individuo. La autonomía del paciente le permite decidir sobre su vida y, por ende, su muerte.
No obstante, la eutanasia sigue siendo un tema polarizante. Es percibida por algunos como una respuesta lógica al temor, la ansiedad y el sufrimiento que puede conllevar la muerte. Para otros, el final de la vida humana es un evento profundamente sagrado. Incluso cuando un equipo médico decide cesar tratamientos extraordinarios, pocos se atreven a llevarlo a cabo, enfrentándose a dilemas éticos.
Hoy día, se expande la tendencia a desafiar las antiguas nociones de que la vida debe prolongarse según la voluntad divina o la resistencia natural. La idea de que la muerte debe ser determinada por la voluntad y la dignidad del paciente cobra adeptos. En buena medida este cambio se debe al rostro humano que unos casos críticos difundidos a través de los medios de comunicación le pusieron al drama ético, jurídico y religioso.
Casos que conmovieron a Europa
Países Bajos: Truus Postma (1973): La acción de esta médico rural, que ayudó a su madre terminal a morir, desafió las leyes neerlandesas y abrió un debate nacional sobre la muerte asistida. El caso de Postma y la legalización de la eutanasia en 2002 reflejaron un cambio significativo en la opinión pública, con un respaldo del 87% de la población al cumplir 20 años de la ley. Los Países Bajos tienen una de las leyes más abiertas del mundo. Reconoce el sufrimiento en casos de demencia y causas psiquiátricas, además de enfermedades físicas como el cáncer terminal.
Francia: Nathalie Gueirard Debernardi: La lucha por una muerte digna para su marido con ELA destacó la necesidad de opciones de muerte asistida en Francia. Según una encuesta de 2018, el 89% de la población francesa apoya la legalización de la eutanasia. Hay propuestas legislativas en curso para despenalizar y regular la eutanasia.
España: Ramón Sampedro (1998): Su batalla por el derecho a una muerte digna, tras un accidente que lo dejó tetrapléjico, inspiró un movimiento que llevó a la legalización de la eutanasia en 2021. La historia de Sampedro y la película “Mar adentro” influyeron significativamente en la opinión pública. Las encuestas mostraron que el 87% de los españoles apoyaban el derecho a la muerte médicamente asistida para personas con enfermedades incurables. La muerte asistida en España se reconoce como un derecho constitucional, diferenciándose de otros países en los cuales la legislación se centra en proteger a los médicos. La ley española permite la eutanasia sin distinguir entre enfermedades físicas o mentales, siempre que cumpla ciertas condiciones.
Tres conceptos clave
La eutanasia, el suicidio asistido, y la muerte digna son términos relacionados con decisiones médicas extremas que implican la finalización anticipada de la vida de una persona. Difieren en quién realiza la acción y en el contexto de su implementación. Representan diferentes formas de manejar el final de la vida. La distinción entre ellos es crucial para entender las opciones disponibles y las implicaciones éticas y legales de cada método.
Eutanasia: Es cuando un profesional de la salud, (como un médico), administra un medicamento o procedimiento con el propósito intencional de provocar la muerte de un paciente. Ocurre a petición del paciente, quien debe estar claramente consciente y haber dado su consentimiento informado. La realiza directamente el médico, sin necesidad de que el paciente tome ninguna acción activa para su propio suicidio.
Suicidio asistido: El paciente administra él mismo un medicamento o sustancia con el objetivo de provocar su propia muerte. Suele requerir la supervisión médica durante su ejecución. Asegurando que el paciente esté en un estado mental adecuado y que el proceso sea seguro. En el suicidio asistido es la persona misma quien toma la decisión final y actúa para provocar su propia muerte.
Muerte digna: Es un término más amplio que puede referirse a cualquier procedimiento o decisión que busca aliviar el sufrimiento físico o emocional de una persona en etapas avanzadas de enfermedad. Incluye la eutanasia y el suicidio asistido. Enfatiza el derecho de una persona a evitar un sufrimiento innecesario y a tener control sobre su destino final. No especifica quién debe realizar la acción para lograrlo.
Lentamente se levanta el veto
Hasta la fecha, solo nueve países han cruzado el umbral hacia su legalización, cada uno con sus propias normativas y definiciones. Los Países Bajos y Bélgica lideraron el camino en 2002. Seguidos por Luxemburgo, Colombia, Canadá, España, Nueva Zelanda, Portugal y recientemente Ecuador. En Australia, la eutanasia navega a través de las legislaciones estatales, con una historia que se remonta al Territorio del Norte entre 1995 y 1997.
La eutanasia, definida en los Países Bajos como la terminación de la vida por un médico a petición del paciente, contrasta con la visión más amplia de Bélgica, que incluye la posibilidad de eutanasia pasiva. Colombia y Canadá enfatizan el consentimiento informado y el sufrimiento intolerable como criterios clave.
Mientras que España y Nueva Zelanda establecen procesos rigurosos de evaluación médica y psicológica. Sin embargo, la resistencia persiste. Países como Bolivia, Brasil, Bulgaria, Chipre, Costa Rica, Croacia y Cuba mantienen prohibiciones firmes. Reflejan valores éticos y legales arraigados contra cualquier forma de intervención médica destinada a acelerar la muerte.
Las discusiones internacionales sobre la eutanasia se centran en cómo la legalización en algunos países podría influir en otros. Las experiencias de naciones como Bélgica, Colombia, Holanda y Luxemburgo ofrecen marcos legales que sirven de referencia para aquellos que consideran su legalización. La aceptación creciente en Europa, marcada por cambios legislativos en España y Portugal, demuestra un cambio cultural incluso en regiones con fuertes tradiciones religiosas.
Canadá, con su enfoque en la “asistencia médica para morir”, muestra cómo se pueden manejar los procedimientos para garantizar prácticas seguras y consensuadas. La legalización de la eutanasia es un mosaico de políticas y percepciones. Un reflejo de la diversidad cultural y legal que define nuestra humanidad en su búsqueda por comprender el final de la vida.
Casos polémicos que presionan a un cambio
Irlanda: Marie Fleming (2013): Su batalla legal por el derecho a una muerte digna captó la atención de toda Irlanda. Aunque no ganó, su valentía fue alabada por el Tribunal Supremo. En 2023 una comisión parlamentaria recomendó legalizar la muerte asistida para enfermedades terminales. Refleja un cambio en la opinión pública hacia la autonomía individual en decisiones de fin de vida.
Reino Unido: Esther Rantzen (2022): Su deseo de optar por una muerte asistida debido a un cáncer terminal impulsó el debate nacional. Hay un creciente apoyo público y político para la legalización. Se observa un impulso hacia el cambio legislativo, con Escocia y las dependencias de la Corona moviéndose hacia la legalización.
Estados Unidos: Terri Schiavo (1990-2005): Su caso provocó un debate nacional sobre la eutanasia y los derechos civiles. La decisión judicial de permitir su muerte por inanición fue un hito en la discusión sobre la muerte asistida.
Italia: Piergiorgio Welby (2006): Su solicitud de desconexión del soporte vital y la negativa de la justicia italiana subrayaron la necesidad de abordar el vacío legal en torno a la muerte asistida.
Diferencias legales
Existen diferencias significativas en las leyes de eutanasia entre los países que la han legalizado. Especialmente en cuanto a la interpretación de la definición de eutanasia, los criterios de elegibilidad, y los procesos de consentimiento y supervisión médica.
Por ejemplo, en los Países Bajos se define la eutanasia como la administración de un medicamento por un médico para terminar rápidamente la vida de un paciente a petición de este, sin que el paciente tenga que tomar ninguna acción activa. En Bélgica como en los Países Bajos se permite la eutanasia y el suicidio asistido. Pero también incluye la posibilidad de eutanasia pasiva. Cuando el médico deja de proporcionar soporte vital, permitiendo que el paciente muera naturalmente.
En el caso de los criterios de elegibilidad en Colombia se requiere que el paciente esté en un estado de salud irreversible y que el sufrimiento sea intolerable. Además de que el paciente haya solicitado repetidamente la eutanasia. Mientras que Canadá permite la eutanasia y el suicidio asistido para adultos capaces de dar consentimiento informado. Independientemente de su estado de salud. Siempre que el paciente esté experimentando un sufrimiento físico o psicológico severo.
Sobre los procesos de consentimiento y supervisión Médica, España establece un proceso riguroso de evaluación médica y psicológica antes de permitir la eutanasia o el suicidio asistido. Para asegurarse que el paciente comprenda cabalmente las consecuencias y que su solicitud sea libre y voluntaria. Nueva Zelanda requiere que el paciente sea diagnosticado con una enfermedad terminal. Que el beneficio potencial de la eutanasia supere los riesgos. Y además que el paciente haya solicitado repetidamente la eutanasia.
Debate sigue abierto
En el debate sobre la eutanasia, los argumentos se extienden desde la ética hasta la ley, con la vida humana en el centro. Por un lado, la protección de la vida se erige como un valor supremo, inviolable bajo cualquier circunstancia, y la eutanasia se enfrenta a críticas por el riesgo de muertes no consentidas, como lo reveló el Informe Remmelink en Holanda. Los médicos se encuentran en una encrucijada ética, en la cual la eutanasia choca con el principio fundamental de no hacer daño.
La autonomía personal entra en conflicto con la obligación del Estado de proteger la vida. La legalización de la eutanasia podría alterar la dinámica social y política. Favoreciendo leyes que podrían priorizar deseos individuales sobre la protección colectiva de la vida. Para complicar más el panorama, la Organización Mundial de la Salud clasifica la eutanasia como un acto de homicidio.
Los defensores de la eutanasia argumentan que ofrece alivio a aquellos que sufren de manera insoportable, actuando como una extensión de los cuidados paliativos. Se ve como un acto de compasión que respeta la autodeterminación del paciente. Permitiéndole una muerte digna y controlada. Además, contribuye a optimizar los recursos sanitarios, liberando tratamientos para aquellos con mayores posibilidades de recuperación.
Paradojas de nuestros días
En el mundo existen oficialmente 193 países reconocidos por la ONU (algunos organismos elevan la cifra a 230). Solo 9 han legalizado la eutanasia. En cambio, la pena de muerte es legal en 55 países. En los Estados Unidos la pena de muerte está vigente en 27 estados, pero la eutanasia es ilegal. Apenas 10 estados y el Distrito Columbia han autorizado el suicidio asistido.
Irán, solo en 2023, ejecutó a 853 personas, lo cual representa la cifra más alta en ocho años. La eutanasia es generalmente considerada un delito. Pero existen leyes contradictorias que, en algunos casos, pueden autorizar el suicidio asistido. Lo que se debe a la coexistencia de leyes islámicas y tradiciones iraníes.
En la mayoría de los países de mayoría islámica existe la pena de muerte. Pero la discusión sobre la eutanasia en contextos islámicos se centra más en las interpretaciones teológicas y éticas sobre la inviolabilidad de la vida humana, lo que generalmente lleva a una postura conservadora hacia la eutanasia.
Otro caso paradójico es el de China. Sus leyes prohíben la eutanasia y el suicidio asistido. Cualquier intento de ayudar a alguien a morir de esta manera puede ser considerado un delito. Pero la pena de muerte es legal. Se estima que desde 2007 cada año se ejecutan unas 8.000 personas en este país.
Un largo camino
Por increíble que suene en el mundo actual es más fácil condenar a muerte a una persona sana que conseguir la autorización para aplicar eutanasia a un paciente con una enfermedad incurable. La influencia del principio de la sacralidad de la vida de las tres grandes religiones monoteístas, el juramento hipocrático y el mal recuerdo del abuso de la eugenesia por el nazismo, han creado barreras morales y éticas que sigue frenando su aceptación.
La eutanasia se presenta como una herramienta de cuidado al final de la vida, que debe ser manejada con responsabilidad, en un marco legal sólido que asegure el consentimiento informado, evaluación médica adecuada, y respeto a la dignidad y derechos humanos del paciente. Que el debate continúe, refleja la complejidad que hay entre equilibrar la compasión y la protección de la vida en nuestra sociedad. Pese a las severas legislaciones que existen, en la mayoría de los países del mundo hay una progresiva aceptación de la eutanasia pasiva (eliminación del soporte vital o rechazo a la extensión de la vida por medios artificiales) lo cual puede ser un primer paso.
Es evidente que cualquier cambio en la legislación o las prácticas relacionadas con la muerte asistida se dará en el marco de una comprensión profunda de las tradiciones culturales y religiosas de cada país, así como de los derechos y deseos de los individuos. Como hemos visto cuando hay un rostro humano, las sociedades parecieran tornarse más empáticas y receptivas a acelerar esos cambios.