¿Cómo explicar el hecho de que los humanos puedan matarse unos a otros pero también realizar actos de inmensa bondad? ¿Está un lado de nuestra naturaleza destinado a vencer al otro? Estas preguntas han pasado por la mente de Robert Sapolsky, catedrático de biología y neurología en la Universidad de Stanford. Cree tener una respuesta, aunque controvertida: «No hay libre albedrío». Sí, se refiere al sustento de la libertad, decidir por cuenta propia.
Sapolsky, científico, escritor y conferencista, se destacó inicialmente como primatólogo. Investigó en Kenia los babuinos salvajes y reveló cómo las complejas interacciones sociales de estos primates les generan estrés y cómo les afecta su salud. Luego cambió su enfoque hacia la neurociencia y se dedicó a estudiar el comportamiento en diversas especies animales, incluidos los humanos.
Recientemente señaló que prácticamente todo el comportamiento humano está fuera de nuestro control. En otras palabras, está firmemente convencido de que el «libre albedrío» no existe, sin excepciones. «No somos ni más ni menos que la suma de lo que no podemos controlar: nuestra biología, nuestro entorno y sus interacciones», asegura Sapolsky en New Scientist.
¿No tomamos decisiones libremente en cada momento de nuestras vidas y elegimos hacer ciertas cosas sobre otras sin ninguna influencia externa directa?
La posición de Sapolsky plantea interrogantes éticas complejas que desafían la noción de responsabilidad individual y culpa en acciones perjudiciales. Si su perspectiva es aceptada, podría implicar que las personas carecen de un control real sobre sus acciones y, por ende, no pueden ser consideradas culpables de sus malos actos. Sin embargo, Sapolsky ofrece una respuesta distinta a este supuesto «problema».
¿No existe el libre albedrío?
Robert Sapolsky es autor de varios libros, entre ellos Compórtate: La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos y El mono enamorado y otros ensayos sobre nuestra vida animal. En su última publicación Determinado: una ciencia de la vida sin libre albedrío, el científico profundiza en sus reflexiones y observaciones sobre este concepto. Refuta los argumentos biológicos y filosóficos a favor del libre albedrío, sosteniendo que son los acontecimientos cerebrales previos, en interacción con un entorno específico, los que determinan el comportamiento.
Afirma que no hay agentes libres, sino que la biología, las hormonas, nuestra infancia y las circunstancias de vida convergen para generar acciones que sentimos que son nuestra elección.
Sapolsky reconoce que se trata de una afirmación provocadora. No pretende que los lectores lo acepten, se conforma con que los lectores comiencen a cuestionar esa creencia inmersa en el discurso cultural. «Eliminar el libre albedrío es especialmente difícil. Atenta por completo contra nuestro sentido de identidad y autonomía y de dónde obtenemos propósito”, afirmó,
Sapolsky señaló algunas implicaciones importantes. «Sin libre albedrío, nadie podría considerarse responsable de su comportamiento, bueno o malo. Ve esto como “liberador” para una mayoría de personas para quienes la vida ha girado en torno a ser culpadas, despojadas e ignoradas por cosas sobre las que no tienen ningún control”, asentó.
Las decisiones, la suma de factores
La definición tradicional del libre albedrío se refiere a la potestad que el ser humano tiene de obrar según considere y elija. Implica que las personas tienen libertad para tomar sus propias decisiones, sin estar sujetos a presiones, necesidades o limitaciones o a una predeterminación divina. «Una definición totalmente inservible», insiste Sapolsky.
Explicó que cuando la mayor parte de las personas cree que están utilizando el libre albedrío a lo que se refieren es que tenía la intención de hacer lo que hizo, entendían las consecuencias y sabían que había otros comportamientos alternativos. «Pero la intención no sirve para explicarlo el libre albedrío ni remotamente. Tenemos que preguntarnos ¿de dónde salió esa intención?, fue algo que ocurrió un minuto antes, en los años previos, y todo lo que hay en medio», dijo a The New York Times.
Explicó que para que haya ese de libre albedrío tendría que funcionar a un nivel biológico independiente de la historia de esa persona. «Podrías identificar las neuronas responsables de un comportamiento determinado sin importar lo que estuviera haciendo otra neurona del cerebro. También saber cuál fue el entorno, cuáles fueron los niveles hormonales de la persona y en qué cultura fue criada. Si me demuestran que esas neuronas harían exactamente lo mismo en caso de que todas estas otras cosas cambiaran, entonces me habrían demostrado el libre albedrío”, aseguró.
Así, escoger un camino u otro o elegir una ropa u otra no sería una decisión que toma la persona. “Los estudios demuestran que cuando estamos sentados en una habitación que huele horrible, las personas nos volvemos más conservadoras en términos sociales. En parte tiene que ver con la genética: los receptores olfativos; con la infancia: qué condicionamientos tuvieron para ciertos olores. Todo afecta el resultado, la la actividad de una neurona», afirmó.
Acciones condicionadas
A Sapolsky no parecen preocuparles las numerosas contradicciones de su planteamiento teórico. Ni le interesa defender en detalle cada punto de su idea. Su intención es esbozar una imagen amplia de cómo sería un mundo en el que entendiéramos que nuestras acciones cotidianas están mucho más condicionadas de lo que tendemos a creer, tanto individual como socialmente.
En este contexto, mientras algunos sostienen que aceptar nuestra falta de libertad podría convertirnos en monstruos morales, Sapolsky argumenta apasionadamente que en realidad es una razón para vivir con profundo perdón y comprensión. Para ver «lo absurdo que es odiar a una persona por cualquier cosa que haya hecho».