La inmisericorde guerra contra Ucrania deja a su paso muertes, refugiados, destrucción, ruina y un impacto severo al medio ambiente, aun incuantificable, pero doble y certero. Por un lado, Ucrania ya tiene en su territorio la huella de gases y metales tóxicos en su suelo, aguas y aire, derivados de los bombardeos. Por el otro, existe el peligro de que la búsqueda de sustitutos al petróleo y gas de Rusia, desvíe los compromisos climáticos de Europa. La ONU hizo un llamado de alerta.
A pocas horas de cumplirse un mes de la ofensiva militar rusa en Ucrania, son críticas las expectativas sobre el medio ambiente de ese país y de la región. Prender fuego a infraestructuras petrolíferas y gasíferas genera gases nocivos y derrames dañinos para las personas y los ecosistemas.
Según la organización PAX, el primer ataque aéreo ruso fue contra camiones cisterna de almacenamiento de combustible en la base aérea de Chuhuiv, provocando un incendio. En las dos primeras semanas del conflicto, los bombardeos se focalizaron en instalaciones militares e infraestructuras energéticas, como depósitos y oleoductos. Muchos de estos ubicados cerca de áreas residenciales.
La destrucción de estos sitios produjo contaminación del aire, con muchas columnas de humo y gases tóxicos y partículas impregnando los espacios. Y quedan además en los suelos y aguas, residuos de esas constantes explosiones, armamento, metales pesados y materiales energéticos.
El daño al medio ambiente también alcanza a los mares. Se han hundido barcos y se han bombardeado puertos, como los de Pivdenny u Ochakiv, en las cercanías de la Reserva de la Biosfera del Mar Negro. Una de las mayores zonas naturales protegidas de Ucrania que alberga varias especies en vías de desaparición.
Guerra en Ucrania, severo impacto al medio ambiente
Estas destrucciones individuales, a objetivos específicos, pueden tener casi «el mismo impacto que el desastre de Lubrizol en Francia», explicó Ben Cramer, investigador en seguridad ambiental. Entrevistado por el periódico francés Reporterre, le quotidien de l’écologie dio su análisis de la relación con la guerra en Ucrania y el medio ambiente.
En este conflicto, el envenenamiento y destrucción del medio ambiente no tiene nada de marginal, dijo. Es parte de una estrategia más general del invasor que busca desplegar su capacidad de daño: el terror y la contaminación son armas entre otras tantas.
A toda esta contaminación se suma el riesgo de un accidente nuclear. Desde los primeros días de la invasión, el ejército ruso se apoderó de la central nuclear de Chernobyl. El Ministerio de Medio Ambiente de Ucrania informó que el movimiento de las fuerzas militares levantó polvo radiactivo. Resultando en niveles de radiación local significativamente elevados según lo informado por el sistema de monitoreo automatizado de la planta.
Las fuerzas rusas también bombardearon la central nuclear de Zaporiyia, la planta nuclear más grande de Europa y la tercera más grande del mundo. Del mismo modo, dos vertederos de residuos radiactivos fueron alcanzados por misiles cerca de Kharkiv y Kiev, con posible dispersión de materiales radiactivos. Ucrania tiene 15 reactores nucleares. Esta es la primera vez que estalla una guerra en un terreno tan nuclearizado.
Estas instalaciones requieren una gestión ambiental continua. Los ataques rusos a depósitos de combustible y otros sitios de energía, plantean amenazas a corto y largo plazo para la salud de la población civil mucho más allá de las víctimas inmediatas.
Cuanto más dure el conflicto, mayores serán los impactos locales e incluso mundiales, como graves daños irreversibles a la biodiversidad y los ecosistemas.
Dependencia a los fósiles o el camino equivocado
El secretario general de la ONU lanzó una alerta sobre el impacto al medio ambiente de la guerra en Ucrania. Antonio Guterres lamentó que los países que tienen una gran dependencia del gas ruso estén buscando soluciones en el camino equivocado. Y es que, si bien Europa intenta expandir su uso de energías renovables, también están buscando comprar combustibles fósiles en otros países, como Qatar o Arabia Saudí.
Esta actuación, dijo, puede llevar a los gobernantes a “arrodillarse” frente a políticas dañinas para el medio ambiente. Por eso, apostó por un mayor fomento de las energías renovables y un alejamiento paulatino de los combustibles fósiles. Para él, este es el momento de comenzar la despedida de estas fuentes de energía contaminantes y, con ella, seguir caminando hasta la reducción de emisiones establecida.
Por eso, este es el momento de actuar. “Los acontecimientos actuales dejan muy claro nuestra continua dependencia de los combustibles fósiles. Y pone a la economía global y la seguridad energética a merced de los choques y crisis geopolíticas», dijo. «En lugar de frenar la descarbonización de la economía global, ahora es el momento de pisar el pedal del acelerador hacia un futuro de energía renovable». De lo contrario, el gran pacto sellado en 2015 de limitar a 1,5 grados la subida de las temperaturas será imposible de cumplir.
«De acuerdo a los actuales compromisos nacionales, las emisiones globales aumentarán casi un 14% durante la década de 2020. Sólo el año pasado, las emisiones de CO2 vinculadas a la energía crecieron un 6% hasta sus niveles más altos de la historia. Las emisiones procedentes del carbón han aumentado a cifras máximas. Caminamos como sonámbulos hacia la catástrofe climática», advirtió Guterres.
Destrucción, muertes y daños irreversibles del medio ambiente
Las dos guerras mundiales que asolaron al planeta durante la primera mitad del siglo XX impactaron terriblemente el medio ambiente. Tanto los alemanes como los aliados tiraron toneladas de armamento al mar. Para evitar que fuera reutilizado por el enemigo o porque estaban viejas.
Solo en la parte alemana de los mares del Norte y Báltico, una de las zonas mejor estudiadas y de las más contaminadas, hay algo más de 1,6 millones de toneladas de municiones. También alrededor de Hawaii hay un importante cementerio marino de armas estadounidenses. A largo plazo, los compuestos que llevan estas armas, muchos de ellos explosivos, se acaban liberando en el océano, lo que afecta a la química, la salud y hasta los genes de la vida marina, reseñó El Ágora Diario.
Esta práctica desapareció tras la firma del convenio de Oslo en 1972. Pero las investigaciones aún no han aclarado la cantidad de armamento que se encuentra en el fondo del mar. Ni su impacto a largo plazo en los ecosistemas marinos, que pueden ser especialmente tóxico.
Otro efecto perverso de la guerra, fue la de Vietnam (1955-1975). EE UU utilizó nuevas tácticas para intentar acabar con la guerrilla del Viet Cong. Entre ellas estaban el napalm y el agente naranja, dos productos químicos altamente tóxicos que se usaban para despejar grandes zonas de selva. El primero era un incinerador instantáneo que quemaba todo lo que tocaba. Mientras que el segundo era un herbicida y defoliante que acababa rápidamente con enormes extensiones vegetales. Se destruyeron hectáreas de superficie arbolada para que la guerrilla no pudiera esconderse en la selva y para que los campesinos no pudieran sembrar.