Por Íñigo Álvarez de Toledo
La regeneración de suelos degradados supone una gran esperanza para combatir los efectos del cambio climático. Bases para una necesaria política climática y agrícola.
Nos encontramos en el momento más crucial de la historia de la humanidad debido a los cambios que estamos produciendo en el clima con las emisiones de gases efecto invernadero y la destrucción de biodiversidad.
Tales cambios están a su vez procurando otra serie de efectos que aumentan la complejidad a la que nos enfrentamos y muy probablemente multiplicarán la velocidad del caos climático, si no lo están haciendo ya. Hasta ahora todos los esfuerzos están puestos en reducir las emisiones directamente producidas por nuestras actividades. Esto no es suficientemente eficaz:
1. La atmósfera tiene ya una sobreabundancia de gases de efecto invernadero y el cambio climático está en marcha. Tenemos la esperanza o ilusión de que provocará un cambio climático limitado, no la certeza.
2. En cuanto al objetivo de mantener el aumento de temperatura media en 2 grados, Kevin Anderson, climatólogo, ha afirmado: “Tal vez tras la Cumbre de la Tierra (1992) o en el cambio de milenio este objetivo podría haberse logrado; pero el cambio climático es un asunto acumulativo. Hoy, tras dos décadas de promesas y mentiras lo que queda de tal objetivo exige un cambio revolucionario”.
3. De hecho la Comisión Europea asume que sus propuestas para París 2015 dan únicamente “una buena posibilidad” de que la temperatura media no aumente más de 2 grados.
4. James Hansen (Universidad de Columbia) afirma que un incremento medio de 2 grados acarreará daños insoportables y propone reducir las emisiones globales un 6% anual durante 40 años. Kevin Anderson considera que deben reducirse un 10%.
5. El esfuerzo político que se realiza desde 1992 se está demostrando insuficiente: año tras año las emisiones globales aumentan.
6. Las emisiones no proceden unívocamente de nuestra acción directa, son también –y quizás en su mayoría indirectas- : la degradación de los suelos emite carbono a la atmósfera cuando antes los fertilizaba.
Llegar a cero emisiones globalmente (prácticamente imposible al menos en los próximos 100 años) no evitará las potenciales catastróficas consecuencias para la vida tal como la conocemos en nuestro planeta al nivel actual de 400 ppm (partes por millón) de CO2 en la atmósfera. Hemos pasado la frontera de lo admisible para la vida humana en su estado actual.
La situación no mejorará con un retorno a 350 ppm, que simplemente implicaría desacelerar el CC al nivel ya alarmante de 1988, o a un nivel peor por la acumulación de daños. Seguramente no hay vuelta atrás si la concentración de GEI no retorna a niveles preindustriales –debajo de 300 ppm–.
Por tanto, se debe no solo dejar de emitir GEI, sino retirar de la atmósfera más de 100 gigatoneladas (GT) de CO2. Los seres humanos comenzaron a cambiar el clima en tiempos antiguos. Tal proceso de destrucción medioambiental ha aniquilado muchas civilizaciones antes de que se descubriera el carbón y el petróleo. Aunque mañana consiguiéramos cero emisiones de combustibles fósiles no evitaríamos la potencial catástrofe por el aumento de GEI en la atmósfera. La quema de pastos y sabanas continuaría así como el uso de la agricultura industrial, y la desertificación seguiría acelerándose con la incapacidad de los suelos para almacenar carbono y agua: el clima continuaría cambiando.
La eliminación de la cobertura vegetal viva y muerta también lleva al suelo a emitir carbono en él almacenado, colaborando con el CC. La degradación del suelo y el CC son inseparables. Es prácticamente inútil preocuparse solo de las emisiones de GEI por la quema de combustibles fósiles y no de la pérdida de biodiversidad y degradación del suelo. La cuestión fundamental es cómo la tierra puede volver a almacenar cantidades ingentes de carbono. Para hacerlo de forma natural, sin riesgos y barata solo los sistemas biológicos de la tierra firme lo pueden realizar (como lo hacen los océanos que dan señales de estar llegando al punto de saturación).
Esto solo puede conseguirse mediante una amplísima regeneración global de los suelos y ecosistemas.
Situación en España
España es el país europeo más urgentemente necesitado de una política climático-agrícola regenerativa. Por una parte, es el más vulnerable a las tendencias climáticas que van afirmándose. Por otra (aunque estrechamente ligada a la anterior), es el único con procesos masivos de degradación y desertificación de suelos: el CSIC ha declarado que el 20% del suelo español ya está desertificado y, según la Dirección de Política Forestal y Desertificación, era un tercio del territorio el ya desertificado en 2005, lo que demuestra la gran capacidad de los gobiernos para encajar desastres sin inmutarse. Paradójicamente, la degradación de suelos hace que emitan carbono, convirtiéndose en CO2 en la atmósfera, contribuyendo al CC y a una mayor degradación.
Otra tendencia en aumento es la migración masiva desde África a Europa, con puertas de entrada fundamentalmente en Grecia, Italia y España. Su última causa se encuentra frecuentemente en la degradación de suelos y ecosistemas. Así ha sucedido en Siria, cuya guerra fue provocada por una sequía que originó la migración del campo a las ciudades.
Como es sabido las migraciones pueden atajarse eficazmente solo eliminando sus causas en el lugar de origen. Por ello los programas de regeneración de suelos y ecosistemas deben ser claves en la política exterior de España y de la UE.
En Europa la situación no es idónea, con la ausencia de una legislación adecuada, la creciente “cementificación” y el fracaso, según numerosos estudios, en la conservación de la biodiversidad por medio de Natura 2000, mientras que sus suelos se siguen degradando. La nueva Comisión Europea se ha comprometido profundamente con objetivos medioambientales ambiciosos y necesarios, mediante el Acuerdo Verde Europeo (European Green Deal).
España, a remolque por ahora en estas cuestiones fundamentales incluso para su supervivencia, tiene la oportunidad de tomar el liderazgo de la regeneración de suelos.
Migraciones climáticas
Otra tendencia en aumento es la migración masiva desde África a Europa, con puertas de entrada fundamentalmente en Grecia, Italia y España. Su última causa se encuentra frecuentemente en la degradación de suelos y ecosistemas. Así ha sucedido en Siria, cuya guerra fue provocada por una sequía que originó la migración de millones de personas del campo a las ciudades.
Como es sabido las migraciones pueden atajarse eficazmente solo eliminando sus causas en el lugar de origen. Por ello, los programas de regeneración de suelos y ecosistemas deben ser claves en la política exterior de España y de la UE.
El potencial secuestro de CO2 arma de doble filo
Los suelos contienen las mayores reservas de carbono en su ciclo terrestre. Se considera que el primer metro de profundidad contiene 1.500 gigatoneladas (1 GT = 1.000 millones de toneladas) de carbono orgánico, aproximadamente el doble de la atmósfera, mientras que la vegetación contiene aproximadamente 600 GT (270 GT en los bosques). Se ha calculado que la gestión regenerativa de las tierras agrícolas nos permitiría secuestrar anualmente más del 40% de las emisiones anuales (21 GT). Si se añadiesen las tierras de pastos se secuestraría otro 71% (37 GT). Tenemos por tanto un arma de doble filo de inmensas proporciones y potenciales consecuencias:
A. Tenemos aún gran potencial de empeoramiento, haciendo, con nuestra agricultura “extractiva” industrial y química, que escape más carbono a la atmósfera.
B. Tenemos un gran potencial para remediar nuestra peligrosa situación con eficacia, rapidez, simplicidad, ningún riesgo y, además, bajo coste –cualidades todas estas ajenas a desbocados proyectos de geoingeniería. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) llega a las mismas conclusiones sobre las acciones a realizar, y afirma que la agricultura industrial imposibilita al suelo la fijación de carbono.
Urgencia social en la UE
Más de 2/3 de los europeos consideran el CC un problema muy grave, y casi el 80% que la lucha contra él puede dar un fuerte impulso a la economía y al empleo. El CC es ampliamente percibido como fruto de la inacción de la clase política y empresarial que poco o nada hace para evitar los daños y el empeoramiento previsible.
Urgencia empresarial e inversiones
Toda una economía crece alrededor de la búsqueda de la sostenibilidad, y las empresas e iniciativas que pertenecen a sectores vinculados piden las medidas y legislación adecuadas para desarrollarse y crear empleo. El ejemplo mejor es el sector de las energías renovables, el más importante y de más rápido desarrollo. La sorpresa se produce cuando líderes de empresas que han hecho su fortuna a expensas de los combustibles fósiles piden las mismas medidas.
Ya en el 2018 se ha calculado que el coste de la producción de energía eólica y solar en grandes instalaciones se ha desplomado hasta el punto de ser menor que la producida por las centrales de gas, nucleares y de carbón. Y el precio sigue bajando…
La rapidez en la sustitución de la producción de energía mediante combustibles fósiles por sistemas renovables es tal que habrá miles de millones de euros en activos obsoletos vinculados a la industria de los combustibles fósiles para perjuicio de las empresas y estados que no hayan realizado la transformación; provocará también la ruina de muchos inversores poco previsores respecto a la velocidad del cambio del modelo energético.
Legalidad vigente y futura: Cambios necesarios
Otra demostración de lo expuesto es el creciente cuestionamiento del ordenamiento jurídico vigente, sea nacional o internacional. Una de las iniciativas mas visibles “End Ecocide in Europe” que en febrero 2015 presentó en el Parlamento Europeo su propuesta de elaborar una legislación europea que disuada y reprima el “ecocidio”. También importante, esta vez global, es “Eradicating Ecocide” cuyo objetivo es incluir el ecocidio como Quinto Crimen Contra la Paz en el Estatuto de Roma. Recientemente el Papa también ha apoyado la creación de esta forma de delito.
Ecocidio se define como “daño, destrucción o pérdida de ecosistemas, causado por una organización humana o por otras causas, hasta tal punto que se haya reducido gravemente el disfrute pacífico de sus habitantes”.
Las leyes de la naturaleza son supremas y hay que actuar conforme a ellas, de lo contrario los gobiernos traicionan el principio más básico en el que se fundamentan el bien común traicionando también a los gobernados, con las graves consecuencias que empezamos a ver. No es una cuestión puramente de medioambiente circunscrito, sino que es la cuestión que permitirá, o no, la continuidad de nuestra civilización.
La salud
El nivel nutricional de los suelos, plantas, animales y personas ha decrecido dramáticamente en los últimos 50 años debido en buena parte a la disminución de carbono edáfico, el principal conductor de los ciclos de nutrientes en el suelo. La salud del suelo y la salud humana están profundamente conectadas.
La alimentación se mira desde al punto de vista de la cantidad, por lo que en el “mundo desarrollado” no se percibe un problema. Sin embargo, los alimentos producidos en suelos empobrecidos no contienen los minerales esenciales requeridos para el buen funcionamiento de nuestro sistema inmunológico.
Las muertes prematuras por enfermedades degenerativas como las cardiovasculares o el cáncer son rutinarias ahora, cuando hasta hace poco no eran comunes. El cáncer, por ejemplo, ha pasado de aproximadamente 1 caso cada 100 hace 50 años a 1 caso cada 3 en la Gran Bretaña de hoy.
El sistema inmunitario está comprometido por la creciente exposición a químicos y por la insuficiente densidad de minerales en la alimentación. Cuando los suelos enferman también lo hacen los seres humanos, que de él dependen. Un filete de vaca en Reino Unido contenía en el 2003 el 50% de hierro que contenía el de 1940. Y para obtener el mismo elemento de una manzana en EEUU en 1950 hoy habría que comer 26.
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Al Gore Emergencia climática. Cambio16, Edición 2264