¿Qué representan para usted los baobabs del libro de El Principito [nuestros miedos más frondosos] de Saint-Exupéry? Quiero sumergirme en la nostalgia de mi niñez de donde brota la más prístina conciencia de nuestra adultez. Releyendo el capítulo XXI de El Principito revivo la maravilla de ese trepidante vocablo en francés, apprivoiser [domesticar] a nuestro juicio mal traducido. Cuando el principito se acercó al zorro, este le respondió: “Mi vida resultará iluminada… si me domesticas [Apprivoiser]. Creo que lo correcto sería decir “si me cautivas”.
Un universo de valores y sentimientos que derrotan todos los miedos que uno siente al ver esos inmensos árboles africanos con forma de botella: los boabads.
Los lazos familiares, de cautivación
Saint Exupéry siendo aviador veía el mundo más elevado, más cercano. Lanza un mensaje: ¿Cuántos amigos conservamos al final de cada viaje, de cada vida? Muy pocos.
Nietzsche nos alerta en su obra Aurora: “El saber supone apartarnos del camino para observar lentamente”. Vamos por la vida con una angustiosa rapidez donde “el tiempo es dinero” y a cuenta de ello sólo apreciamos lo que nos resulta útil –sic-.
La amistad, el valor real de las relaciones humanas, que es saber, toma tiempo si queremos consolidarlas. Los grandes amigos son con quienes construimos intimidad, lazos familiares. Y esos lazos de domesticación, de cautivación, son el afecto, la fraternidad, el gesto desinteresado, el desprendimiento “inútil” [que no tiene valor material].
Domesticar, cautivar, es asegurar, es convalidar, es reafirmar un vínculo a través de la voluntad de compartir felicidad.
Un zorro cautivador
Cuando el principito con recelo y temor se acercó al zorro, este le dijo: ” Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo”.
Domesticar es hacer que lo indiferente se convierta en oro. Es hacer de lo inútil “brisa en el trigo”. Para un país es vital conservar ese sentido familiar que es ver al horizonte y sentir el aroma, textura, sazón y luz de nuestra tierra.
Destruir esos lazos es liquidar el sentido de pertenencia por nuestro gentilicio. El totalitarismo aburre porque sus pasos nos encarcelan en nuestras madrigueras. Solo se conoce lo que uno domestica, dijo el zorro. “Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los comerciantes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres no tienen más amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! [cautívame]”. ¿Alguien nos ha cautivado en Venezuela?
La cultura, el libro, el género humano y los amigos
La cultura es el instrumento dorado para construir lazos identitarios. Montesquieu le da un toque universal. “Si algo afecta a mi familia lo expulso de mi mente; si algo afecta a mi patria lo olvido, y si afecta a Europa, lo consideraré criminal”. Es la diversidad cultural la que enciende el interés de conocernos más los unos a los otros.
La maravilla del género humano es su inteligencia, su saber compartido, lo cual se ha perfeccionado por siglos lentamente. Por eso no nos cazamos como gallinas, sino construimos relaciones domésticas.
—Hubiese sido mejor regresar a la misma hora –dijo el zorro–. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré. ¡Descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón.
Que ilusión produce esperar a un amigo. Por eso es bueno que haya ritos, asentó el zorro.
¿Qué es un rito? –dijo el principito.
“Es algo también demasiado olvidado. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. ¡Entonces el jueves es un día maravilloso! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones”.
García Lorca, en el discurso pronunciado en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal Fuente Vaqueros [1931], dijo: “No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan. Pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos…”
Esto lo había dicho antes Víctor Hugo cuando dijo que el verdadero pan del género humano es la educación, la cultura, el saber, centro de inspiración del universo que es la libertad. Y es la amistad la que hace el saber.
Perdimos el horizonte y la música que nos cautiva
Nos arrebataron de raíz nuestra cultura que es la música que nos cautiva y nos hace construir amigos. El reto es salir de nuestras madrigueras, aunque persistan los pasos de nuestros cazadores. El recuerdo del país vivido -entre amigos- es el motivo que importa.