Por Carlos Fonseca
07/03/2016
os siete años de crisis económica se han llevado por delante parte de la credibilidad de los sindicatos, que desde que en 2009 alcanzaron su techo en cifras de afiliación no han dejado de perder militantes. CCOO y UGT (el segundo celebra esta semana su 42 congreso confederal, en el que su secretario general, Cándido Méndez, dejará el cargo) acaparan el 73% de los trabajadores afiliados y han sido los más afectados. A ello hay que añadir la incapacidad de las dos organizaciones mayoritarias para detener la paulatina pérdida de derechos laborales de los últimos años y los casos de corrupción que han afectado a ambas.
Las reformas laborales del PSOE (2010) y, sobre todo, la del PP (2012), respondidas con tres huelgas generales, han dado la puntilla al poder sindical, que ha perdido también el patrimonio de la movilización a favor de otras organizaciones como el 15M o el movimiento antidesahucios. Conscientes de la situación, ambos sindicatos se aprestan a afrontar cambios para recuperar la influencia perdida. “CCOO se reinventa o se la lleva el viento de la historia”, dijo su secretario general, Ignacio Fernández Toxo, en una frase que resume la encrucijada que vive el sindicalismo en España.
Los dos sindicatos mayoritarios de nuestro país suman dos millones de afiliados (en torno a un millón cada uno de ellos) y por el camino de la crisis se han dejado otros 400.000. Un problema especialmente grave en un país donde la sindicación es tradicionalmente muy baja, el 18,9%, por debajo de la media europea y a enorme distancia de los países nórdicos, donde ocho de cada diez trabajadores pertenecen a algún sindicato. Pese a ello, siguen siendo la organización social más representativa de nuestro país.
Un estudio realizado en junio de 2015 por la Fundación 1º de Mayo, de CCOO sobre la representación sindical en España señala que las causas del declive afiliativo a partir de 2009 están claramente relacionadas con la crisis. También con el hecho de que los distintos tipos de respuesta sindical a las pérdidas de empleo y al deterioro de los salarios y de las condiciones de trabajo no han tenido éxito, salvo en casos limitados (huelgas locales y victorias parciales en los tribunales). “La huelga general de 1988 consiguió que el Gobierno retirara el plan de empleo juvenil y le obligó a negociar con los sindicatos –recuerda Fernando Lezcano, secretario de Organización y Comunicación de CCOO–. En cambio, las dos últimas huelgas generales (en 2012), aunque no tuvieron un mal seguimiento, no consiguieron resultados inmediatos, y eso nos ha perjudicado”.
La reducción de los afiliados
Más de cuatro millones de parados, trabajo precario y mal pagado son condiciones que, sobre el terreno, parecen propicias para el crecimiento del sindicalismo pero, por el contrario, juegan a la contra. “Más de la mitad de los casi 15 millones de asalariados de nuestro país tienen contratos precarios, temporales o a tiempo parcial –dice Pere J. Beneyto, profesor de Sociología del Trabajo de la Universidad de Valencia–, y un trabajador que tiene un contrato de tres meses o de tres semanas, que sabe que su continuidad en la empresa está en el aire, por muchas razones que tenga para protestar no lo va a hacer. De manera que el paro y la inestabilidad no juegan a favor, sino en contra de la pulsión reivindicativa, al contrario de lo que en una primera lectura pudiera parecer. Una situación que ha sido deliberadamente potenciada con la reforma laboral de 2012, tremendamente desreguladora, que ha debilitado a los sindicatos”.
Una opinión que comparte Fernando Lezcano: “Es cierto que se dan las condiciones aparentes para que el sindicato sea más necesario que nunca, pero la realidad es que cuando un trabajador se queda en paro, antes que de otras cosas prescinde de la cuota sindical. Además, opera otro fenómeno determinante, y es que el 96% de las empresas españolas tiene menos de 25 personas y en ellas se concentra la contratación a temporal o a tiempo parcial, con salarios muy bajos, y eso desincentiva la afiliación porque los trabajadores tienen miedo a significarse”. Distintos estudios demuestran que, efectivamente, la representación sindical aumenta considerablemente conforme aumenta el tamaño de la empresa y es menor, e incluso inexistente, cuanto más pequeña es la compañía. Además, a aquellas con menos de diez empleados no se les permite celebrar elecciones sindicales (la inmensa mayoría, en torno a 920.000 en 2012, más del doble de aquellas en las que sí se pueden convocar comicios), y sólo las que tienen más de 50 pueden elegir un comité de empresa.
“Hay una gran proporción de trabajadores con contratos temporales que no están representados por los sindicatos –incide el profesor Andrew J. Richards, del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III–. Todos los estudios académicos demuestran que hay muy pocos empleados temporales afiliados. Cuando hablas con ellos para conocer sus razones te dicen que los sindicatos sólo defienden a los trabajadores con contratos estables, y lo cierto es que de los que encadenan trabajos precarios y periodos de paro los sindicatos pasan”.
“Lo esencial es saber organizar, afiliar y representar bien a esa gran masa de trabajadores con empleo temporal, precario, a tiempo parcial no voluntario o parados –dice el informe de la Fundación 1º de Mayo–. Y aquí es donde hemos fallado, no por falta de voluntad, sino porque no hemos sabido cómo hacerlo”.
Roberts Fishman, profesor también de la Universidad Carlos III de Madrid, constata que las crisis económicas son una pésima noticia para los sindicatos. “La excepción a la regla fue la Gran Depresión de los años 30 en Estados Unidos, donde ganaron mucha fuerza porque fueron capaces de responder a ella como un gran movimiento social”. Fishman sostiene que el sindicalismo está en crisis en otros muchos países, no sólo en España, y explica que a ello contribuyen otros factores, y no sólo la situación económica. “Hay que tener en cuenta que ha habido un cambio significativo de la estructura ocupacional, con el declive de la antigua industria, en la que el sindicato estaba muy arraigado, en beneficio de otros sectores menos reivindicativos. Y, además, las reformas laborales, sobre todo la del PP de febrero de 2012, han introducido modificaciones legales que han debilitado la negociación colectiva. Si la fuerza del sindicato está en su capacidad para representar a los trabajadores en la negociación y ésta decae, es normal que le afecte”.
La pérdida de derechos por parte de los trabajadores es abrazada con alborozo por los sectores políticos y económicos más conservadores, para los que los sindicatos son un anacronismo que entorpece el libre funcionamiento de los mercados. “La dejación de derechos conseguidos con enorme esfuerzo a lo largo de los años, que ha supuesto un avance civilizatorio, es saludada con aplauso, como si de ello se esperaran múltiples bienes –escribe el profesor Ramiro Reig, de la Universidad de Valencia para explicar la actual situación del mercado laboral–. Dejemos que el mercado, sabio y supremo árbitro, dé a cada uno lo que le corresponde, sin acuerdos o normas contractuales para el conjunto. Llegados a este punto, los sindicatos sobran puesto que cada uno debe apañárselas por su cuenta. Entramos en un mundo nuevo, sin rigideces que entorpezcan el libre juego de la oferta y la demanda”.
Crisis de credibilidad
Fernando Lezcano reconoce que la crisis y el cambio de modelo productivo les ha debilitado, pero niega que los sindicatos estén en caída libre. “No comparto la idea de que, al igual que los dos grandes partidos, PSOE y PP, los sindicatos estemos también en crisis porque formamos parte de la misma estructura de la Constitución del 78. Eso opera en los medios de comunicación, pero no en los centros de trabajo, donde el sindicato sigue siendo una referencia”. Su homólogo en UGT, José Javier Cubillo, añade que pensar que las centrales pueden desaparecer “no está más que en el deseo de algunos. Lo que sufre el sindicalismo es una crisis de credibilidad como consecuencia de los casos de corrupción que hemos vivido, pero si comparamos la afiliación con el número de asalariados la realidad demuestra que guarda una estrecha relación, y que si hay menos afiliados es porque hay menos asalariados, no porque los trabajadores nos hayan retirado de manera masiva su confianza. Lo que sí hay que reconocer es una pérdida de la representación de los dos grandes sindicatos porque hay cosas que no se han hecho bien y hay que cambiar”. Hasta el pasado mes de diciembre UGT y CCOO habían perdido 22.000 delegados en relación a 2011, con un descenso del 16,7%. Una reducción en prácticamente todos los sectores productivos y, salvo contadas excepciones, en todas las comunidades autónomas, según datos de UGT.
Andrew J. Richards apunta un elemento clave para explicar el desinterés sindical para afiliar a la gran masa de trabajadores que suponen actualmente las personas con contratos temporales o parciales: que la financiación de los sindicatos procede fundamentalmente del Estado y no de las cuotas de sus afiliados. “Directa o indirectamente los fondos del sindicato vienen del Estado. Los sindicatos en España no necesitan de la afiliación para sobrevivir en comparación, por ejemplo, con Gran Bretaña, donde, con un contexto legislativo mucho más duro, la única manera de sobrevivir que tiene el sindicato es afiliar a nuevos trabajadores. En España este tipo de incentivo apenas existe”.
Lo que no explica la crisis es la desafección ciudadana hacia los sindicatos que muestran las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). “Los sindicatos están en crisis en la medida en que lo están todas las instituciones económicas, políticas y representativas porque estamos ante un cambio de modelo económico productivo y de representatividad –dice Pere J. Beneyto-, pero aún así los sindicatos son en España las organizaciones sociales más representativas”. Para Andrew J. Richards “la valoración de los sindicatos en las encuestas del CIS es muy baja porque mucha gente los ve como parte del aparato estatal, del establishment, y deberían comportarse más como un movimiento social, estar dispuesto a aliarse con otras organizaciones para recuperar protagonismo en el ámbito político, o el abismo que se ha abierto entre el sindicalismo y la gran mayoría de trabajadores va a continuar. Para muchos asalariados los sindicatos son irrelevantes y esto es una tragedia dada la situación socioeconómica que España vive en este momento. Soy un gran defensor del sindicalismo y creo necesaria una fuerza sindical fuerte, pero el gran peligro en España hoy es que los sindicatos caigan en la casi irrelevancia”.
Roberts Fishman coincide con su compañero en que la institucionalización de los sindicatos frente a su condición de movimientos sociales los ha perjudicado: “Los sindicatos no deben perder su espíritu de movimiento social, que fue clave en el crecimiento del sindicalismo en España y en la capacidad de responder al franquismo en momentos políticos muy difíciles. Que se haya institucionalizado es normal y bueno, pero no debe perder el espíritu y los valores de movimiento social porque entonces pierde fuerza”.
“Se nos critica la vocación institucionalista –replica José Javier Cubillo–, pero yo la valoro mucho. El hecho de estar presentes en consejos de administración, en el INSS o en el INEM, por poner algunos ejemplos, trae consigo una capacidad de influir a la que ningún sindicato debe renunciar. Otra cosa es si se hace siempre un buen uso de esa representación, y hay ocasiones en que no es así, y cuando esto ocurre surge la duda”.