María-Teresa Cáceres-Lorenzo, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
A la hora de adquirir o preparar en nuestras cocinas los pasteles de Navidad, el consumidor actual tiene la posibilidad de degustar, además de los dulces tradicionales en su zona, repostería típica de otros lugares. Esta presenta, muchas veces, nombres que no comprendemos porque son creaciones realizadas aplicando la retórica: ahorcaditos, alegrías, besitos, frangollo, tarugos…
El Diccionario de la Lengua Española en línea explica que la retórica es el arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover, además de referirse, en otra acepción, a la teoría de la composición literaria. Muchas veces creemos que este arte, con sus respectivas formas o tropos, está en manos de los poetas, pero también se encuentra en el vocabulario cotidiano.
Los tropos de la retórica funcionan de manera estratégica al gusto de los hablantes de un idioma. Estos emplean una palabra en sentido distinto del que le corresponde, pero que tiene alguna conexión con este significado, correspondencia o semejanza, objetiva o subjetiva. Esta capacidad de la retórica en manos de los hablantes puede originar palabras singulares que parecen extrañas e incoherentes para un foráneo que no comparte el mismo marco de conocimiento sociocultural.
Retórica y gastronomía
Como consecuencia, el vocabulario panhispánico ha creado numerosas designaciones para la confitería que reflejan aspectos agradables y apetecibles. Animan a la búsqueda de su receta en YouTube para cocinarlos en nuestras casas o simplemente para probarlos (bienmesabe, pasteles de gloria, maná, manjarete –de manjar– o tocino de cielo).
Pero también es cierto que ciertas denominaciones dulces no son precisamente una invitación a considerar dicho alimento como nuestro postre favorito, como los ahorcaditos,
Nombres apetecibles
Si buscamos ejemplos de una conexión positiva en el vocabulario repostero, el más directo es la designación bienmesabe. También aparecen muchos ejemplos en los que lo normal es que los nombres tengan el propósito de buscar la expresión figurada que es considerada agradable, como el pastel alegría con distintas variantes. En Colombia se prepara con millo y miel de panela, al que se añade coco o anís; en las islas del Caribe, se come con ajonjolí y melao de caña o con coco; y en México y El Salvador, se fabrica con semillas de amaranto, tostadas y reventadas por el calor, y miel de piloncillo hervido.
En esta retórica del júbilo encontramos aleluya, dulce de leche en forma de tortita que lleva dibujada la palabra aleluya, realzada encima. También el dulce llamado ilusión para aludir al postre salvadoreño hecho de azúcar en forma de algodón batido en una máquina o al bollo de pan dulce en forma rectangular con un baño generoso de azúcar caramelizado.
Y como era de esperar, los besitos (calco del inglés kiss), que comparan la dulzura afectiva y psicológica de un beso a la sensación agradable de comer algunos de estos postres. Comerse un pastel nos puede llevar a la gloria o al cielo o convertirse en un sacramento, nombre de un bollo argentino que se originó como consecuencia de una reivindicación política.
En la religión católica un sacramento es un signo de una ayuda para la sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos. De igual manera ocurre con el dulce peruano maná, denominación del manjar milagroso que, según la Biblia, fue enviado por Dios para alimentar al pueblo de Israel en el desierto. El léxico religioso entra en la retórica de creación de nuevas palabras, por lo que un tocino, el tejido adiposo de ciertos mamíferos, especialmente del cerdo, si es de cielo, nos presenta otra realidad subjetiva.
¿Designaciones rechazables?
La creatividad no acaba en lo que es agradable, tiene una cara oscura que causa extrañeza. Se trata de nombres con poco atractivo para un desconocedor de la retórica de otros lugares, como ocurre con los dulces españoles amargos, amarguillos o amarguitos (el diminutivo expresa disminución o atenuación), que se elabora con almendras que pueden ser amargas o no.
También el término nicaragüense malmesabe, que toma este nombre porque tiene un sabor más fuerte que el bienmesabe. Este intenso sabor proviene de la pimienta dulce que se añade.
El uso del prefijo mal no debería aparecer para nombrar un dulce, pero la realidad es que las guías gastronómicas registran varios ejemplos de su utilización para informar sobre algo no necesariamente negativo. Es el caso de malrayo, referido a un contundente postre de Puerto Rico que se presenta como un grueso bloque azucarado, y al cubano malarrabia, que reúne en un solo plato la dulzura del azúcar almibarado, plátano y batata.
Este exceso de azúcar puede ser el origen de estas designaciones aparentemente negativas, ya que en Andalucía y parte de América cuando un alimento es demasiado dulce se dice que es hostigante, es decir que las consecuencias de su ingestión te perseguirán de manera constante.
Asesinos y cosas de monjas
No sucede lo mismo con matagusano, que sirve para curar problemas digestivos por la cantidad de cáscara de naranja que su utiliza en su elaboración, con matahambre o matagallego, términos con los que se conoce a un dulce de grandes dimensiones o un postre hecho con mazapán, u otros ingredientes y mucho azúcar.
Otros ejemplos que aparecen en la red, en páginas especializadas en repostería, constituyen una alusión a las religiosas en general (pellizco de monja; pedo de monja; suspiro de monja) o a las novicias (tetillas de novicias), quizás porque estas han sido las encargadas de fabricar durante siglo estos platos dulces.
Una vez utilizada esta estrategia irreverente por los hablantes, no es chocante que se emplee en parte de América el término bolas de fraile para el bollo dulce de masa esponjosa, que se fríe y se rellena, por lo común, con crema pastelera.
Postres insultantes
Luego están los que se pudieran considerar insultos, como sucede con el vocablo mexicano tarugo. No hacen alusión a alguien de poco entendimiento, ni a una persona baja y gruesa, sino a un dulce que mezcla azúcar con chile. Algo similar sucede con melindre, nombre que reciben unas pequeñas rosquillas gallegas. Un melindre, en la lengua española, se refiere a la persona que tiene delicadeza afectada y excesiva en palabras, acciones y ademanes, que quizás esté asociada a que este dulce se puede presentar con una gran cantidad de almíbar glaseada o por otra cuestión sociocultural.
Otra estrategia retórica habitual es tomar como nombre del postre un término relacionado con su aspecto, como encontramos en el dulce de Costa Rica llamado arrollado. Otros ejemplos serían corbata; frangollo; retorcido; y tarugo. Al verlos comprendemos perfectamente el origen de su designación.
Y, por último, en nuestro intento de saborear pastelería exótica, debemos atrevernos a comernos un abuelo o un gaznate (México); unas barrigas de vieja (Puerto Rico); un brazo de reina (Chile); además de los dulces fritos llamados picarones en Perú, o los más generales borrachos; brazo de gitano, huesos de santos, etc. Este grupo son, sin duda, los más extraños, ya que es posible que pensemos que estamos más cerca del canibalismo que de la ingestión distendida de un desayuno, comida o merienda.
Las propuestas gastronómicas son una invitación a nuevos sabores y tienen añadida la posibilidad de ampliar nuestro marco de conocimiento expresado a través del vocabulario, que nos ayuda a procesar, organizar y comprender las informaciones y experiencias nuevas.
María-Teresa Cáceres-Lorenzo, profesora e investigadora de la ULPGC, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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