Por Cambio16
Había una vez un rey llamado Ricardo III. El 22 de agosto de 1485, a lomos de un caballo blanco, lideró a cerca de 10.000 soldados que se enfrentaban al ejército de unos 5.000 hombres que había reunido Enrique Tudor, futuro Enrique VII. A pesar de su inferioridad numérica, las tropas del galés tomaron ventaja en la batalla y el rey se vio obligado a lanzarse con la caballería en un último intento evitar la derrota.
Ricardo III sufrió diversas heridas en su cuerpo, incluidas ocho en la cabeza, lo que apunta a que en algún momento del combate perdió el casco y que sus enemigos acabaron sin piedad con él.
Pasaron los siglos, los años, el tiempo. Y 530 años después, el valeroso rey descansó en un entorno digno de un rey y no en el aparcamiento municipal en el que fue hallado.
El pasado domingo, miles de personas presenciaron en Leicester y sus alrededores la procesión fúnebre del rey muerto hace más de cinco siglos, Ricardo III (1452-1485), cuyos restos fueron hallados en esta ciudad del centro de Inglaterra en 2012. Y este jueves 26 de marzo pasará a la historia porque sus restos han recibido sepultura en la catedral de Leicester al término de una solemne ceremonia en la que se destacó el papel de este rey en la historia de Inglaterra.
De alguna manera, el Reino Unido ha vuelto atrás en el tiempo para darle a Ricardo III un entierro más apropiado que el que tuvo tras su muerte y, sobre todo, un lugar de reposo más digno que el subsuelo del aparcamiento municipal donde fue encontrado hace tres años.
Cinco siglos después de su fallecimiento, uno de los descendientes de su familia, el carpintero Michael Ibsen, se ha encargado de construir el ataúd de madera de roble procedente del Ducado de Cornwall, un trabajo para el que ha utilizado técnicas que se remontan al siglo XV.
El aparcamiento
Durante años, la sociedad inglesa ha hecho campaña para que se excavase en el citado aparcamiento, dado que ahí se conserva todavía parte del antiguo monasterio donde el soberano fue enterrado por primera vez.
Tras hallarse los restos, las pruebas que los compararon con el ADN de los descendientes de la hermana mayor del monarca confirmaron la identidad de Ricardo III, cuya muerte significó el fin de la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485) entre los partidarios de la Casa de Lancaster y de la Casa de York.
No era tan malo
El presidente de la sociedad, Phil Stone, ha confiado en que este giro narrativo en la historia de Ricardo III sirva para demostrar que no era «tan oscuro» como ha sugerido la literatura, que le ha pintado habitualmente como un hombre jorobado, ambicioso y cruel.