Por Jon Pagola
11/06/2017
Este mundo no está hecho a medida de Ron Sexsmith. La sensibilidad nunca será un fenómeno viral, mientras que un gato haciendo ganchillo puede llegar a tener millones de reproducciones. Después de publicar 12 discos inmaculados de artesanal música pop, sigue siendo un artista mucho más desconocido de lo que merece su currículum.
Es la eterna promesa, el jugador del equipo que, pese a su indiscutible talento, lleva toda la vida chupando banquillo. ¿Cómo es posible? ¿Por qué no se le han abierto las malditas puertas del éxito? ¿Dónde se ha metido la “señora Suerte” de Gold In Them In Hills? Qué más da. Ron ya no canta sobre el oro en las montañas que se encuentra al final de los días de mierda y las factura apiladas. Fíjate en la portada de su nuevo trabajo, The Last Rider. Ahora parece aceptar, resignado, que su lugar y su tiempo son otros muy remotos. Es un señor con bata roja en un ágape romano. El último de una estirpe de cantautores clásicos que no espera un golpe de suerte. O sí.
El caso es que ya no tiene nada que demostrar ni está en edad de agradar a nadie. A sus 53 años ha incluido un total de 15 canciones y no las 10 o 12 de turno que marca la industria. Porque le da la gana. Porque sí. Con una duración de unos tres minutos por tema, no hay tiempo para que te aburras o quieras pasar de canción en The Last Rider. La despedida, con Man At The Gate (1913) -de nuevo una referencia al pasado- alcanza los 4:09 minutos y es la más larga de todo el lote.
Estamos de nuevo ante un disco para corazones sensibles y perfiles románticos, pero no solo; tiene un sabor agridulce con puntos juguetones y una fina ironía que recorre el álbum de cabo a rabo. Como Neil Hannon, el ocurrente líder de la banda The Divine Comedy, en un día de sol y nubes.
Por primera vez en su carrera ha decidido autoproducir un disco junto a Don Kerr, su mano derecha. Dice que no lo tenía planeado, pero que en el proceso de grabación se dio cuenta de que se le daba mejor de lo que pensaba. Hasta ahora, ha confesado con guasa, no se había atrevido a meter mano a sus canciones por si a alguno no le gustaba el resultado. Siempre podría decir que no lo había producido él.
Sea como sea, los mejores momentos siguen siendo los mismos de siempre, cuando sus canciones te transportan a un oasis de paz y dulce sosiego. Worried song no te encoge el corazón como Gold In Them In Hills, pero es preciosa, una balada marca de la casa. Tres íntimos minutos que pueden recordar a Paul McCartney o Elvis Costello, dos de los clásicos referentes del músico canadiense. En cambio, cuando sube de marcha te ves a bordo del National Express transatlántico de The Divine Comedy (Breakfeast Ethereal, Evergreen, Radio) o en una canción de Ray Davies, Midlake o hasta Rufus Wainwright.
Ahora olvida las referencias. Siéntate en el sofá de casa y escucha tranquilamente la voz de Ron Sexsmith después de un ingrato día de trabajo. Sírvete una copa de vino, una cerveza, un gin-tonic o un vaso de agua. Y déjate llevar.