(con buena paz de las operadoras, los medios y los políticos)
Francesco Lanza / Asociación Bona Ona /www.bonaona.org
Uno de los efectos colaterales del confinamiento adoptado por la COVID-19, ha sido que las personas, encerradas en casa, han empezado a cuestionarse parte de la información proporcionada por los medios oficiales y las instituciones.
Uno de los temas que más ha inquietado a la gente y la ha empujado a buscar información “no oficial” es la tecnología 5G. Y no es que no tuvieran razones para estar inquietos: mientras todo el mundo estaba encerrado en casa para no coger el virus más mortífero de la historia de la humanidad (eso es lo que parecía conectando la televisión), aquí en Baleares (y supongo que en la península también) en pocas semanas han instalado decenas de nuevas antenas (25 nuevas estaciones base solo en Mallorca, sin contar las intervenciones en las existentes y en las azoteas).
Muchos vecinos nos han informado que en algunas instalaciones los técnicos trabajaban día y noche, domingos y festivos sin parar. ¿Porqué toda esta prisa? ¿Porqué ellos podían seguir haciendo su trabajo cuando la gran mayoría estaba obligada a quedarse en casa? Si a estas legítimas preguntas añadimos que en los medios oficiales solo se habla del 5G para subrayar sus ventajas (indudables, ¿pero a que precio?), es normal que la gente empezara a buscar otras fuentes de información sobre este asunto.
El problema es que lo que se encontró tampoco ayudaba mucho: en los medios sociales se multiplicaron noticias sin fundamento, invasión de hombres lagarto, redes de pederastia, eugenesia y un sinfín de bulos todos conectados con el despliegue del 5G.
La intención de esta columna es, justamente, aclarar algunos hechos relacionados con el 5G, empezando por el principal: ¿el 5G es peligroso para la salud de las personas y del planeta?
Teniendo en cuenta que el 5G es la última generación de comunicación móvil, y que esta está basada en radiofrecuencias, nuevos emisores (antenas sí, pero también todos los aparatos que se conectarán con el IoT – internet de las cosas) que en su mayoría no sustituirán los antiguos (los repetidores de 2, 3, 4G, WiFi, etc. seguirán emitiendo) supondrán un aumento de la exposición a las radiaciones no ionizantes.
Sobre si los nuevos niveles de exposición sean seguros o no para la salud de las personas no hay un claro consenso científico: la mayoría de los estudios académicos demuestran que las radiaciones no ionizantes tienen un efecto biológico a niveles de exposición mucho más bajos de los permitidos. Algunos otros mantienen que el único efecto de las radiaciones no ionizantes es el efecto térmico, o sea que como mucho a partir de determinados niveles, empezamos a notar en la superficie expuesta de nuestro cuerpo, una sensación de calentamiento de la piel.
¿Ha faltado prudencia sobre los peligros del 5G?
La falta de consenso científico en sí sugeriría prudencia en adoptar una nueva tecnología cuyos efectos sobre la salud podrían ser relevantes, si no queremos convertirnos nosotros mismos en los conejillos de indias de un experimento global [1].
Sobre todo porque decenas de estudios académicos, revisados por pares, han encontrado relaciones entre la exposición a radiaciones no ionizantes y enfermedades físicas o neurológicas como stress oxidativo, efectos inmunodepresivos, fertilidad y reproducción, daños en el ADN, daños en el metabolismo del calcio, tumores cerebrales y de la membrana encefálica, trastornos del sueño, de la memoria, del aprendizaje y del comportamiento, cáncer y proliferación celular, enfermedades cardíacas, a la presión arterial, etc. [2]
Esta falta de prudencia por parte de la industria es comprensible. En el 5G hay mucho dinero invertido y se cuenta con esta tecnología para reactivar la economía agonizante después del parón causado por la COVID-19.
Menos comprensible es que las instituciones nacionales que deberían velar por nuestra seguridad y nuestra salud y que reglamentan el sector, permitan que el derecho de la tecnología y de la industria prime con respecto al derecho constitucional a la salud y a la seguridad.
El fundamento legal que estas instituciones aportan para desestimar la preocupación legítima de las personas se basa en las recomendaciones y directrices de agencias internacionales dedicadas a la valoración de la tecnología basada en radiofrecuencias.
La Comisión Internacional sobre Radiaciones no Ionizantes (ICNIRP) [3], institución de referencia para muchas agencias nacionales como el CCARS [4] en España, en su última revisión establece que todavía estamos muy lejos de niveles de exposición que puedan suponer un riesgo para la salud [5]. Esta discrepancia de valoración se debe al hecho que el ICNIRP sólo considera los estudios que tienen en cuenta el efecto térmico de las radiaciones no ionizantes, y desestima los cientos de estudios que, en cambio, demuestran que a unos niveles muchos más bajos de exposición ya hay los efectos biológicos apuntados antes.
Las razones por las que el ICNIRP (y otras agencias como el FCC, IEEE, IARC, etc.) sólo tienen en cuenta los efectos térmicos será el tema de uno de los próximos artículos, así como su estrecha relación con la industria de telecomunicaciones que deberían reglamentar.
Pero los riesgos de esta tecnología no sólo interesan por la salud de las personas, sino también del medioambiente, con estudios que apuntan al daño causado por las radiaciones a pájaros, insectos, y plantas [6], sin contar el enorme impacto de toda una nueva generación de cientos de millones de nuevos móviles en la privacidad y el uso masivo del “big data” para tener un perfil de los consumidores, con riesgo de limitar su libertad o alterar los procesos democráticos (el caso de Cambridge Analítica [7] enseña que no es una posibilidad remota); en la seguridad, en cuanto un número inimaginable de nuevos aparatos (además de las SmartTV, tendremos coches, neveras, lavadoras, y un sin fin de otros artilugios conectados) estarán conectados de manera permanente exponiendo a las personas a un riesgo mayor de hackeos de datos; en la pérdida de valor de las viviendas próximas a instalaciones emisoras cada vez más cercanas y numerosas; la ocupación del espacio público y del medio natural para instalaciones privadas (parques, plazas, …); etc. Cada uno de estos temas se merece un artículo aparte por su importancia.
Así que nos parece oportuno ofrecer una opinión clara, independiente y basada en evidencias científicas sobre los peligros que supone el 5G para la humanidad en todos los aspectos: trataremos todas las dudas que nueva tecnología está levantando, tanto las que demuestran el riesgo asociado con esta tecnología, tanto las que surgen de algunos bulos que durante el confinamiento fueron virales y que sólo dañan a la imagen de quien, como nosotros, aboca para una tecnología más segura que tenga en cuenta no solo los derechos de la industria sino también los de las personas y del planeta.
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