Por Andrés Tovar
12/10/2017
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De todos los órganos de las Naciones Unidas, la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) puede ser con la que sea más difícil tener algún desencuentro. Fundada en 1946, pretende «contribuir a la construcción de la paz , la erradicación de la pobreza, el desarrollo sostenible y el diálogo intercultural» a través de la circulación internacional de ideas.
Lo más famoso es que protege el patrimonio cultural en todo el mundo, desde la Gran Muralla de China hasta la cultura de la cerveza belga, desde la Alhambra, los caminos de Santiago y El Escorial en España (por sólo mencionar tres de los 30 patrimonios en el país) hasta la tradición del yoga de la India.
Sin embargo, el Departamento de Estado de los Estados Unidos anunció hoy (12 de octubre) que Estados Unidos se retiraría de la membresía de la UNESCO para covertirse en un mero «estado observador», sin cuotas pagadas y sin ninguna contribución a cómo se ejecuta la organización. Actualmente, 23 lugares en los EEUU figuran en la lista de sitios de patrimonio mundial de la UNESCO, aunque no aparece nada estadounidense en la lista de «patrimonio cultural inmaterial» de la organización .
Estados Unidos alega que abandona la organización en protesta por la «parcialidad anti-Israel» de la UNESCO. Podría estar aludiendo al hecho de que Palestina, a la que no se ha otorgado la plena membresía a las Naciones Unidas, es miembro de la UNESCO y que la ciudada cisjordana de Hebrón fue nombrada recientemente un sitio oficial del patrimonio mundial en una declaración de la UNESCO que también llamó Ocupación israelí del territorio ilegal. (Israel, otro miembro de la UNESCO, sostiene que los monumentos antiguos en Hebrón deben considerarse patrimonio judío).
Lo cierto es que esta historia de desencuentros EEUU-UNESCO no es nueva: el país norteamericano ha usado durante mucho tiempo a la UNESCO como escenario de gestos políticos: en 1984, Ronald Reagan retiró a Estados Unidos de la organización, acusándolo de ser pro-soviético, anti-israelí y libre mercado. En 2002, George W. Bush la retornó nuevamente y en 2011, Barack Obama recortó la mayor parte de los fondos estadounidenses a la UNESCO debido al reconocimiento de Palestina por parte de la organización. Estados Unidos no ha pagado sus cuotas a la organización desde entonces, acumulando una deuda de más de $ 500 millones para la organización. En 2013, los EEUU. Perdieron el poder de voto debido a su falta de pago.
Después de Estados Unidos, Israel anunció que se retirará también de la organización.
No es sorpresa
La decisión del presidente Donald Trump no supone una gran ruptura respecto a la línea tradicional de Estados Unidos, plagada de desencuentros con la organización arriba mencionados y sus más recientes críticas a la ONU en general. Desde el Departamento de Estado de EEUU, su portavoz, Heather Nauert, señaló que «esta decisión no se tomó a la ligera y refleja las preocupaciones de Estados Unidos por la necesidad de una reforma fundamental en la organización y la continua tendencia anti-Israel». No obstante, manifestó el deseo de EEUU de seguir colaborando en cuestiones como la protección del patrimonio mundial, la libertad de prensa, la colaboración científica y la educación.
Del lado de la UNESCO, directora general del organismo, Irina Bokova, lamentó «profundamente» la decisión, la cual también fue vista con desazón por varios países, desde Francia a Rusia, a excepción obviamente de Israel, que consideró que la decisión de hoy «es un punto de inflexión». Y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, también «lamentó profundamente» la retirada, «a la luz del gran papel que ha tenido en la Unesco desde su fundación».
El problema, la reforma
Pero hay un escenario mucho más intrincado tras la decisión estadounidense. El problema es que la salida de EEUU no sólo puede ser interpretada como «un golpe al multilateralismo», como han interpretado las naciones desde que se difundió la noticia, sino que además ésta llega en un momento álgido.
La UNESCO está pasando actualmente por importantes dificultades económicas, las cuales se acrecentaron desde que la administración Obama dejó de emitir sus aportes -con la vuelta durante la administración de Bush hijo, EEUU pasó a financiar el 22 % del presupuesto- y existía alguna esperanza de que ese aporte volviera a sus arcas: Irina Bokova aseguró que durante su mandato, pese a la congelación de los fondos, «profundizamos la asociación entre Estados Unidos y la Unesco, que nunca había sido tan fuerte».
Por otra parte, este fin de semana el Consejo Ejecutivo debe elegir a la persona que reemplazará como nuevo director general a Bokova, quien culmina un ciclo de ocho años al frente. Hasta hoy se han celebrado tres rondas de votaciones, y la candidata francesa, Audrey Azoulay, y el candidato catarí, Hamad bin Abdulaziz Al Kawari, se han destacado en cabeza, con la egipcia Moushira Khattab como tercera en discordia.
Estas preocupaciones hacen emerger nuevamente el debate. Ciertamente, la UNESCO y toda la ONU necesita una reforma urgente, tal y cómo lo incluye EEUU en sus argumentos de salida, pero ¿deben esas reformas y la estabilidad presente y futura de la organización estar atadas a un país o a un grupo de países porque, en caso de no estar, se amenaza su estabilidad económica?.
Siendo la UNESCO y la ONU, en su conjunto, organismos tan necesarios en momentos en que la lucha contra el extremismo violento pide una inversión renovada en educación y un diálogo intercultural para prevenir el odio, su estabilidad no pueden a países que en una balanza pese más los intereses internos que la política multilateral.