Por Cambio16
23/02/2016
Se cumple el 35 aniversario del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. A 18.20 horas, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpió al frente de 200 guardias civiles en el Congreso de los Diputados. Se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo.
Tejero, sentenciado a 30 años de prisión por un delito de rebelión militar, fue el último de los condenados en salir de la cárcel, en la que permaneció quince años y nueve meses, y es de los pocos golpista que continúa vivo.
Pero… ¿qué habría pasado si los golpistas se hubieran hecho con el poder? La revista Cambio16 respondió a esta pregunta en su número del 9 de marzo de 1981. Esto es lo que hubiera sucedido:
Cae la noche. Ni un alma en las calles, salvo las patrullas militares y la silueta abrumadora de los tanques. Puertas adentro, un pueblo se encierra con la ansiedad, el miedo y la rabia. Y las marchas militares que no cesan de repicar en las radios y la televisión. Una certidumbre atenaza todas las gargantas: el golpe ha triunfado.
Un bando, inundado por la vieja retórica, da a conocer las medidas de los nuevos gobernantes. Sobre la España moderna y democrática se calza la máscara de hierro de una dictadura que parece dibujada por los coroneles griegos o los generales gorilas de Sudamérica.
Primero el terror. «Todo el mundo quieto». Las penas, brutales y desmesuradas, subvierten principios en los que nadie pensaba y que amparaban la convivencia hace pocas horas. Ahora, todo está prohibido, salvo lo que expresamente se tolere. Y se presume la culpabilidad de cada ciudadano que debe demostrar su inocencia.
Después caen como un mazazo las decisiones que arrasan con el estado democrático; derogada la Constitución, el Parlamento disuelto, prohibidos «los actos públicos y privados» de los sindicatos y partidos políticos, la justicia queda subordinada a las decisiones oficiales: el orden público y la «seguridad nacional» pasan a ser dos santuarios cuya violación se paga con la muerte.
Las garantías se esfuman. La arbitrariedad gobierna con puño de hierro.
Esa misma noche se ejecuta una ofensiva fulminante contra los medios de información, ya rigurosamente controlados desde que el golpe comenzó a triunfar. Los diarios, revistas y emisoras de radio más odiadas por los golpistas son clausurados. Para el resto se pone en marcha una rígida censura, que luego se extenderá a todas las manifestaciones culturales.
Ya al amanecer se producen los primeros arrestos de dirigentes políticos, sindicales y numerosos intelectuales y artistas. Los periodistas llenan las cárceles. Son duramente reprimidos, por la mañana, los primeros intentos de resistencia en las fábricas y en los barrios. Al mediodía circulan, sin posibilidad de confirmación, rumores sobre muertes, desapariciones y malos tratos.
Pese a la inevitable sensación de desamparo, se pone en marcha una acción implacable desde el exterior para cercar a los golpistas y hacerles sentir el repudio del mundo entero… o casi, porque desde las dictaduras hispanoamericanas ya llegan los primeros reconocimientos y manifestaciones de júbilo oficial por el éxito de sus colegas.
El pueblo no puede enterarse que el mundo libre y los países socialistas retiran sus embajadores. Las primeras versiones sobre la extraordinaria solidaridad que recibe la resistencia española desde el extranjero comienzan a deslizarse por todo el país. Los países democráticos hispanoamericanos se unen, casi sin discrepancias, al retiro de los embajadores.
Los líderes de Occidente inician una febril serie de consultas. Toman conciencia de que el drama de la democracia española se ha transformado en una crisis interna. España llegó tarde a unirse al proceso democrático cuando ya se sentían los crujidos de la crisis iniciada en 1973, que marca el gran reflujo del tenaz desarrollo económico protagonizado por el mundo industrial en la pos-guerra. Ahora, es el primer país que cae bajo una dictadura fascistoide en medio de una Europa que ve reverdecer la acción de los grupos ultraderechistas y el terror negro en Alemania Occidental, Francia, Italia y hasta Gran Bretaña, donde la juventud marginada ostenta la esvástica nazi y presume de racista.
La izquierda democrática europea, que venía encajando su retroceso político y la crisis social pacíficamente y en medio de una profunda reflexión autocrítica, reacciona airadamente ante la hecatombe de la democracia en España. Comienzan las manifestaciones, hay violentos enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y los grupos ultraderechistas. El tema altamente emocional de España enciende también a los liberales de todo el mundo. Las primeras noticias sobre la dura represión, a lo que comienza a conocerse como la resistencia democrática española, agrava el clima político y radicaliza las posiciones de los partidos europeos.
Boicot de los reyes del petróleo
El Gobierno norteamericano del presidente Reagan se une a los esfuerzos por implantar un cerco político y económico contra la dictadura española. La aureola de «duro derechista- que nimba la figura de Reagan le obliga a una posición de claro compromiso con la democracia española y su máximo representante el Rey don Juan Carlos, líder indiscutido de la lucha por la restauración de la libertad perdida.
Quienes asaltaron el poder en España comienzan a sentir no sólo el vacío ante su propio pueblo, sino el repudio exterior, que se concreta en medidas económicas terminantes. Una economía sofisticada y de alto desarrollo como la española choca ahora con un aislamiento que le corta fuentes vitales de aprovisionamiento, mercados exteriores y recursos financieros. Los abastecedores de petróleo a España comienzan un boicot encabezado por los jeques de Kuwait, los emiratos del golfo Pérsico, la familia reinante en Arabia Saudita y México, comprometido por tradición histórica con la democracia española. La crisis económica se agudiza y con ella aumenta sideralmente el número de parados.
Entre los propios golpistas comienzan a escucharse voces de amargura y disidencia ante la realidad de un país arrui-nado. Los mesiánicos salvadores de la patria se quedan patéticamente solos y echan mano a una represión que no hace sino sellar todavía más su fracaso.
Y entonces…