Álvaro Fontana, director ejecutivo de SOS Discriminación
El derribo del avión del presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, el 6 de abril de 1994 sobre la capital Kigali, provocó un baño de sangre a un nivel jamás visto antes. Alrededor del 85% de los ruandeses son hutus, pero la minoría tutsi ha dominado durante mucho tiempo el país. En 1959, los hutus derrocaron la monarquía tutsi y decenas de miles de tutsis huyeron a países vecinos, incluida Uganda.
En las últimas décadas del siglo XIX Ruanda fue gobernada por reyes tutsis y por lo tanto el término tutsi era cada vez más utilizado para describir a un grupo superior en su conjunto. Ya los belgas consideraban que los tutsis eran superiores a los hutus. Como era de esperar, los tutsis fortalecieron la idea, y durante los siguientes 20 años disfrutaron de mejores empleos, cargos gubernamentales y oportunidades educativas que sus vecinos relegados.
Pasaron años hasta que un grupo de exiliados tutsis formó un grupo rebelde, el Frente Patriótico Ruandés (RPF), con el que invadió Ruanda en 1990 y la lucha continuó hasta que se llegó a un acuerdo de paz en 1993. Pero esta guerra fue el prolegómeno del genocidio. La noche del 6 de abril de 1994, un avión que transportaba al entonces presidente Juvénal Habyarimana y su homólogo de Burundi Cyprien Ntaryamira, ambos hutus, resultaron muertos, igual que el resto de los pasajeros y tripulación. Inmediatamente los hutus culparon al RPF y comenzaron una campaña de matanza organizada.
El RPF dijo que el avión había sido derribado por hutus para proporcionar una excusa para el genocidio.
Este mismo presidente había suavizado la relación y el concepto de los tutsi como raza en los años 60, como testificaron muchos ruandeses, que generalmente había trabajado para un mejor entendimiento entre hutu y tutsi.
Desde la época colonial existían actos como los de la mutilación de la nariz de una víctima como forma de «racialización» europea del cuerpo humano. Esta radicalización de las diferencias entre grupos es en parte explicable a partir de la naturaleza de la dominación de las potencias coloniales, sobre todo en el caso de Bélgica y Alemania.
Los belgas, en un intento de alianza con la facción tutsi, los beneficiaron sobre el resto de la población. Fueron los únicos con derecho a acceder a la educación occidental. Fue tal el resentimiento generado en la población hutu, ampliamente mayoritaria, que desde la independencia en 1962 y durante las primeras presidencias, la persecución a la población tutsi fue atroz y sanguinaria. Miles de tutsis emigraron a países limítrofes como Burundi o Uganda.
Control y represión internas
Fue Bélgica el país que también ayudó a conformar el ejército ruandés. De abrumadora mayoría hutu, se creó bajo los parámetros de la doctrina de la “guerra revolucionaria” aplicada por franceses y belgas en el continente africano para combatir los movimientos de liberación nacional. Todo ello a través de unidades móviles relativamente autónomas con espacios geográficos de intervención determinados, abocadas al control y la represión internas.
En 1964, en el marco de un levantamiento tutsi contra la represión gubernamental, se llevó a cabo una primera gran matanza que, a la postre, sería un prototipo del genocidio que vendría 30 años después. Allí se crearon las “autodefensas civiles”, una especie de milicias populares parapoliciales que respondían ante el gobierno. Alrededor de 15.000 personas fueron asesinadas.
En 2002 fue creada la Corte Penal Internacional, mucho después del genocidio de Ruanda, por lo que no pudo juzgar a los responsables. En cambio, el Consejo de Seguridad de la ONU estableció el Tribunal Penal Internacional para Ruanda en la ciudad tanzana de Arusha para enjuiciar a los cabecillas. Se encargó de investigar los sucesos del genocidio y de presentar cargos contra las personas responsables de que ocurriera aquel horror.
El TPIR ha acusó a 95 personas, incluido un primer ministro interino de Ruanda y los dos hombres que dirigían la estación de radio hutu que incitó al genocidio. Los juicios comenzaron en 1997 y se suponía que terminarían en 2004, pero los cambios en los mandatos de la corte llevaron a varias extensiones de su fecha límite.
El genocidio había terminado, con la presencia de milicias hutus en la República Democrática del Congo, que habían protagonizado años de conflicto, causando hasta cinco millones de muertes. En los últimos años el actual gobierno, liderado por tutsis de Ruanda, ha invadido dos veces a su vecino, señalando que quiere eliminar a las fuerzas hutus. Allí grupos rebeldes tutsis congoleños permanecen activos, negándose a abandonar las armas, diciendo que de lo contrario su comunidad estaría en riesgo de genocidio.
La tragedia fue una acción planificada y promovida, producto de un concepto étnico del enemigo, con el que la población se había enfrentado sistemáticamente a través de los medios de comunicación desde principios de la década de los 90, e iniciada por fanáticos hutus. Los hutus impulsaron un escenario de amenazas étnicas en el que la existencia misma de la población hutu fue supuestamente amenazada por los tutsis que reclamaban su derecho de poder al amparo de la tradición histórica.
La independencia del país cambió por completo el equilibrio de poder dentro de la sociedad ruandesa: mientras que los tutsis habían sido privilegiados durante la época colonial, en ese momento se les negaba el acceso a cualquier forma de participación política y social.
El genocidio ruandés deja al descubierto claramente cuáles fueron las ideologías racistas que guiaron la mano de los ejecutores y ha demostrado que el genocidio fue un intento de convertir la concepción étnica de la sociedad de Ruanda.
El país acoge habitualmente actos en la capital, Kigali, y la práctica totalidad de las localidades del país, si bien en esta ocasión han estado limitados a un discurso del presidente, Paul Kagame, tras su visita al Memorial del Genocidio junto a su esposa y una pequeña delegación. En su discurso, el mandatario ha destacado que es muy difícil expresar lo que está en los corazones y mentes de la población en el aniversario del genocidio, que ha descrito como especialmente desafiante…
Raphael Lemkin, el promotor de la Convención de Genocidio de 1948, entendía que el genocidio se podía prevenir, advirtiéndonos que era más probable que ocurriera un genocidio donde había racismo y que cuanto más extremo fuera el racismo, más probable sería que ocurriera un genocidio.
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