Una de las claves para mantener la condición de ciudadano frente al tipo de Estado filantrópico, entrometido, voyeurista y arbitrario consiste en elaborar un discurso que tenga en esencia la defensa de los deberes y derechos ganados por la humanidad para protegernos. No solo a través de mediaciones representativas, sino principalmente de manera individual y con entereza por uno mismo, para evitar la condición primaria animal de manada, borrego, y ser convertido en un algoritmo.
Que no se nos imponga un liderazgo comprometido y vacío de humanismo, verdad y belleza, sino que la preparación, conciencia y participación de una cadena interminable de individuos, vuelta nosotros, ayude a forjar y seleccionar el mejor exponente de ese nosotros. Ese es el punto de inicio cuando vivimos un tiempo de transición histórica que está por definir un nuevo modelo de vida, como se ve en el horizonte nada apacible y sí muy inquietante.
El tiempo cuenta para todo y cuenta para nada, como lo dijo hace muchos siglos el emperador Marco Aurelio en su célebres y estoicas Meditaciones:
Aunque vivas tres mil años o tres mil veces diez mil …hay que acordarse siempre… que desde la eternidad todas las cosas son iguales en su aspecto, se repiten circularmente y no se diferencian nada, uno verá lo mismo en cien años o en doscientos años o que en un tiempo infinito; y… que tanto el que goza de un tiempo más largo como el que ha de morir rápidamente dejan atrás lo mismo.
Hay que vivir de acuerdo con la naturaleza, donde acaba la naturaleza comienza la ética. Vivir de acuerdo con la naturaleza no es otra cosa que vivir en consonancia con uno mismo y, por otro lado, ser parte de la razón universal que implica actuar de acuerdo con ella, y conseguirlo y hacerlo en armonía con ella, cuya causa última es Dios.
Sugiero que la historia del occidente cristiano ha sido hasta ahora no solo circular y cíclica, sino pendular. Ha oscilado entre el bien y el mal, la guerra y la paz, el progreso y la miseria, y regida por liderazgos motores, liderazgos engranajes y liderazgos usurpadores de gobierno. Intento una aproximación tomando como referencia los finales del siglo XIX y principios del XX, en un momento estelar de Europa conocido como la Belle Epoque, al que siguió la Primera Guerra Mundial.
Ciudadanos del mundo
El título de ciudadano lo ganó casi todo y se consagró en muchos países del mundo después de la Revolución Americana (1776) y luego de la promulgación de la independencia de Estados Unidos y la publicación de la primera Constitución democrática, que garantizaba deberes y derechos a la sociedad de aquel país, y cuando, triunfante la Revolución Francesa (1789), luego de la liquidación del absolutismo en Francia, se hizo la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Debo recordar a los lectores que ambos procesos fueron un logro del género humano que nos dio una hermosa y única dimensión social, cultural y espiritual como seres libres.
En esos dos procesos que marcan la división de poderes, el Estado de derecho y el inicio de la democracia como la conocemos en Occidente, están los fundamentos, las bases, la normativa legal, la valorización de experiencias compartidas que hacen unos caminos para gobernar viables y perfectibles y otros simplemente inviables. Son esos principios los que han permitido a los seres humanos una convivencia sana y civilizada, con bienestar y libertad plena.
Vendrán después episodios de la historia en los que todo lo que queda al desnudo: la manipulación ideológica de una parte de la élite del mundo por etiquetar el pensamiento eufemísticamente, sin importar el origen del término, solo por comodidad para la defensa: la derecha y la izquierda.
Asunto que nada tiene que ver con el buen ejercicio de gobierno y si con el interés de los necios de otrora identificados con uno u otro bando, que ya no tienen nada nuevo que decir al publico en una era cambiante, que oscila entre el conocimiento de unos pocos y el vacío de la mayoría, entre la aparición de liderazgos-espectáculo y nuevos autócratas. Tiempos de migraciones y recomposición de las poblaciones en el mundo, de emergentes millonarios provenientes de las nuevas firmas tecnológicas y por lo tanto de reestructuración del capital y del poder mundial al finalizar la Guerra Fría.
Liderazgos motores
Puedo hoy sugerir, a riesgo de simplificar, que las grandes transformaciones, desde el punto de partida que he tomado como referencia, son parte de eso que yo llamo osadamente los liderazgos motores de la historia: aquellos grandes hombres de los que hablaba Carlyle como los únicos en hacer posible que el mundo se mueva en la dirección correcta de la razón y el progreso.
Los líderes engranajes hacen posible que lo que encendió el motor siga funcionando en la dirección correcta y pueda mejorarse, y, los usurpadores del poder, civiles y militares, de facto se montan para destruir el progreso, pretextando encaminarlo porque iba torcido o estaba por torcerse, o inventar hibridaciones porque realmente no saben qué hacer con él.
La vigencia de los derechos ciudadanos corre en paralelo a la actuación de los grandes liderazgos motores del mundo, que los refuerzan, los amplían y garantizan para seguridad y felicidad de las sociedades democráticas liberales y de libre intercambio económico. Los líderes-engranaje los sostienen y los resguardan; los líderes usurpadores los limitan, los violan y trabajan para aniquilarlos. Si las sociedades se duermen o se olvidan, serán sometidas para siempre.
Nadie en el mundo pensó que una guerra pudiera estallar y volver un caos lo que una parte de la elite de Europa consideraba una edad de oro, jamás lograda en siglos anteriores. Consumada la primera guerra, Lloyd George, Georges Clemenceau y Woodrow Wilson fueron sin duda sólidos liderazgos que hicieron posible el triunfo de los aliados. Eran parte del lubricado engranaje del aparato gobernante de Europa y Estados Unidos. Sin embargo, les faltó grandeza para cerrar el tratado de Versalles y dejaron abierta ventanas para facilitar la revancha del resentimiento.
Surgió Adolfo Hitler y su modelo nacionalsocialista junto con su ambicioso y resentido liderazgo encendieron el motor de la Segunda Guerra en el ánimo de imponer su dominio al resto del mundo. Sir Winston Churchill, el líder más representativo de la Segunda Guerra Mundial, sería el encargado de conducir el motor estratégico de la defensa, inspirado en la igualdad, libertad y fraternidad —sin restar importancia al resto de los aliados— para darle vigencia a la democracia y a los derechos humanos y salvar a Occidente de la supuesta dominación aria y de la esclavitud.
En Inglaterra serán motores, luego del retiro de Churchill en 1955, Harold Wilson (1964-1970, 1974-1976) y Margaret Thatcher (1979-1989). Charles de Gaulle (1959-1969) y François Mitterrand (1981-1995) en Francia. En Alemania, Conrad Adenauer (1949-1963), Willy Brandt (1969-1974), y Helmut Kohl (1982-1998). El socialista Felipe González dejará en España una huella imborrable como artífice de la democracia española. Gobernó durante cuatro periodos, de 1982 a 1996.
En Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, como presidente 32 desde 1933 hasta su muerte en 1945, presentó durante la gran depresión, como parte de su oferta electoral, el New Deal, que permitió a los estadounidenses salir de la crisis de más repercusiones socio- económicas.
A este seguirá como motor Dwight Eisenhower, quien gobierna entre 1953 y 1961, y luego John F. Kennedy, quien fue inspirador y acompañó las reformas que catalizaron los jóvenes en la década de los años sesenta. Fue el paquete de reformas más trascendentes, impulsadas por las vanguardias juveniles estadounidenses y que le dieron un rostro más humano a la democracia liberal y a la sociedad de libre intercambio. Ronald Reagan, sin duda, marca una época desde la Casa Blanca entre 1981 y 1989.
Los últimos tres presidentes engranajes, Barak Obama, Donald Trump y el actual Joe Biden, son la muestra en ejercicio del poder de un liderazgo agotado, decadente, demasiado convencional para los tiempos, que ha empezado a oscilar entre los extremos que una vez dividieron a la sociedad latinoamericana, en un contexto internacional que demanda un liderazgo motor que aplique una reingeniería, social, política y económica, una nueva estructura de incentivos a la oxidada burocracia estatal estadounidense y una política exterior que inspire seguridad, solidaridad y efectiva protección a sus aliados en el mundo.
América Latina rezagada y experimental.
En América Latina, siempre a medio camino, cuya vida política republicana ha transcurrido en la puja entre militarismo y civilidad, entre dictadura e incipientes democracias, entre desarrollo y subdesarrollo, entre premodernidad y modernidad, la situación es mucho más precaria en lideres motores. Apenas si me atrevería a citar con convicción a Rómulo Betancourt, en Venezuela, a Pepe Figueres en Costa Rica, a Eduardo Frei en Chile, y Fernando Henrique Cardozo en Brasil.
La situación sigue siendo de extrema confusión en sociedades tumultuarias cuyas aspiraciones generalmente las canalizan dirigentes de cultura bellaca del tipo de Hugo Chávez, Lula Da Silva, Rafael Correa, Gabriel Boric y Pedro Castillo. En un subcontinente donde después de agotadas las ideologías yacen limitadas las democracias por sus incompetencias, omisiones y falta de creatividad, las mayorías han optado por comprar la oferta de un producto que nunca había tenido salida masivamente y que ahora pueden comprar sin riesgos, porque ya probaron las mejores ofertas que había en el mercado.
En sociedades que envejecen inmaduras como algunos humanos, comunidades de memoria frágil, siempre arrogantes y de mucho resentimiento, compran los discursos que les garantizan menos trabajo, dádivas miserables, más ilusiones y paralelamente nuevas frustraciones.
Ni siquiera Estados Unidos parece preocuparse por la llegada de estos advenedizos, pues saben que a cada nuevo intento de la izquierda radical se suma un fracaso más rotundo, y hasta sus nuevos voceros marcan distancias con el experimento cubano y venezolano. Se han agotado: el problema fundamental es que está probado que no saben ni tienen con qué gobernar y que con refundaciones y cambiando nombres de avenidas y de fechas patrias no se va a ninguna parte.
Los retos a los ciudadanos del mundo hoy son distintos a los de ayer, antes de que cayera el muro de Berlín, la economía se globalizara y se universalizara Internet. Hoy vivimos bajo el imperio de las nuevas tecnologías digitales y su invasión grotesca de todos los espacios públicos y privados para hacernos sus esclavos. La vuelta de la tentación autoritaria ahora se vale de ellas descaradamente para mentir, desdibujar y alterar la realidad y acceder al poder o mantenerse en él.
Ante la ausencia de una respuesta política orgánica del liderazgo mundial, se nos impone a los ciudadanos, para evitar ser borregos y que se nos convierta en un algoritmo, la elaboración de un discurso inteligente, ponderado y perspicaz que coloque y promueva los avances tecnológicos al servicio del desarrollo humano y del crecimiento espiritual. Lo que nació para ayudar a crear la sociedad del conocimiento, según Peter Drucker, y ayudar a promover la educación de forma universal, no puede convertirse en boomerang para hacer del ser humano un apéndice de la inteligencia artificial.
Ahora, individual y colectivamente, nosotros, ciudadanos del mundo, nos negamos a ser manada, borregos. Como resultado de un antígeno que produce anticuerpos contra la alienación total de las tecnologías, promovemos con más celo que nunca los derechos humanos conquistados a través de los siglos, y estamos en la obligación de recordar a los patrocinadores indiscriminados de las nuevas tecnologías y a todos aquellos autócratas y dirigentes con pretensiones totalitarias:
El derecho a vida. Derecho a la igualdad ante Dios y ante la ley. Derecho al libre desenvolvimiento de la personalidad. Derecho contra la discriminación de todo tipo. Derecho a la libertad de expresión. Derecho al debido proceso. Derecho a la privacidad, al honor, y a la dignidad.
Estos tiempos de supremacía de la tecnología y de renacimiento de las vocaciones autocráticas y totalitarias me hacen recordar una simpática frase de Albert Einstein:
No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero sí la cuarta: ¡con piedras y palos!