Por Natalia Lobo
04/06/2018
Los porteros y defensas contrarios seguro sufrían un mini infarto cuando les tocaba jugar contra Romario. No era para menos. Aunque no es muy alto, medía 1,67, Romario era imparable. El brasileño era tan incisivo en la cancha como lo era fuera de ella, siempre destacando tanto por sus goles imposibles como por sus palabras. Si Romario decía que iba a “acabar” al equipo contrario, él salía a la cancha a acabar con el rival. Así de simple.
Así lo vivió Uruguay cuando Romario regresó a la selección para el último partido de clasificación al Mundial de Estados Unidos 1994. La canarinha no había hecho una buena eliminatoria y necesitaba una victoria sobre los celestes para viajar a Norteamérica. Romario no había sido convocado debido, precisamente, a su actitud rebelde: se quejó públicamente de no haber jugado un amistoso con la selección. Carlos Alberto Parreira, el seleccionador de aquél entonces, no iba a tolerar esas faltas de respeto. Ni siquiera aunque fueras Romario. Sin embargo, el entrenador tuvo que tragarse sus palabras (y su orgullo) y convocar al delantero del FC Barcelona.
“Sé lo que va a pasar mañana, voy a acabar a Uruguay”. Dicho y hecho. El 13 de septiembre de 1993, Romario salió al Maracaná y marcó los dos goles que le dieron la victoria y el pase mundialista a la canarinha. En el segundo gol dejó al arquero de Uruguay tirado en el césped con un control y terminó la jugada con un tiro cruzado a la red. Fue una muestra de rapidez, fuerza e inteligencia. Todo en un único gol.
El goleador del Mundial 1994
Al año siguiente, Romario tenía su lugar bien asegurado en el Mundial. El delantero fue una muestra de virtuosismo tras otra. Junto a Bebeto, conformó un ataque inolvidable que le valió a Brasil su cuarto campeonato del Mundo.
Romario marcó cinco goles en siete partidos y obtuvo la Bota de Oro de aquella edición. Anotó ante Rusia, Camerún y Suecia en la fase de grupos; dio la asistencia ante Estados Unidos en los octavos, marcó ante Holanda y Suecia en cuartos y en semis respectivamente. En la final no pudo marcar gracias a la genial actuación del defensa Franco Baresi. Tal vez, el único que pudo detenerlo. Sin embargo, convirtió su penal en la tanda decisiva.
Lastimosamente, la indisciplina pudo más que el talento de Romario. En 1998, el delantero no pudo jugar debido a una lesión muscular y en el 2002 ya había pasado su momento (contaba con 36 años). Pero su brillantez ofensiva gracias a su fuerza, su talento y su inherente rudeza hizo que ningún aficionado pudiera olvidar a Romario, el indetenible. El Mundial de 1994 le bastó para convertirse en una de los grandes jugadores de la competición.