Por María Jesús Hernández | Fotos: Lino Escurís
Más de una década en ‘la edad del pavo’. No son conjeturas, lo dicen los expertos: la infancia se acorta y la fecha de caducidad de la adolescencia se extiende hasta los 25 años. Las fronteras entre las distintas etapas de la vida se difuminan y pocos son capaces de fijar el inicio de la madurez. Un conglomerado de cambios biológicos y sociales que ha situado a padres e hijos ante un nuevo paradigma marcado por cifras escalofriantes: un 21,9% de los menores abandona prematuramente los estudios, un 23% sufre acoso escolar y un 13% son violentos con sus padres. A lo que hay que sumar el repunte del machismo y el aumento de la violencia de género a estas edades (hay más de 550 adolescentes, de entre 14 y 17 años, víctimas de esta lacra que se encuentran bajo vigilancia policial). Pero, ¿cómo se ha llegado hasta este punto? Y lo más importante: ¿cómo se debe afrontar la adolescencia del siglo XXI?
Comencemos por los cambios biológicos: la pubertad se ha adelantado seis años desde 1860. Lo revela un estudio publicado por la revista Pediatrics, que concluye que la media de inicio del desarrollo en niñas ha pasado de los 16,6 años en el siglo XIX a los 10,5 en 2010. En el caso de los niños, la tendencia es la misma: según una investigación de la Academia Americana de Pediatría (AAP) publicada en 2013, la edad media de comienzo de la pubertad masculina en niños de raza blanca es de 10,4 años; mientras que en los de raza negra se adelanta hasta los 9,4.
Los expertos no tienen claras las causas, aunque las teorías no faltan. Van desde la dieta, el aumento de la obesidad y la inactividad, hasta los agentes químicos ambientales y en los alimentos, algo que podría interferir en la producción de hormonas.
En el otro extremo, los 25 años. Según la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia se ha extendido hasta esa edad. En este punto, a la actividad hormonal, que va mucho más allá de los 20 años, hay que sumarle los datos que arroja la neurociencia. El cerebro no está totalmente maduro hasta superar los 30 años, lo revela un estudio del Instituto de Neurociencia Cognitiva de Londres. Esta investigación sugiere que la zona del córtex prefrontal, que representa un papel clave en el comportamiento social, la empatía y la toma de decisiones, es la que tiene un desarrollo más prolongado.
El otro factor clave en esta evolución lo juega el entorno. “Tanto a nivel individual, como familiar y social, las relaciones han cambiado mucho en las últimas décadas. Hemos pasado de un sistema completamente autoritario a una democracia mal entendida a la hora de educar. Existe una ausencia casi total de autoridad”, explica la psicóloga y educadora María José Ridaura, directora del Centro del CM El Cabanyal .
Hay que recordar que estamos ante una etapa complicada a nivel individual. Un ciclo de construcción y destrucción, de desarrollo y descubrimientos, de confusión e irritación. Un periodo de independencia, de búsqueda de identidad, siempre temido por los padres, que la sociedad de consumo, los nuevos modelos educativos, los avances tecnológicos y la crisis económica han complicado aún más.
“Ahora parece que los niños se tienen que desarrollar en libertad, sin ningún tipo de límites ni disciplina para que no estén traumatizados. Estas circunstancias unidas al ‘tanto tienes, tanto vales’, que parece haberse instaurado, y al hedonismo de la sociedad en general y de los jóvenes en particular, no facilita las cosas. Los adolescentes quieren satisfacer sus deseos de manera inmediata y esto hace que sólo se piense a corto plazo, que no se evalúen las consecuencias y que se merme la capacidad de empatía”, analiza Ridaura.
LA IMPORTANCIA DE DECIR ‘NO’
En el ámbito familiar nos encontramos con modelos educativos muy permisivos entre padres e hijos. “Hay un exceso del ‘sí’, y un déficit del ‘no’, basado en ‘que no les falte lo que no tuve yo, entre otras cosas”. También inciden en la sobreprotección. “Los padres evitan que los niños se enfrenten a los problemas. Intentan resolverlos ellos. De ahí que se desarrollen personalidades con muy poca tolerancia hacia la frustración y con escasa capacidad para resolver conflictos o gestionar situaciones complicadas”, continúa.
No obstante, llegados a la adolescencia, los progenitores también deben tener en cuenta eso mismo, que son adolescentes. A Javier Urra, psicólogo y exdefensor del menor, le llama la atención que los progenitores se sorprendan cuando no entienden a su hijo. “Pero es que no lo van a entender jamás. El adolescente no se entiende a sí mismo, ¿cómo lo van a entender los demás? Los padres quieren hablar mucho con él, pero es que el hijo no quiere hablar. No lo necesita. Hay un momento en el que el adolescente tiene que chocar con el padre. Y éste tiene que decir ‘no’. Porque el padre es una pared, que, como la hiedra, le sirve al hijo para apoyarse y crecer. Y eso hoy no se quiere aceptar”.
Ante esta situación, los expertos consultados recomiendan poner el foco en la prevención y en dotar a los padres de estrategias y herramientas. Además de conocer los diferentes periodos evolutivos de los niños y qué aprenden en cada uno de ellos, apuntan a una mezcla de afecto incondicional, una comunicación adecuada, un refuerzo positivo (felicitarle cuando hace algo bien, decirle lo que le gusta de él) y, por supuesto, una disciplina.
“Tener habilidades a la hora de educar es enseñarle a gestionar los problemas, intentar que se ponga en la piel de los demás a través del modelado (no pueden pretender que no les griten si ellos gritan a sus abuelos), educarle en valores, fijar una norma y que se cumpla, y si no se cumple poner una sanción…”, manifiesta Ridaura.
Los padres también tienen algo que decir en que este periodo se haya extendido tanto. Muchos expertos apuntan a que los progenitores contribuyen a demorar la llegada de la madurez de los jóvenes porque les han infantilizado. “Se les da todo hecho y hay una sobreprotección excesiva. Les meten en una burbuja y eso no ayuda a conseguir una autonomía”, explica Urra. En este retraso de la madurez, la crisis actual también tiene un papel importante. Los jóvenes no consiguen un trabajo y siguen viviendo con sus padres (y, en muchos casos, de sus padres) incluso más allá de los 30. En España la edad media a la que los hijos se van de casa es de 28,9 años.
AL INSTITUTO CON 12 AÑOS
La educación es clave para el desarrollo del niño y los cambios sociales que sufre a nivel familiar también existen en las aulas. Christopher Clouder, presidente de la Federación de Escuelas Waldorf y director de la Plataforma para la Innovación en Educación de la Fundación Botín, lo tiene claro: “Es un hecho que la adolescencia se ha adelantado y la educación no se ha adaptado a este proceso, sigue estancada”.
En España, la implantación de la ESO en la década de los 90 arrastra consecuencias. “No es lo mismo que un alumno entre en el instituto con 14 años que con 12. No es lo mismo. Entre otras cuestiones, porque es otra madurez. Se ha notado un cambio enorme desde la implantación de la ESO”, explica Eduardo Montagut, profesor de instituto de Geografía e Historia.
Hay que ser conscientes de que los chicos salen de su colegio donde tienen dos o tres profesores: su tutor, el profesor de educación física y el de inglés; donde gozan de un trato personalizado. Y cuando llegan al instituto se encuentran con ocho o nueve profesores, un horario distinto y unas libertades que no existen en la escuela. “No es lo mismo vivir esas libertades con 12 años que con 14”, analiza Montagut.
Aunque físicamente sí se están desarrollando, este profesor hace hincapié en que desde el punto de vista intelectual, educativo y pedagógico son muy inmaduros. “Yo noto las dificultades que tienen los alumnos de la ESO. El estudio diario, los deberes, el ritmo del colegio: el sistema es muy distinto al del instituto. Hay que trabajar más en la coordinación entre los colegios y los institutos para evitar los problemas que genera este salto”.
En la misma línea se manifiesta la psicóloga María José Ridaura. “No ha sido buena idea meter a los niños tan pronto en el instituto. La forma más genuina de aprendizaje es el modelado. Es aprender por modelos, observas lo que hace alguien, ves que consigue sus objetivos y tú lo imitas. Cuando juntamos a niños de 12 años con chavales de hasta 18, los pequeños tratarán de imitar a los mayores. Y lo que desean chavales de 15, 16, 17… cómo viven esos chicos, cómo se mueven en grupo o en la calle, es muy diferente a cómo viven los de 12”.
Los datos hablan por sí solos: la edad media a la que se tiene relaciones sexuales por primera vez ha bajado hasta los 15 años y los datos del Plan Nacional sobre Drogas apuntan a los 13 años como la edad media de inicio de consumo de alcohol y a un incremento del mismo entre menores.
Los profesores también están detectando el repunte de problemas que creían desterrados. “Han vuelto los prejuicios en contra de la igualdad, ha vuelto el machismo y hay que trabajar mucho el tema de la homofobia y del acoso. Estamos en una sociedad muy violenta y no sólo es causa de los videojuegos. Hay una violencia tremenda en nuestra vida… en la política, en el telediario. Los chicos lo ven en Twitter, en Facebook, perciben una tensión constante…”, describe Montagut.
Preocupa especialmente el tema del machismo y la violencia de género. En España cada año más de mil adolescentes presentan ante la policía denuncias por haber sido maltratadas por sus novios o exnovios. Tres denuncias al día. “Hay que trabajar mucho los valores de igualdad y respeto tanto en casa como en el colegio”, insiste Montagut.
Y en medio de este polvorín, un profesor mucho menos valorado y respetado tanto por los padres como por los hijos. Los cambios sociales a nivel familiar también existen en las aulas. Montagut no tiene dudas: “El trato ha cambiado mucho a lo largo de los años y es cierto que depende del nivel cultural de los padres. En el caso de un nivel medio-alto llegan incluso a invadir tu espacio”.
Con respecto a los alumnos, “en general te tratan bien, pero intentan muchas veces traspasar la barrera. La clave está en encontrar el término medio. No puede ser el profesor alejado de hace años, pero hay que entender que dentro del aula no existe la democracia, hay una relación de autoridad. Cuando un alumno te dice: ‘Yo soy amigo de mi padre’, o un padre te dice: ‘Yo soy amigo de mi hijo’, se acabó. Vamos a tener problemas con ellos seguro. Hay que poner límites, ellos como padres y yo como profesor”.
NUEVAS TECNOLOGÍAS
El uso de las nuevas tecnologías, de las redes sociales también está acelerando la entrada en la adolescencia y complicándola. Uno de cada cinco menores de 11 años tiene perfil en una red social, según una encuesta del Ministerio de Interior; la edad media en la que los chicos comienzan a navegar por internet está por debajo de los 10 años, según datos del INE, y lo más alarmante: España es uno de los países donde más ‘ciberacoso’ sufren los menores, en especial los de 13 años, según un informe de la Organización Mundial de la Salud.
“Los chavales tienen ahora un acceso a la información mucho mayor que nosotros y esa información mal interpretada trae consecuencias. Ellos no se dan cuenta del problema de usar las redes sin protección, sin llegar a causas graves ni tremendas como ocurre de vez en cuando, sino aspectos como quién maneja tu información, quién tiene acceso a tus fotos, tu rastro. Los padres, la escuela y la administración tienen una responsabilidad muy clara en este aspecto. Hay que enseñarles a utilizarlas”, demanda Montagut.
La psicóloga María José Ridaura es de la opinión de que “prohibir el móvil no es una solución”, pero sí que hay que tener en cuenta cuándo se da. “Hay muchos padres que se excusan en tener localizado al hijo o en que otros amiguitos lo tienen y así juega. Hay que tener sentido común. No puede ser que niños con ocho años tengan un móvil de tercera generación”.
Otra cosa son las redes sociales. “Hay que gestionar el tiempo de exposición de los jóvenes en el ordenador, me he encontrado con chicos de 14 y 15 años que han pasado 16 o 17 horas frente a él. Eso es una barbaridad. Hay que gestionar los tiempos y los contenidos. Existen filtros, existen claves, para discriminar la información que pueden ver tus hijos y la que no. Las redes sociales pueden ser una herramienta muy potente y muy positiva, pero los padres tienen que estar pendientes, supervisar, filtrar, controlar y pautar tiempos”, concluye Ridaura.
No obstante, y a pesar de los cambios y de los factores externos que complican aún más este periodo, todo se combate con educación y sin olvidar que, como dijo el escritor británico John Ruskin: “Educar a un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”.