«Dondequiera que quemen libros, también, al final, quemarán seres humanos». Con ese epígrafe de Heinrich Heine comienza el libro de Richard Ovenden. Quemar los libros: una historia de la destrucción deliberada del conocimiento es casi una obra en la que defiende con pasión la santidad del conocimiento expresado a través de la literatura y que reposa en las bibliotecas.
No podía ser de otra manera. Richard Ovenden ha trabajado en la biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford desde 2014. Está a cargo de los 13 millones de volúmenes de la institución y de incontables archivos, manuscritos y material impreso. Tan solo es el vigésimo quinto de los bibliotecarios de Bodley, como se les conoce, desde 1599.
La tesis de su obra es que los libros pueden ser destruidos, literalmente, como lo hicieron los nazis. O simbólicamente, cuando no están disponibles sus contenidos o se les roba la autoridad sistemáticamente. Como afirma, en una era de tantas noticias falsas y «hechos alternativos» es difícil no concluir en que «la verdad misma está siendo atacada».
De la biblioteca a Quemar los libros
Cuando una persona desea ingresar en la biblioteca Bodleiana, como lector está obligado a hacer una declaración formal de cómo se comportara. Deben prometer que no sacarán ningún libro, ni lo dañarán de ninguna manera, ningún volumen, documento o cualquier otro objeto. Además, está prohibido encender cualquier fuego o llama dentro del recinto. El principio siempre ha sido la preservación de los libros.
El trabajo que Ovenden ha hecho en este santuario de la literatura no ha pasado desapercibido. Ha recibido elogios por su enfoque altruista y progresista; además, fue él quien recibió la decisión de Alan Bennet de donar su archivo a la Bodleiana en 2008.
Justamente su ímpetu por escribir el libro nació del conocimiento y la experiencia que ha ido recolectando durante su paso por el mundo bibliotecario. Allí quiso expresar el enojo por la forma en la que bibliotecas y archivos, que alguna vez fueron repositorio reconocido de conocimiento, han sido marginados.
Un hecho que contrasta claramente con la veneración y respeto que han expresado los bibliotecarios y archiveros en épocas anteriores. Lo que se ha conservado con el paso de los años es sorprendente. La Gran Biblioteca de Alejandría, por ejemplo, que se puede comparar con la Bodleiana en prestigio e historia, alberga títulos de académicos como Apolonio de Rodas y Aristófanes de Bizancio.
Pero es una labor que no ha escapado de los ataques. En su obra Ovenden recuerda cómo a lo largo de la historia las bibliotecas y los archivos han sido atacados. En ocasiones, los bibliotecarios y archiveros han arriesgado y perdido la vida por preservar el conocimiento. Es casi una tarea heróica mantener el conocimiento de una época o sociedad; incluso cuando no todo puede o debe mantenerse, como apunta Ovenden, porque es económicamente insostenible.
Un recorrido por la historia
La travesía comienza con Jenofonte, el general griego, observando las ruinas de las ciudades de Nimrud y Nínive y termina con una mirada cautelosa hacia el futuro del archivo digital. Lo que pareciera ser la única solución para preservar el conocimiento de la sociedad; igualmente susceptible a ataques de datos.
Pero entre un punto y otro, Ovenden se ocupa de llenar el camino de cuentos y anécdotas que aportan contexto. Entre ellos se descarta como ficción la historia de la nivelación de la Biblioteca de Alejandría. En lugar de un evento cataclísmico, Ovenden lo describe como una advertencia sobre el peligro del «declive progresivo, a través de la falta de financiación, baja priorización y el desprecio general por las instituciones que preservan y comparten el conocimiento».
Es una preocupación real en el mundo de hoy, ante los cientos de biblotecas que se han visto obligadas a cerrar durante la última década por los recortes de las autoridades locales. Algo que probablemente Ovenden relacionaría con el impulso universal y el deseo ignorante de querer destruir el conocimiento. Un problem en el mundo antiguo y en el de hoy.
El libro que angustia e ilumina
La obra de Ovenden es seria y erudita. No deja espacio para muchos momentos de frivolidad, aunque sí transmite su pasión y autoridad en cada una de las páginas. Escribe sobre la profanación de bibliotecas de las abadías en la Reforma, que él llama «en mucho sentidos, uno de los peores períodos de la historia del conocimiento» y sobre grandes cantidades de libros y manuscritos de valor que se tratan igual que el papel de desecho.
Una respuesta a esto fue justamente lo que hizo Thomas Bodley cuando estableció la biblioteca en Oxford que lleva su nombre. Un espacio para resguardar el conocimiento, «un arca para salvar el aprendizaje del diluvio», como lo llamó Francis Bacon.
Aunque esta no fue la primera colección de manuscritos y libros en la ciudad, que muchos de ellos se perdieron en el siglo XVI bajo órdenes de Eduardo VI, una determinación hizo que fuera un lugar casi único que todavía permanece y que resalta Ovenden cuando hace una descripción del manuscrito que considera como el más grande de la Bodleiana. Se toma un espacio para explicar de forma evocadora lo que despierta en él el Romance de Alexander.
«Incluso después de diecisiete años en la Bodleiana, este volumen todavía envía un escalofrío de placer por mi columna vertebral», describe el autor. Es una sensación sensorial la que experimenta cuando observa los pigmentos que iluminan las páginas, combinado con el guion y el sonido que hacen las hojas del pergamino cuando se pasan.
Pero en Quemar los libros: una historia de la destrucción deliberada del conocimiento hay más. A su vez también es una experiencia que angustia e ilumina; lo primero porque Ovenden esboza a la humanidad en su peor momento filisteo a lo largo de la historia, sobre todo en los capítulos donde habla sbre la profanación de los nazis y durante la guerra de Irak. Lo segundo, lo esclarecedor, tiene que ver con la celebración que le hace a figuras como Bodley, quienes apreciaron la palabra escrita y trabajaron en su preservación como un objetivo civilizado en sí mismo.
En 320 páginas, Ovenden intenta salvar el concepto de la biblioteca, lo hace justo en momentos de grandes conflictos políticos y económicos. Es un trayecto en el que va describiendo qué se perdió, cómo y por qué. Todo para entender qué tan imprescindibles son las bibliotecas y los archivos; una manera de comprender algunas, si no todas, las formas en que nos mantienen informados y al mismo tiempo nos sostienen.
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