“Complicaciones del cáncer de páncreas metastásico” es la causa oficial de la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg. Ocurrió el viernes 18 de septiembre por la noche. Tenía 87 años de edad, pero no era la primera vez que se enfrentaba a ese tipo de enfermedad con sus 152 centímetros de estatura y sus 45 kilos de peso.
Fue una mujer de grandes batallas, por su salud y por sus ideas. Fue una gigantesca defensora de los derechos de las mujeres y enemiga acérrima de las injusticias. Y nunca se amilanó. Ahora, después de fallecida, será protagonista por un tiempo en el debate entre demócratas y republicanos para designar su sucesor en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Batallas propias y ajenas, con temple y severidad
Tuvo cinco encuentros con el cáncer, también caídas con costillas rotas y variados problemas respiratorios por unos tumores que le aparecieron en los pulmones. En 2014 le colocaron un stent para despejarle una artería bloqueada, pero siempre mostró su sonrisa agradable, su mirada segura y su equilibrada personalidad serena y severa. Fue la segunda mujer que logró ser magistrada de la Corte Suprema de Estados Unidos. Precisamente, frente a la fachada de estilo neoclásico de su sede, en Washington DC, se congregaron más de mil quinientas personas para despedirla y rendirle tributo. Darle las gracias. Le cantaron canciones de John Lennon, “Imagine” –por supuesto– y también de Woody Guthrie, como “This Land Is May Land”, igualmente el himno nacional y otros cantos patrióticos.
Su fragilidad era solo aparente. Se ejercitaba duro y hasta asombró a su entrenador con su desafiante régimen de entrenamiento cotidiano, además de todas las responsabilidades que asumía en la vida pública y en la privada. Combatió el cáncer casi dos décadas, en 1999 superó uno del colon y casi domina el comienzo del que le apareció en el páncreas. Trabajaba a toda máquina y nunca pensó en retirase, ni siquiera para evitar que un adversario “conservador” ocupara su puesto. Confiaba en la democracia, en la libertad, en la justicia y en el ser humano con criatura ganada para hacer el bien.
Famosa como una estrella de rock era la jueza Bader Ginsburg
La magistrada Ginsburg era de opiniones disidentes y puntiagudas, fuertes y sólidas. Los jóvenes la hicieron una celebridad en Internet. La ungieron como Notorious RBG, en contraposición de un rapero de Brooklyn de nombre Notorious BIG. La imagen se convirtió en una sensación. Las mujeres jóvenes tenían a Ruth tatuada en sus brazos y aparecieron calcomanías y camisetas en las que insistían en que no se podía deletrear la verdad sin Ruth. Casi tan exacto como la ley de gravedad, en inglés “verdad” es “truth”.
Una biografía suya fue best-seller y la película documental sobre su vida, Disiento, fue un éxito de taquilla al igual que una película de Hollywood basada en su primer caso judicial por discriminación sexual.
Reconocer fallos y corregirlos
Tuvo una indiscreción y la reparó. En una entrevista durante la campaña electoral de 2016 llamó farsante a Donald J. Trump y hasta anunció que si ganaba ella se mudaría para Nueva Zelanda. Los progres deliraban, pero la serena severidad se impuso. Visto el alboroto, se disculpó con una nota a la prensa. Dijo que sus palabras habían sido desacertadas, que había cometido un error. “Los jueces deben abstenerse de hacer comentarios sobre candidatos a cargos públicos. Mis palabras fueron un mal consejo y lo siento. En el futuro seré más prudente y circunspecta”, se reprochó.
Trump no se quedó callado y declaró que los desdeñosos comentarios de la magistrada Ginsburg eran inapropiados y que les debía una disculpa a sus colegas de la Corte Suprema. Al conocer el deceso, en un mitin en Minnesota, Trump manifestó su respeto y admiración: “Ruth Bader Ginsburg vivió una vida increíble. Fue una mujer increíble, estuvieras de acuerdo o no con ella. Era una mujer increíble y vivió una vida increíble”.
La veneraban en la facultades de Derecho
Ruth Bader Ginsburg estuvo en Cornell, Harvard y Columbia, donde se licenció en Derecho. En sus primeros años como jurista, combinó la docencia con la lucha como abogada. Era venerada en algunas de las facultades de Derecho más prestigiosas de Estados Unidos. Se hizo respetar en el mundo de los tribunales y de las “causas perdidas” como representante de los derechos de la mujer estadounidense en casos ante la Corte Suprema, en los que representaba a la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. Incluían juicios por discriminación de género, protección igualitaria y el debido proceso.
Después sirvió más de una docena de años en la Corte de Apelaciones para el Distrito de Columbia y en 1993 el presidente Bill Clinton la propuso y el Senado la ratificó por 96 votos contra 3 como magistrada de la Corte Suprema y sucesora de Byron R. White, que había sido postulado por el presidente John F. Kennedy. Los demócratas suponían que al sentarse en el estrado Bader Ginsburg perdería el empuje liberal. Fue lo contrario. Su estrategia desde el primer día fue que se reconocieran las barreras constitucionales que existían en contra de la discriminación por razones de sexo. Su meta era persuadir a la Corte Suprema de que la garantía de igualdad de protección de la 14° enmienda no solo abarcaba la discriminación racial sino también a la sexual.
La leyes para proteger a la mujer pueden tener el efecto contrario
En 1988 dijo que no necesariamente protegían a la mujer las leyes que se hacían con ese propósito, que podían tener el efecto contrario. Fue exitosa en su batalla contra una ley de Idaho que les daba preferencia a los hombres para administrar fincas sobre las mujeres, por la amplia familiaridad de los hombres con ese mundo. También enfrentó la regulación militar que negaba a los esposos de las mujeres militares beneficios que sí recibían las esposas de los soldados. Se asumía que los hombres no pueden depender de sus esposas.
Otro caso fue contra la previsión de la Seguridad Social que asumía que las esposas no eran sostenedoras del hogar, que sus aportes salariales no eran importantes para la familia y con ello deprivaban a los viudos de los beneficios de superviviente.
En 1976, había logrado que se derogara una ley en Oklahoma que permitía a las niñas comprar cerveza a los 18 años, pero requería que los niños esperaran hasta los 21. En 1996, Bader Ginsburg anunció que, con siete votos a favor y uno en contra, la Corte Suprema había encontrado que era inconstitucional que el Instituto Militar de Lexington solo aceptara aspirantes masculinos. Su opinión era clara: “Las generalizaciones sobre la manera de ser de las mujeres y las estimaciones de lo que es apropiado para las mujeres ya no sirven para negar oportunidades a las mujeres con destrezas y capacidades que las colocan por encima del promedio”.
También escribió: “Las inherentes diferencias entre hombres y mujeres son motivo de celebración, pero no de denigración de uno u otro sexo ni de restricciones artificiales”. Y volvió a su propuesta primigenia: “Ningún trato diferenciado debe crear o perpetuar inferioridad jurídica, social y económica de las mujeres”.
Ruth Bader Ginsburg, una jurista de estatura histórica
El presidente de la Corte Suprema, John Roberts, lamentó el fallecimiento de Bader Ginsburg. “Nuestra nación ha perdido a una jurista de estatura histórica. Nosotros en la Corte Suprema hemos perdido a una colega entrañable. Hoy estamos de luto, pero con la confianza de que las futuras generaciones recordarán a Ruth Bader Ginsburg como la conocimos: una incansable y decidida defensora de la justicia”.
Bader Ginsburg ha sido en vida una auténtica leyenda, un ícono del feminismo y la igualdad de la mujer y el hombre. Una visionaria y líder estratégica para quien la igualdad, la equidad y el imperio de la ley no se queden en el ámbito teórico, sino que deben influir positivamente en las instituciones y en la vida de las personas. Su voto, su opinión y sus argumentos jurídicos y constitucionales han sido esenciales en los avances en la igualdad de género, y asuntos sociales tan polémicos como el aborto, el matrimonio igualitario y el derecho de los inmigrantes, donde siempre estuvieron sus raíces.
Nació en Brooklyn, en los años de la gran depresión. Su padre llegó a Estados Unidos con su familia cuando tenía 13 años de edad. Venía de Rusia. Huían de la revolución soviética y de la sanguinaria y cruel guerra civil, de los fusilamientos y el hambre. Tenían una pequeña tienda de sombreros y de abrigos, pero nunca dinero de sobra.
Premio Nobel del Derecho, el galardón de la paz y la libertad
En marzo de 2020, Bader Ginsburg fue galardonada con el World Peace & Liberty Award un reconocimiento que otorgan la World Jurist Association y la World Law Foundation. En el discurso de aceptación insistió en su condición humana y la condición humana de todos los jueces.
«Los jueces somos humanos y la condición natural de la humanidad es la imperfección. Pero a pesar de ser falibles, es nuestro deber sagrado hacer cumplir la ley y administrar la justicia con equidad a todas las personas, sin importar cuán poderosas o pequeñas sean. En los años que me queden como magistrada de la Corte Suprema de los Estados Unidos me esforzaré por hacer esto precisamente”.
En julio pasado anunció que el cáncer del páncreas había regresado. Sin embargo, se resistió a separarse de sus deberes. Prometió que iba a seguir en la Corte Suprema mientras su salud lo permitiera. “A menudo he dicho que seré miembro del tribunal mientras pueda hacer el trabajo a toda máquina. Todavía sigo siendo capaz de hacerlo”, aseguró.
Otra lucha comienza. Ante el anuncio del senador Mitch McConnell de que el nominado por Trump a la Corte Suprema tendrá el voto del Senado, los «progre» de la NPR perifollaron que días antes de su muerte Bader Ginsburg le dictó una declaración a su nieta Clara Spera, que decía: “Mi deseo más ferviente es no ser sustituida hasta que un nuevo presidente asuma el poder”. Trump también reaccionó. Considera su obligación nombrar un candidato antes de las elecciones del 3 de noviembre, por tanto instó al Senado a proceder “sin demora” con el relevo de la jueza Ginsburg. Empieza otro capítulo.
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