Por Magdalena Tsanis | Efe
05/10/2016
El famoso Beso de l’Hôtel de Ville o sus retratos de Picasso son sólo la punta del iceberg de la producción fotográfica de Robert Doisneau. Sus hijas han seleccionado 110 de sus mejores instantáneas para la exposición «La belleza de lo cotidiano», que se inaugura este jueves en la Fundación Canal de Madrid.
Vendedoras de mercadillo, parejas de romería, obreros, bailarines o viajeros en un tren protagonizan la sección principal de la muestra, en blanco y negro, dedicada a sus retratos de la vida en París y suburbios, y que refleja un idealismo impregnado de cierta tristeza.
«Mi padre fotografiaba el mundo como él lo soñaba, no como era realmente», ha explicado a los periodistas su hija y asistente durante 16 años Anette Doisneau, que ha comisariado la muestra junto a la otra hija del fotógrafo, Francine Deroudille.
«Pero siempre había un poso de tristeza, porque él tuvo una infancia triste, perdió a su madre de pequeño y su padre se casó con otra mujer que era una bruja», ha precisado.
A veces trabajaba por encargo y otras simplemente caminaba mucho y se apostaba en un lugar a esperar a que algo sucediera. «Era muy paciente, podía pasarse horas esperando», ha subrayado.
La segunda parte de la exposición, que abarca 45 años de creación, entre la década de los 20 y los 70, descubre una faceta menos conocida de Doisneau, a través de la serie «Palm Springs 1960», repleta de ironía y de colores pastel.
Se trató de un encargo de la revista Fortune que lo envió a América a fotografiar campos de golf y piscinas, refugio de jubilados millonarios en pleno desierto de Colorado. «Llegar a América para mi padre fue como llegar a Marte», ha dicho su hija.
Nacido en la localidad francesa de Gentilly el mismo día en que se hundió el Titanic, el 14 de abril de 1912, Doisneau decidió dedicarse a la fotografía en 1929, aunque la fecha determinante en su formación fue 1931, cuando conoció al fotógrafo y escultor André Vigneau, quien le abrió las puertas de ese mundo.
«Al principio solo fotografiaba objetos, porque era muy tímido», ha explicado su hija. «Después empezó con los niños y tardó años en atreverse con los adultos, no veréis ningún adulto en sus fotos de los años 30».
Anette Doisneau lo describe también como extremadamente perfeccionista. «Nunca estaba contento con su trabajo. Cuando regresaba al taller siempre hablaba de la foto que no había podido hacer, que se le había resistido», asegura.
La única excepción, Mademoiselle Anita (París, 1951), un retrato de una mujer sentada en un reservado en un salón de baile, en la que su belleza y elegancia -con un vestido negro palabra de honor y un collar de perlas- contrastan con su pose alicaída y su mirada oblicua.
Sobre la famosa imagen de «el beso», icono de la posguerra y una de las más reproducidas de la historia, ha recordado cómo le amargó a su padre en sus últimos años de vida.
En 1988, cuando Doisneau tenía 76 años, una revista francesa publicó la imagen preguntándose quienes eran esos jóvenes que se besaban. Hasta entonces se creyó que era una foto espontánea pero hubo quien le llevó a juicio y la historia real salió a la luz.
«A mi padre le habían advertido sobre el tema de los derechos de imagen, por lo que acudió a la Escuela de Comediantes de París para buscar modelos y se ofrecieron Francoise Delbart, de 20 años y Jacques Carteaud, de 23 años, novios en la vida real». Más tarde fue la propia Delbart quien lo llevó a juicio. «Ganamos pero fue duro», ha recordado su hija.
El testimonio de Carteaud, y el resguardo del pago a los actores, que el fotógrafo conservaba, fueron decisivos para ganar, pero la polémica trastocó la salud de Doisneau, que falleció seis años después, a los 81 años.