Michael R. Krätke escribió una interesante biografía –elocuente y precisa– de Friedrich Engels, a quien reconoce como el inventor del marxismo. Quiero resaltar cómo, a partir de la lógica del materialismo histórico, se ha perdido la batalla de la representación política por la desconfianza del ciudadano en sus dirigentes. Cuando al hombre lo convierten en explotador y al capital en una fábrica de “pelotones proletarios”, el Estado y la revolución son los últimos mohicanos en su defensa.
Dice Krätke: “No habría Marx sin Engels. Sin Engels, el panfleto más conocido e influyente de la historia de los modernos movimientos sociales, El manifiesto del comunista, jamás se hubiese escrito como tampoco la principal obra de Marx, El capital. Marx apenas habría conseguido en los años revolucionarios de 1848 y 1849, convertir La Nueva Gaceta Renana, en el principal portavoz de los demócratas radicales. Sin Engels, Marx no habría sobrevivido en el exilio británico con su mujer e hijos, y sin Engels, no habría tenido [Marx] ningún éxito como corresponsal del periódico con mayor tirada del mundo de la época, el New York Daily Tribune”.
Gracias al editor de Sin Permiso, Antoni Domènech, tenemos los más recientes estudios de Engels. Demènech habla de las virtudes de la inteligencia y la modestia que vienen juntas, y de los vicios de la mediocridad y el envanecimiento, la otra cara de la moneda. Engels -sobrio y discreto- fue lo primero. Marx -presumido y temerario- fue lo segundo.
Una nueva estructura social
En la revista SinPermiso, Krätke viene a redimir la obra y pensamiento de Engels. Un aporte autodidacta, un políglota [Engels] que dominaba una centena de idiomas, promotor de la dialéctica entre las formas predilectas y divinas del naturalismo y el materialismo histórico, entre el hombre a imagen y semejanza del mono y sus circunstancias y no de Dios y su cosmos universal. El hombre para el engelsianismo, es cultura, es su lucha bestial con[tra] el otro, con su trabajo, contra el capital, la tierra y la renta. Es la lucha con el entorno urbano. Esta visión materialista, racional, colectivista del hombre, dio paso a una revisión histórica de la humanidad y del pensamiento universal, que aún no termina. Un debate indescifrable entre globalización y conservadurismo, ambientalismo e industrialización, ideología de género y libertad de especie, de raza; clases dominantes y dominadas, realidad y virtualidad, verdad y posverdad.
Muchos algoritmos y poco amor en la cama
Engels analiza la situación de la clase obrera de la Inglaterra que vivió en Manchester como una fuente histórica. Observa las condiciones de los obreros proporcionando un retrato detallado del desarrollo de la industria fabril moderna en Inglaterra:
“La revolución industrial se había apoderado del país entero. Su faz se había transformado por completo con la construcción de canales, vías de tren, avenidas asfaltadas, barcos de vapor. Todo se aceleraba a una velocidad de vértigo y las estructuras espaciales y temporales convencionales fueron arrojadas por la borda”.
Es volver a un futuro invadido de tecnología, algoritmos y la internet de las cosas, donde no queda tiempo para compartir un café, un poema o el amor en la cama.
El concepto de tiempo y espacio-que es dedicarse más a lo humano y a la familia, a estar y pensar en casa-es permutado por una máquina donde el hombre es una pieza más. Narrativa que no ha sido asimilada ni derrotada. En el mundo industrial de ayer y hoy el discurso de izquierda eleva la victimización del obrero, del pobre y del miserable, embriagado de una retórica populista, que es como escuchar La Bella Elena o la Vie Parisienne de Jacques Offenbach. ¿Acaso la democracia liberal ha podido sobrevivir a esa opereta?
Engels describió la aparición de una nueva clase, un proletariado moderno de pobres extenuados por el trabajo, y su polo opuesto, una nueva clase propietaria de capitalistas y terratenientes. Una revolución industrial que fue y es al mismo tiempo una revolución social, que ha transformado de raíz toda la estructura de la vieja sociedad feudal. Y nos hacen huérfanos del capital.
El desafío cultural: la hegemonía
Engels fue unos de los primeros que ofreció un análisis histórico [a ratos audaz, a ratos falaz] de los comportamientos industriales que justificarían la centralización del poder. La dinámica insaciable de crecimiento y expansión industrial sólo podrán ser contrarrestados-alertaba-por el poder hegemónico del Estado, que es el poder hegemónico de las masas, alzadas gracias a la infiltración cultural que, al decir de Gramsci, liquida el apoliticismo y despierta el yo interno en favor del yo colectivo.
Sentencia Gramsci:
«La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes»
Para Engels y luego Marx, la historia del hombre no es la historia de lo natural y lo divino, sino de su día a día, de su trabajo, que es lo que justifica un operador supremo como el manifiesto del comunismo.
En sus conclusiones el joven Engels lanzó en su época un atrevido pronóstico: en los próximos veinte años la industria fabril inglesa cederá su monopolio en el mercado mundial a la industria alemana y estadounidense ¿Por qué? Inglaterra dejará de ser el taller del mundo [work shop of the world], sustituido por la potencia industrial de producción masiva de Alemania y USA. Un pronóstico cumplido que exacerbó los nacionalismos. Pronto –borrachos de superioridad racial– llegó la Segunda Guerra Mundial. Y luego la segunda. La libertad de los modernos, la democracia representativa y el reto individual, naufragó por dialéctica. Ahora China, el nuevo taller del planeta. ¿Vendrá la tercera guerra en el siglo XXI? Si no nos sacudimos el discurso.
La posverdad, la historia es portátil
Engels mostró un modelo de utopía socialista para una economía y sociedad poscapitalistas. Es la tesis posmarxista de la cooptación del espíritu. ¿La utopía?: La ciencia ficción del desplazamiento del pensamiento individual, liberal, emprendedor, inteligente, independiente, por la concepción de un mundo global, horizontal, igualitario, desfamiliarizado y homogéneo. Ganó Petro y regresará Lula.
Ya en La sagrada familia, primera obra conjunta de Engels y Marx, profetizaron: «La historia no hace nada, no ‘libra ninguna lucha’. Es más bien el hombre, el hombre real y vivo, quien hace todo y lucha”. La ‘historia’ no necesita a los hombres porque los hombres se bastan por sí mismos. Y así nos borran la historia, la cultura y el mundo democrático, sin permiso.