Por Juan Salinas Quevedo
11/7/2017
Carla Simón se quedó huérfana con tan sólo seis años, aunque no fue hasta los doce cuando supo que una enfermedad que empezaba a proliferar en los ochenta en España se había llevado a sus padres, “entonces el sida era algo desconocido que generaba muchos miedos, era un tema tabú incluso para mis propios familiares”, declara la joven directora en la rueda de prensa de presentación de Verano, 1993 (Carla Simón, 2017), cinta ganadora de la Biznaga de Oro en el pasado Festival de Málaga y premiada como mejor ópera prima en la prestigiosa Berlinale.
La repentina muerte de sus progenitores a causa del sida la llevó a ser acogida y criada por la familia de su tío materno en una casa rural alejada de su Barcelona natal. Allí comenzaría el primer verano de una nueva vida, que en un ejercicio de reflexión y desnudez se encarga de plasmar en la película, “el proceso más personal lo viví durante la escritura de guion, fue entonces cuando recorrí las sensaciones y emociones de aquel verano”, explica. Simón hace uso de una puesta en escena naturalista, compuesta con el fin de representar con franqueza y honestidad sus propios recuerdos al enfrentarse al sida como enfermedad incurable: “Para mí ha supuesto una reconexión con mi historia, aunque lo importante era mostrar el primer enfrentamiento con la muerte desde la infancia”.
Para ello, la cámara focaliza las acciones cotidianas de la niña (interpretada por una absorbente Laia Artigas) para intentar hallar en cada gesto y mirada algún indicio de sufrimiento o pesadumbre por la pérdida, lo que nos permite intuir sus pensamientos y emociones más profundos.
Es así, con total sutileza, como la contemplación se adueña de nosotros arrastrándonos a acompañar a la pequeña protagonista en su viaje hacia la madurez, no sin antes poner toda nuestra atención en entender que la inocencia no haya sido quebrantada y que el proceso de asimilación de la tragedia haya sido el adecuado, como así nos demuestra Carla Simón con la entereza con la que se refiere a aquella etapa: “Es complicado porque tienes una relación emocional con lo que estás contando, aunque lo tengo más que superado”, concluye. En este caso, son los recuerdos filtrados por la memoria los que se conjugan con el cine para darle un sentido testimonial al relato que se nos presenta.