El fútbol nunca ha sido una actividad trivial. Ni antes ni ahora. En cambio, debe pensarse en él como algo tribal: mientras dos equipos corren detrás de una pelota, también se pueden observar las particularidades que describen la convivencia en sociedad del ser humano.
Es sabido que el individuo no puede ser examinado como un ente aislado, casi insular, por lo que este deporte, gracias a su espíritu colectivo y global, ofrece una ventana a través de la cual se distinguen los comportamientos sociales que permiten la construcción de la vida en comunidad.
El periodista argentino Dante Panzeri, en el libro Fútbol, dinámica de lo impensado, publicado en 1967, escribió que “como concepción de juego, (el fútbol) es la más perfecta introducción al hombre en la lección humana de la vida cooperativista”.
Aquella afirmación resume lo que este deporte brinda a todo aquel que se interese por algo más que el resultado de un partido. No en vano, al igual que las grandes sociedades de la historia, los equipos más importantes de esta actividad han sido aquellos que no solo han respetado el espíritu social de este deporte, sino que potenciaron a cada una de las individualidades que componen el conjunto gracias a su dinámica de grupo.
España juega como vive
Arrigo Sacchi, exentrenador del AC Milán, dijo alguna vez que “el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”. Sin embargo, subestimar las lecciones que de él emanan sería, cuando menos atrevido.
En mayo del año 2017, el entrenador vasco Xabier Azkargorta, en conversaciones para la revista digital The Tactical Room, supo explicar a quien escribe la razón por la que, siempre según su parecer, al fútbol se juega como se vive.
“En España, el fútbol se jugaba como se vivía: a lo que salía. Entonces, cuando ya se organizó la vida en España, se entró en la Comunidad Económica Europea, y se constituyó la democracia, un parlamento y un orden, se jugó mucho más ordenadamente, porque se juega como se vive. A ver, los brasileños juegan como viven: bailando; los argentinos juegan compitiendo, entrando; los alemanes juegan como viven: siendo constantes y no rindiéndose; los ingleses se parten la cara en el campo y luego van juntos a tomar una cerveza; los italianos lo mismo: te adulan, te hablan bonito de tu novia, pero cuando te descuidas te han robado la cartera, te han robado todo. Se juega como se vive es un concepto muy importante. En España se ordenó la vida, y al ordenarse la vida se ordenó la enseñanza, se ordenó el tráfico, se ordenaron las autopistas, ¡se ordenó la vida! Y al ordenar la vida se ordenó el juego; la gente se dedicó a estudiar el juego, y con ese conocimiento del juego empezaron a salir los Iniesta, los Xavi, los López Ufarte, etc., etc.”.
Ese ordenamiento social, al que hace referencia el entrenador que condujo a Bolivia a su única participación en un mundial de fútbol, está íntimamente relacionado con con la Constitución Española de 1978, así como con todo lo que se generó a partir de su promulgación.
No debe olvidarse que la organización de toda sociedad tiene su origen en aquello que se conoce como un contrato social, que no es otra cosa que la aceptación colectiva de una serie de reglas creadas precisamente para regular y garantizar la vida en sociedad. Y todas esas normativas, en teoría, encuentran su sustento en ese código madre que, en el caso español, está cumpliendo 40 años.
Ejemplos de cómo el fútbol y la vida en sociedad caminan tomados de la mano hay muchos, pero quizá el de mayor importancia sea aquel que se vivió en Hungría, en la década de 1950, y que tuvo como consecuencia la desaparición, en aquella nación, de un estilo de fútbol que cautivó al mundo y que hoy sigue siendo referencia.
Campeones olímpicos en los juegos de Helsinki 1952, y subcampeones mundiales en Alemania 1954, el equipo nacional húngaro, mejor conocido como “El Equipo de Oro” o “Los Magiares Mágicos”, fue, a partir de la Revolución Húngara de 1956 y la posterior respuesta soviética, desmembrándose hasta prácticamente desaparecer. Sus futbolistas buscaron refugio en otras naciones y todo aquel legado de un fútbol solidario, cooperativista, de “todos para uno y uno para todos”, no pudo ser continuado por las generaciones que les seguían.
Entre la Academia y lo vulgar
En las últimas décadas, España se constituyó en un centro neurálgico del fútbol: se formaron maestros que son referencia en el mundo de este juego, y esto alimentó una pequeña gran revolución teórica y práctica, en la que el juego fue estudiado hasta su profundidad. No obstante, en los últimos tiempos, quién sabe si como consecuencia de la desidia o de otros factores, se han dado pasos que lo alejan de todo aquello que el estudio y el orden le ayudó a conseguir.
Puede que todo esto sea consecuencia de una tendencia global a favor de la banalidad y lo inmediato. Aún así, y con la intención de recordar la influencia de la vida en sociedad en el futbolista, convendría recuperar otra de las reflexiones del argentino Panzeri: “El hombre-futbolista no puede ser diferente al hombre común. La angustia que hace más perverso al hombre común ‘de ahora’ en relación al ‘de antes’ no puede actuar de otra manera en el hombre-jugador de ahora: también lo hace más angustiado; más solista; más ‘yoísta’; más egoísta; más separatista; más perverso; menos altruista; más deshumanizado; más disfrazado; más comerciante-hombre que hombre-comerciante”.
El hombre, escribió Jean Paul Sartre, es “lo que hace con lo que hicieron de él”. El fútbol español también ha sido el producto de lo que una sociedad organizada le condujo a ser, y será lo que la ciudadanía, juez y parte de esa vida en sociedad, quiera que sea, primero el país, y luego su deporte. No obstante, en tiempos en los que el canto de las sirenas ha ganado fuerza en grandes altavoces, cabría recordar que, tanto en el fútbol como en la vida de una nación, es mucho más fácil destruir que construir.
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