Por Juan Emilio Ballesteros
11/06/2017
El estudiante malagueño Manuel Calvo Ariza, que cursa 1º de Bachillerato en el colegio Los Olivos, salió el 26 de marzo desde la capital de la Costa del Sol para conquistar el país de las sombras largas, como lo describe el escritor suizo Hans Ruesch en una novela que sirvió de base argumental para la película Los dientes del diablo (1960), la aclamada producción del afamado director Nicholas Ray en la que Anthony Quinn encarna a Inuk, el inuit que se enfrenta al colonizador extranjero mientras contempla con amargura cómo se derrumba el mundo que le rodea ante el avance imparable de la civilización y el progreso.
El mismo propósito que guio los pasos del explorador polar más joven de la historia de España, una hazaña cuyo objetivo principal es analizar los efectos del cambio climático en este entorno natural y, sobre todo, realizar un censo de la raza autóctona de perros groenlandeses, cuya drástica disminución de ejemplares ha hecho saltar todas las alarmas.
“Ha sido un viaje del que he aprendido mucho y que me servirá para valorar todo lo que aquí tenemos y que hasta ahora no le daba importancia. Ha sido una experiencia fascinante”, comenta Manuel Calvo Ariza, todavía abrumado por el sabor agridulce de dos sentimientos enfrentados: la impotencia ante la fragilidad de un ecosistema que sucumbe ante el calentamiento global y la satisfacción de un esfuerzo recompensado por la belleza salvaje y única de un paisaje amenazado.
“Allí aprendí que el frío duele más allá de la razón, pero que pesa más en el ánimo la destrucción del ecosistema cuando se constata que el glaciar avistado hace un año en Kurusú ha retrocedido un kilómetro. Uno puede sobreponerse al frío y las penalidades, pero nunca olvidará la amarga certeza de que en Illulisat, el Eisfiord, en la bahía de Disko, el mayor glaciar del hemisferio norte, que lanza al mar 35 Km3 de icebergs al mar cada año, puede que no exista la próxima vez que se visite”. También afecta a la fauna. Al subir la temperatura media, las orcas bajan del norte y atacan a los narvales. Es una triste realidad.
Han sido 22 días de expedición por el norte de Groenlandia, soportando temperaturas de 32 grados bajo cero en un trayecto de 400 kilómetros que ha atravesado las localidades de Qaanaaq, Bowdoin Fiord, Humboldt Glaciar, Josephine Peary Island, Qeqertat, Savissiavik, Kangeq, Qeqertarssuaq, Neqe y Siorapaluk. De los cuatro pueblos habitados que han visitado los exploradores, se ha confirmado que en esta zona viven más perros que personas. En un medio tan inhóspito, perros y humanos se ayudan mutuamente para vivir en una relación simbiótica para superar las condiciones climatológicas tan adversas.
Una de las características de esta población canina es la homogeneidad morfológica de la raza con respecto a la costa este y sur de Groenlandia. Lamentablemente, los inuit cada día necesitan menos a sus perros. Ya no tienen cabida en sus vidas. En un área donde habitan 1.210 personas, se han censado 1.420 perros, una tasa que corresponde a 1,17 perros por habitante. El tímido sol de medianoche amaga con extender su negra sombra por todo el territorio.