«Para este escritor, hoy honrosamente embajador, la cuestión venezolana demanda un profundo respeto de los valores de la confianza política y los objetivos republicanos»
Respetar es una palabra que se predica con más soltura de la que se practica. Para muestra la más rabiosa actualidad venezolana. Una marabunta de desviaciones políticas, sociales y humanas donde el Estado dejó de existir. En política el respeto es la medida de la aptitud de los hombres de poder de llevar con decoro, la honorabilidad y el recato ciudadano.
Respeto en materia de poder es coherencia, rectitud, solvencia moral. ¿Cómo espera un líder ganarse el respeto y la confianza grupal si su discurso es contrario a los propósitos y principios de sus representados? ¿No incurre en un mar de contradicción quien, siendo opositor a un régimen expropiador de derechos civiles y políticos de los ciudadanos, llama a votar?
Respeto a los cuatro vientos…
El respeto como el viento debe ir en toda dirección. Desde lo urbano hasta lo institucional. No respeta quien “aclama o canta en la mesa porque una tuerca le falta en la cabeza”, como quien apela a lo que la mayoría niega. El liderazgo político debe evitar la apariencia de lo inapropiado. Y demuestra desprecio –por impropio– quien pide al pueblo actuar inversamente proporcional a la realidad de las cosas. Es pedir al miserable que se inmole por la revolución cuando quien lo demanda exhibe charreteras de oro. Es exigir a la gente que sufrague con resultado cantado [pactado].
¿Cómo un político pide ciudadanía y predica papeletas cuando a la gente le fue arrebatado su voto en las narices de quien lo solicita? ¿Qué culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta? ¿Cómo pedirle al pueblo fatigado, incrédulo y abandonado que compita y confíe en un evento electoral que es un embutido utilitario? ¿Quién autorizó a “un líder opositor” negociar [ni conversar] con turcos, iraníes, chinos, rusos o cubanos-usufructuarios ilegítimos de nuestro oro, petróleo e identidad? ¿Debemos seguirle? ¿Cómo dormir en la cama del enemigo? ¿Quién no rectifica sus errores?
Con base a un estudio en tres democracias asiáticas –Japón, Corea del Sur y Taiwán–, Wang (2016) encuentra que la ausencia de corrupción aumenta el efecto positivo del buen desempeño del gobierno sobre la confianza política. El respeto por el ciudadano es el respeto por la probidad que es confianza y honestidad política. No es corrupto sólo el que malversa el tesoro público, sino también el tesoro ciudadano que es la conciencia pública.
Beramendi [et al] 2016] analiza el caso de Argentina y concluye que la confianza política está condicionada por la percepción de eficacia de las instituciones. La confianza política aumenta –decíamos– en la medida en que aumenta la imparcialidad de los actos de gobierno. ¿Podemos confiar en el nuevo CNE? ¿Podemos confiar en quien llama a votar con ese árbitro? ¿Es el nuevo CNE imparcial, justo, creíble y transparente? ¿Es un opositor que emplaza a votar con ese CNE, lógico, creíble, justo y transparente? ¿Lo son sus postulados?
Respeto a los ciudadanos es respetar y hacer que se respeten las reglas del juego. Los venezolanos queremos votar, pero legalmente, sin fraude. Que cada voluntad sea un voto. Que la identidad sea la que se cuente. Votar sin libertad es un despropósito. Y llamar a hacerlo: un disparate.
Lo dijo Churchill
«Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar». Imprescindible entre políticos, pero también entre ciudadanos. No se sienta y escucha al pueblo quien lo desorienta y confunde, por favorecer una agenda personal. No se sienta ni escucha al pueblo, quien premeditadamente rompe la unidad. No se sienta, escucha, y mucho menos quiere al pueblo, quien poco le importa llevarlo a un matadero electoral. No es lógico alcanzar objetivos éticos, políticos y sociales cuando el modo es flaco y tiene apariencia de impropia por destructiva.
El respeto al pueblo es el respeto por la causa superior que es la libertad, la paz, la justicia y la democracia. Quien subestima la inteligencia ciudadana e invita a “cantar” papeletas en una mesa, es porque en la cabeza le falta una tuerca… Nada libre, nada justo, nada democrático, nada de paz, nada de nada. Poner freno a la intención totalitaria es no hacerle el juego al totalitarismo.
La cuestión venezolana
Para este escritor, hoy honrosamente embajador, la cuestión venezolana, el estado superior del arte del poder, demanda un profundo respeto de los valores de la confianza política y los objetivos republicanos. Nuestro reto político y social como asunto ciudadano debe ser solucionado desde un gran consenso nacional. Por hombres de Estado y dirigentes en quien confiar por exhibir fuerza y voluntad para resolver nuestros problemas, no para crear otros. Cuestionar al servicio exterior, crea problemas. Ofender a los embajadores, entorpece nuestro trabajo. No somos embajadores de Internet. Somos Embajadores unidos a una noble, leal y difícil tarea: recuperar la libertad, defender los derechos humanos y aliviar la carga de penurias de nuestros compatriotas.
En política echar un pulso siempre acaba mal para los ciudadanos porque no pierde el que pierde el pulso –que suele tener todo muy bien amarrado–, sino pierde el pueblo que es rehén de unas decisiones personalistas que no piensan en el bien de todos, sino en el de unos pocos afines.
La buena política, por cierto, es respetar la Constitución. Llamar hoy a votar en Venezuela es inconstitucional, por lo que es una falta de respeto al pueblo venezolano.
Lea también: