Por Gorka Landaburu
22/07/2017
«A cualquier precio se buscan turistas”. Con este titular de 1974, Cambio16 mostró su preocupación ante unos años difíciles, que iban a llegar con la crisis del petróleo y el tumultuoso final del franquismo, que repercutieron directamente sobre el turismo. Sin embargo, la consolidación de España como destino turístico se sitúa en los años sesenta con la llegada progresiva y masiva de visitantes provenientes de nuestro entorno europeo. Tras la Segunda Guerra Mundial, se vivió un auge económico en todo el continente. Efectos de crecimiento y bienestar social que permitieron a las clases medias adentrarse en el mundo del ocio y de las vacaciones.
España, que también se benefició de las bonanzas de la recuperación económica de esos años, supo adaptarse a estas nuevas circunstancias. Su situación geográfica, climatológica, amplio litoral, variedad paisajística, magnífico patrimonio cultural y con precios más baratos se convirtieron en un gancho inevitable para millones de turistas que vinieron a disfrutar del sol y de la playa.
Si en los años 60 nos visitaron seis millones de turistas hoy se calcula que son más de 80 millones los visitantes que escogen nuestro país para su descanso. Siendo el segundo lugar del mundo por número de turistas.
Esta gallina de los huevos de oro representa el 12% del PIB, con unos ingresos que superan los 24.000 millones de euros. Se han hecho muchos esfuerzos para dotar a España, de unas sorprendentes infraestructuras turísticas cuya variedad le hace más atractiva del sur al norte o del este al oeste.
Otro de los factores que ha permitido a España mantener este puesto privilegiado en materia turística es el terrorismo exterior. La guerra de los Balcanes, la frustrada primavera árabe en el Magreb y el norte de África, la situación en el Medio Oriente así como la crisis económica que vive Grecia han redireccionado a millones de turistas hacia nuestro país.
No obstante, no podemos dormirnos en nuestros propios laureles. Es preciso la renovación de muchas de nuestras infraestructuras que datan de mediados y final del siglo pasado. El impacto que provoca la masificación turística en el litoral y en su ecosistema ha encendido las alarmas en muchos lugares como la costa catalana o Baleares. En Barcelona, que recibe al año cerca de ocho millones de turistas, esta masificación es el primer problema para los barceloneses, mas que el paro y la corrupción.
El turismo salvaje, barato y de borrachera se está convirtiendo en un auténtico problema. La masificación de este turismo descontrolado hace que ese modelo sea insostenible y contraproducente. El Mar Menor ha perdido en pocos años 29 banderas azules y, según los ecologistas, está herido de muerte por una contaminación de sus aguas que ponen en peligro su ecosistema.
No es que nuestro modelo sea caduco pero necesita una renovación y una transformación profunda. Hay que diversificar nuestro turismo y apostar por la calidad. Las nuevas demandas que llegan van a exigir una reordenación de todo el sector.
El sol y playa no han de ser la prioridad. El turismo rural que se viene desarrollando, así como el turismo cultural, tienen que ser promovidos e impulsados con mas provecho. Nuestro turismo no puede convertirse en una burbuja o en un parque temático donde todo vale. Podemos morir de éxito por no haber tomado las medidas a tiempo. Le corresponde al Estado y a las comunidades autónomas esta renovación ineludible e imprescindible. Ellos tienen que asumir las responsabilidades que les incumbe y apostar por un turismo sostenible. Hoy, como hace 40 años, buscamos turistas, pero turistas de calidad.