Las grandes petroleras del mundo, en mayor o menor medida, están reorientando sus negocios hacia la generación de energías limpias. Contrariando la tendencia global, Rusia está acelerando la marcha en la exploración y explotación de yacimientos de petróleo y gas en el Ártico.
Los hidrocarburos cubren un tercio del presupuesto de ese Estado y representan la mitad de sus exportaciones. Además, los ingresos del petróleo y el gas, destinados a Europa, son un importante aporte de divisas e impuestos para Rusia. Más aún, esta fuente de energía mantiene a flote a Vladimir Putin a pesar de las sanciones occidentales.
Mientras el jefe del Kremlin avanza en su propósito de explotar los yacimientos que se encuentran bajo la capa de hielo del Ártico, la Agencia Internacional de Energía hace uno de los llamamientos más contundentes respecto al crudo. La AIE advierte que la producción y explotación de petróleo y gas deben detenerse cuanto antes. Y las centrales eléctricas de carbón deberán cerrar antes de 2030.
Esto, argumenta la autoridad energética, con el fin de limitar el calentamiento global y cumplir con la neutralidad climática para 2050. Sin embargo, las autoridades rusas parecen obviar ese emplazamiento.
El Servicio Geológico de Estados Unidos estima que la región del Ártico podría contener el 16% de las reservas mundiales de petróleo y el 30% de las de gas. Como si fuera poco, el deshielo de la corteza glaciar también está abriendo una nueva vía marítima. Se trata de un avance bienvenido por quienes pretenden explotarla, ya que reduce considerablemente el tiempo y, por tanto, el coste del transporte.
Rusia atesora petróleo en el Ártico y EE UU está atento
La cumbre ministerial del Consejo Ártico, en Reikiavik (Islandia), acercó por primera vez a voceros de los gobiernos de Biden y Putin. El secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken y el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov se reunieron.
La agenda a tratar es muy amplia. Temas bilaterales e internacionales, como la actual escalada bélica entre Israel y las milicias palestinas en Gaza. Y las negociaciones sobre el acuerdo nuclear con Irán, del que EE UU se salió en 2018. El calentamiento global y los retos ambientales.
También se prevé que aborden temas relacionados con el Ártico. Después de que EE UU acusara a Rusia de intentar militarizarlo y de presentar «reivindicaciones marítimas ilegales». Y, por otro lado, Moscú expresara su preocupación por la «ofensiva» de la OTAN en la región, y defendiera su derecho a asegurar que la costa rusa sea segura.
«Todo el mundo sabe que este es nuestro territorio, nuestra tierra. Tenemos la obligación de mantener la costa del Ártico protegida. Todo lo que Rusia está haciendo es absolutamente legal», dijo Lavrov.
Blinken, por su parte, mostró su preocupación «sobre algunas de las recientes actividades militares rusas en el Ártico. Eso aumenta el peligro de accidentes y faltas de cálculo. Y socava el objetivo compartido de un futuro sostenible y pacífico para la región. Por eso debemos estar vigilantes».
Medios rusos dejan entrever una posible cumbre bilateral entre Biden y Putin. Inclusive asoman que podría realizarse en junio.
Objetivo, cálculos y rendimientos por encima del clima
El avance actual de Rusia hacia su meta por obtener más petróleo y gas con las explotaciones en el Ártico, gira en torno a sus planes futuros.
Rusia espera convertirse en un actor importante de Gas Natural Licuado (GNL) en 15 años. Tanto, que supere en producción a los dos líderes actuales, Australia y Qatar. El principal contratista de este megaproyecto es el gigante ruso Rosneft que está vendiendo parte de sus yacimientos en el sur del país para financiar 130.000 millones de dólares. El Estado ofrece exenciones fiscales para atraer a los inversores rusos y extranjeros.
Entretanto, a Moscú parece no preocuparle las consideraciones ecológicas y ni quedarse sin clientes debido a la electrificación masiva de la economía. En un momento en que los competidores se están pasando a la energía verde, seguirá habiendo una gran necesidad de energía convencional en los países asiáticos y africanos. Serán más lentos en descarbonizar sus economías
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