Por Ramon Vilaró
04/12/2016
Descubrí Shanghái a principios de la década de 1980, cuando los ciudadanos vestían trajes y gorras Mao, circulaban en bicicleta o atiborrados en vetustos autobuses. El Bund era el elegante barrio de edificios art decó, cuyas vistas al otro lado del río Huangpu, en Pudong, eran tinglados de mercancías y pescadores, rodeados de arrozales. Además de templos y jardines, una de la pocas atracciones turísticas era el pequeño edificio donde, en 1921, se fundó el Partido Comunista de China.
En posteriores viajes fui contemplando el increíble cambio de la ciudad, que aún conserva cierto encanto de aquellos cosmopolitas años 1920 –ya contaba con una colonia de más de 50.000 residentes extranjeros, clubs de élite, fumadores de opio y era centro comercial, bancario y de espías de la entonces más dinámica ciudad asiática– o del desarrollo inmobiliario de Pudong, con decenas de rascacielos futuristas, un segundo aeropuerto y una de las principales sedes financieras mundiales del denominado Wall Street chino. Sin olvidar la torre de televisión Perla de Oriente, equivalente a la Torre Eiffel parisina, convertida en símbolo de Shanghái.
¿Qué hacer en una ciudad con tantos atractivos? Primero disponer de suficiente tiempo para descubrirla. Aconsejo un mínimo de tres días, si se incluye en un viaje por otros lugares de China, aunque esta urbe da para una exclusiva y larga estancia.
Alojarse en la sede el antiguo Pace Hotel, hoy transformado en el Fairmont Peace Hotel que ha salvaguardado algunos toques del edificio original, puede ser una óptima elección para iniciar el recorrido. Se construyó en 1910 por encargo de Victor Sassoon, un sefardí de origen iraquí que marcó toda una época en el negocio inmobiliario. La décima planta del entonces bautizado como Cathay Hotel era su residencia privada. Y en la característica pirámide revestida de cobre se ubicaba el gran comedor.
El bar fue siempre famoso como punto de encuentro de las élites de Shanghái, que degustaban cócteles al son de la Old Band Jazz cuyo espíritu aún pervive.
Un paseo por el Bund, barrio fundado por los ingleses cuando, junto con los franceses, eran casi amos y señores de la ciudad, permite tomar el pulso con vistas al skyline de Pudong. También contemplar los edificios antiguos en los que sobresale el Banco de China. Al final del paseo, muy concurrido por turistas y locales, se halla el museo del Bund, donde se muestran fotografías del Shanghái de las primeras décadas del siglo XX, cuando era el epicentro asiático de negocios, lujos y diversiones para europeos y americanos, mientras los chinos vivían hacinados en los barrios limítrofes. También fotos de la ocupación japonesa, el espionaje nazi o el refugio ruso de antiguos zaristas.
A mitad del Bund comienza la Nanjing Road, la calle más concurrida de la ciudad, con todo tipo de comercios y restaurantes donde degustar dim sum rellenos de cangrejo de Shanghái o un hot pot donde, al estilo de una fondue, te cocinan toda clase de manjares en la mesa.
Aconsejo andar, sin prisas, para apreciar el bullicio de esta arteria urbana que conduce hasta la Plaza del Pueblo (Renmin Square) de dimensiones colosales, como casi todo en la República Popular China, rodeada de edificios públicos flanqueados de nuevos rascacielos. Aquí recomiendo entrar en el Museo de Shanghái. Su moderno edificio circular, en un área de casi 40.000 metros cuadrados, se asienta sobre una base cuadriculada. Simboliza la ancestral percepción china del mundo de una tierra cuadrada bajo un cielo redondo. Y, en medio, el País del Centro (China).
Esculturas, cerámicas, figuras de jade, caligrafías, pinturas, enseres y muebles de las importantes dinastías Ming y Quing integran una colección de unas 120.000 piezas, dando al visitante una imagen de la grandeza de una sofisticada cultura milenaria. En la plaza están también el Gran Teatro, el Auditorio y el Centro de Planificación Urbana de la ciudad, junto a otros edificios de la administración pública. Para el ocio y descanso tiene un pequeño parque con cafetería y atracciones para niños en un enclave que, en tiempos coloniales británico-franceses, era un hipódromo.
El origen del comunismo chino
Desde la Plaza del Pueblo, bajando hacia el sur, en el barrio de Xintiandi, hallamos la casa donde, en la clandestinidad, se celebró en 1921 el primer Congreso del Partido Comunista de China. El orden del día de la reunión, las bases del partido, fotos de los asistentes –entre ellos Zhu Enlai y Mao Zedong– junto a una gran bandera nacional, forman parte del patrimonio fundacional. Para quien tenga más interés, no lejos de allí se encuentra la residencia del doctor Sun Yat-sen, en el Fuxing Park, considerado como el primer padre de la patria moderna y, enfrente, la que fue la residencia de Zhou Enlai, fundador del PCCh.
En las cercanías, dividida entre varios barrios, nos topamos con la que fue Concesión Francesa de la ciudad. Se trata del barrio que, tras la Segunda Guerra del Opio, fue propiedad gala y se gestionó como tal durante casi cien años (1849-1946), mientras los ingleses eran soberanos en el barrio de Bund. Hoy es la zona más elegante de la ciudad, con sus calles arboladas, apartamentos art decó y chalés de aquella época, hoy convertidos muchos de ellos en tiendas para turistas y elegantes restaurantes. Vale la pena perderse por sus callejuelas adyacentes. Un buen lugar para disfrutar la cocina tradicional china o la francesa y otras muchas, junto a cafés y discotecas con gran ambiente nocturno. No lo busquen en los mapas, porque para los chinos no existe. Está en los distritos de Luwan y Xuhul.
Regresando de nuevo en dirección hacia el río Huangpu, entramos en los barrios del Viejo Shanghái o la Ciudad Antigua, donde en sus principales calles pasean, comen y compran los visitantes. Pero basta desviarse hacia cualquier callejuela adyacente para vivir el ambiente tradicional chino: pequeñas tiendas de todo tipo, gente cocinando, artesanos trabajando, niños jugando y ropa tendida en los cables que cruzan las calles, como guirnaldas y farolillos durante las fiestas del Año Nuevo Chino, en febrero de cada año. Aquí se respira la urbe milenaria con la única diferencia de la abundancia de automóviles y motos compitiendo con las bicicletas y, naturalmente, mucha genta hablando o consultado los teléfonos móviles.
La ciudad de los templos
Un buen espacio de relajo en esa zona de la ciudad es la visita a los Jardines Yuyuan –que en chino mandarín equivale a Jardín de la Tranquilidad–, construidos a lo largo de veinte años durante la dinastía Ming, en el siglo XVI. Cuentan, además, con puentes y estanques repletos de enormes carpas rojas, con varios pabellones y edificios de aquella época, incluida la Casa del Té, edificada sobre pilares sobre un estanque. Ante el pabellón de las Diez Mil Flores (Wanhua Lou) están los árboles centenarios ginkgo, de singular belleza. Su recorrido está siempre muy concurrido, tanto por turistas extranjeros como chinos. Son una de las visitas imprescindibles de Shanghái y lugar predilecto para unas fotos de recuerdo. Está rodeado del muro de los Cinco Dragones, por su forma serpenteante y las grandes cabezas esculpidas de dragones.
Los dos templos más famosos de la ciudad son el Longhua y el del Buda de Jade, ubicados en dos extremos de la metrópoli pero con buenas comunicaciones en autobús o metro.
El Templo Longhua, dedicado a Maitreya Buda, atrae a gran cantidad de creyentes y guarda un ambiente muy espiritual en los ritos de plegarias e incienso ante las imágenes de Buda. Sus cuatro salones principales, reconstruidos a principios del siglo XX, son el Maitreya, el Principal, el del Rey Celestial y el de los Tres Sabios, este último con las tres encarnaciones de Buda con 500 pequeñas estatuas doradas de sus discípulos apiladas en los corredores laterales. Cuenta con la famosa pagoda de Longhua de siete pisos y 40 metros de alzada, que era el edificio más alto de Shanghái hasta los tiempos modernos. Como dato histórico puede recordarse que Longhua fue utilizado como prisión durante la Revolución Comunista y en sus alrededores se registraron numerosas ejecuciones.
El templo del Buda de Jade, al noroeste de la ciudad, ofrece el contraste de quedar casi encajado entre casas y pequeños edificios construidos recientemente. Es un remanso de paz, a pesar de las visitas continuas, donde turistas y feligreses comparten la admiración y devoción ante los dos grandes budas de jade, uno de casi un metro y otro de que ronda los dos metros de altura, en la Sala del Abad. Una sala de té y un restaurante vegetariano completan la apacible estancia en el templo, que fue construido en 1882 para acoger los dos budas traídos desde Birmania por el monje Huigen.
Cruzar en metro o en automóvil por los túneles o puentes sobre el río Huangpu nos traslada al Shanghái del siglo actual y al futuro del desarrollo del gigante chino. Aquí circulan la mayor cantidad del mundo por kilómetro cuadrado de automóviles de lujo de las marcas Ferrari, Porsche, etc., porque a los nuevos millonarios chinos -que se cifran también por varios millones en un país de 1.300 millones de habitantes- les gusta mostrar su riqueza.
En Pudong se han sustituido los bosques de bambú por uno de rascacielos, a cual más alto o más original. Compiten los mejores arquitectos del mundo, chinos incluidos, en un área que cuenta con elitistas escuelas de negocios de donde salen los directivos capitalistas en un país bajo gobierno de tecnócratas comunistas. Entre todos lo han elevado a primera potencia mundial. Y Pudong es la esencia.
Vale la pena subir a la Torre de la Televisión hasta la segunda esfera, situada a 263 metros de altura y almorzar o cenar en su restaurante giratorio en esa moderna pagoda del nuevo imperio chino. Hay rascacielos por todas partes en unas vistas de 360º.
Otros dos miradores espectaculares son la Torre Jin Mao y el Shanghái World Financial Center, situados en esta zona de Pudong repleta de centros comerciales en los que el visitante pierde la noción de en qué ciudad está. A no ser por la abundante presencia de compradores locales que nos recuerdan que estamos en China. En el increíble Shanghái, entre templos budistas para la reflexión y plegarias, y entre templos del poderío del reminbi en su camino a competir con el dólar, el euro o el yen.
La ciudad es la mejor puerta de entrada a China para saborear el pasado, vivir el presente y vislumbrar el futuro del gran País del Centro.