Al igual que los migrantes que desde África y Oriente Medio se lanzan al Mediterráneo, miles de salvadoreños, hondureños, guatemaltecos y mexicanos hacen lo mismo al intentar cruzar el extenso río Bravo como lo nombran en México o Río Grande como lo denominan en Estados Unidos.
Con 3.034 kilómetros de longitud es el tercer río más largo de América del Norte tras el Misuri y el Misisipi. Fluye en dirección sur/sureste a través de Colorado y Nuevo México hasta llegar a la ciudad de El Paso, en el estado de Texas. En su recorrido, la corriente de agua baña los estados mexicanos de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.
A los pies de los 1.800 kilómetros de frontera hidrográfica, decenas de personas se preparan diariamente para cruzar el río Bravo y entregarse a las autoridades estadounidenses y pedir asilo. Algunos de ellas llegaron de Honduras en una de las tantas caravanas que desde octubre del pasado año se desplazan hacia la frontera con México para intentar alcanzar el sueño americano.
Enfrentar al río Bravo antes que una deportación
Sofía Cardona es una migrante hondureña. A finales de 2018 su hermano fue asesinado y amenazas de muerte en su contra la llevaron este año a huir de su país.
«No miramos avances del Gobierno mexicano (para entregar visas). Pronto nos van a echar de aquí y no tenemos a dónde ir. Si no es hoy será mañana, pero sí nos vamos a tirar por el río Bravo», dijo esta mujer, una de las tantas que con su familia, hijos en brazos y pocas pertenencias han abandonado el albergue de Piedras Negras, en el norteño estado de Coahuila.
Desafiando las corrientes del río, familias enteras con sus hijos en brazos y pocas pertenencias, abandonaron el albergue de Piedras Negras, en el norteño estado Coahuila, para lanzarse a una nueva travesía en la que algunos han sido detenidos por agentes estadounidenses o por la policía mexicana.
Según la periodista Lizbeth Díaz, de la agencia Reuters, el número de personas que intentaron cruzar el Río Bravo para acceder a Estados Unidos se elevó en los últimos días. En algunos casos eran detenidos por agentes estadounidenses o bien devueltos a México por la policía.
«Mi esposo tiene miedo pero no queremos que nos deporten a Honduras. Hemos pasado por tantas cosas que pensar en volver me dan ganas de llorar«, agregó Cardona, quien viaja con sus hijos de 11 y 14 años.
Arrecian las medidas contra los indocumentados
Mientras tantos como Sonia y su familia ven el cruzar el Río Grande como su última esperanza de llegar a Estados Unidos e iniciar su proceso legal, el presidente de Estados Unidos Donald Trump arrecia las medidas contra los inmigrantes ilegales. En su discurso refuerza constantemente su propuesta de ampliar el muro que divide a su país de México.
La negativa del Congreso de aprobar sus 5.700 millones de dólares para ayudar a su construcción ocasionó el cierre parcial por 35 días de las operaciones del Gobierno federal. Para este sábado 15, el líder republicano había anunciado otro cierre parcial de la Administración, pero al parecer se llegó este lunes a un principio de acuerdo con los demócratas.
I want to thank all Republicans for the work you have done in dealing with the Radical Left on Border Security. Not an easy task, but the Wall is being built and will be a great achievement and contributor toward life and safety within our Country!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) February 13, 2019
Sin embargo, pese a sus recurrentes mensajes la migración no ha parado. Más bien pareciera que aumenta día a día. Centenares son los centroamericanos que se encuentran varados en las ciudades mexicanas fronterizas de Tijuana y Piedras Negras.
«Si no fuera porque vengo con mis hijos ya me habría tirado (al río Bravo), pero no es tan sencillo. Tengo que esperar», dijo Osvaldo López, un migrante salvadoreño que busca asilo para él, su esposa y sus dos hijos.
Para más información visite Cambio16
Lea también:
La frontera con México enfrenta a gobernador de California con Trump