Son muchos los que comparten la falacia de la expansión infinita. En boca de demagogos y de ilusos se escucha que, con sus planes, sus programas de reingeniería social, todos los seres humanos tendrán casa propia, coche a la puerta agua corriente y aire acondicionado para los días calurosos. Insisten en la justa distribución de la riqueza, de los bienes terrenales y el derecho a la felicidad. Repiten que es cuestión de buena voluntad, que existen los recursos y las tecnologías para extraerlos. Ninguno que aspire realmente a gobernar dirá que los recursos no son infinitos y que empiezan a escasear
En irracional, suicida, mantener la actual rata de expansión. En 2040 las demandas tecnológicas al ambiente se multiplicarán por 32. Una proyección demencial e irreal. Entonces ya habremos hundido la civilización o hecho realidad algunas de las distopías que hemos desestimado como irrealidades imposibles. No se puede reducir la preservación de la naturaleza, el estado natural a técnica de manejo. No hablaríamos entonces de naturaleza sino de jardines y jardineros.
La domesticación de la naturaleza
Un parque natural es en esencia un oxímoron. Si un parque es una unidad manejada y definida en términos cualitativos y pragmáticos por un equipo de expertos, ¿qué es el estado salvaje de la naturaleza? ¿Por qué ese empeño en domesticarla, limitarla, clasificarla si de antemano sabemos es tan indómita como in abarcable. Y no solo por su contenido desconocido y sus habitantes elusivos.
Los parques, porque responden a una funcionalidad y sirven a la tecnología los tienden a lo predecible, a lo estático. En cambio, el estado salvaje es infinitamente maravilloso y cambiante. Es su propia matriz de vida. Cuando se crea un parque se crea burocracia, vigilancia, clasificación, directrices, límites, sujeciones. En el estado natural, salvaje, entendemos nuestro derecho a ser menos estrictos y a tener más libertad. Regulados y llenos los parques nos fragmentan, el estado salvaje nos completa.
Utilitarismo antropocéntrico
Lo natural responsable es intentar contener la explotación irracional del bosque, de los recursos naturales e imponer requerimientos éticos y legales para que sean usados para el bienestar de todos y no en beneficio de unos pocos. Bienestar significa largo plazo en términos de una sociedad sustentable, pero no exactamente dentro del utilitarismo antropocéntrico, que asume que las entidades no humanas y los ecosistemas solo tienen un valor instrumental o práctico como recursos para el uso humano. Las únicas razones para contenerse en la utilización de la naturaleza era la superprudencia y el propio interés. No el derecho de los otros seres a vivir.
La prosperidad económica se ha vinculado con deleite estético, conocimiento científico y supervivencia biológica. Salud y comodidades. Si se tiene dinero se merecen lujos, abrigos de visón, alfombras de piel de tigre, prendas de oro y un bonito yate y hasta un avión. Cuidar el ambiente, los recursos naturales y la pureza del agua corresponde a los otros, sobre todo a los gobernantes.
Represas y puentes que llevan a la destrucción
La acumulación de riqueza, producirla, que incluye la construcción de embalses, la explotación forestal y la transformación de la naturaleza en productos manufacturados. También faenas menos dañinas como la construcción de puentes o la canalización de cursos de agua, que tienen valores intrínsecos, son bellos e interesantes en virtud de sus cualidades inherentes. Pero construirlos requirió la destrucción de plantas y el desalojo de animales silvestres de sus hábitats. Ese impacto ambiental es medible, y siempre se habla de reducirlo, pero casi nunca hay un cálculo del costo beneficio, y si lo hubiese siempre estaría incompleto. ¿Cómo saber que en esa última planta que se extinguió estaba la cura de algún tipo de cáncer?
Es arbitrario reducir la conservación a los valores del hombre o a la satisfacción de sus intereses. Hay otros humanos y hay otros intereses. Nadie puede determinar cuál es el mejor uso que se le puede dar a una pradera, pero siempre será mejor no tocarla o afectarla lo menos posible.
Sin embargo se ha impuesto el propósito de maximizar el valor del recurso maximizando el uso humano. Lógicamente, un uso ilimitado conduce a no dejar nada en su condición natural. Todo lo que no se usa, que no tienen alguna utilidad para el hombre, es basura y debe ser eliminado. Todos los ríos deben ser represados y utilizados para irrigación y producir electricidad; todos los bosques naturales deben ser reemplazados por plantaciones especializadas, con árboles maderables.
¿Progreso sin selva y sin fauna silvestre?
El progreso para algunos políticos que se quedaron en las lecturas que eran ya atrasadas en la primera mitad del siglo pasado es construir represas, aserraderos, autopistas, aeropuertos y grandes redes de comunicación. Muy pocos prestan atención a la conservación de los cursos de agua o la pureza del aire. A un número muy reducido, que es como decir a ninguno, le incumbe la biodiversidad, dentro de los seres vivos y dentro de las especies. Al final y al comienzo de la fila solo ven votantes o partidarios a los que debe complacer con agua, electricidad y fuentes de trabajo.
La electricidad ha estado atada al progreso y al bienestar. Es un elemento estratégico, de primera necesidad. No solo significa alargar el día para seguir trabajando o divirtiéndose, sino la utilización de herramientas y máquinas que multiplican la producción y hace la vida más cómoda. Un político que quiera hacerse querer siempre buscará la manera de construir una gran represa hidroeléctrica y les dirá a los votantes que es energía limpia, que no ensucia la atmósfera como las termoeléctrica que trabajan con diésel, carbón, gas y hasta con fueloil.
Progreso con la cara sucia
Es una afirmación engañosa. Causan un daño similar, pero en tiempos distintos. Las hidroeléctricas no se construyen en lagunas naturales, sino artificiales. Hay que sacrificar muchas hectáreas de bosques, de ecosistemas únicos y de decenas de miles de animales silvestres. Desde insectos inclasificados hasta félidos o mamíferos de gran tamaño. Es una matanza respaldada en un objetivo: el progreso.
Cuando se construyó la represa del Guri, la segunda en tamaño en América y por mucho tiempo también en generación, científicos conservacionistas y funcionarios del gobierno planificaron y llevaron a cabo una operación rescate. Salvaron de morir ahogados más de 19.700 ejemplares pertenecientes a 46 especies.
Fueron trasladados a hábitats similares o reubicados en parques zoológicos de todo el mundo. También se rescataron petroglifos, pero fue considerable la muerte de animales y vegetación. Se ocasionaron daños irreversibles a la naturaleza, incluido el paisaje.
Los humanos no han dejado de construir represas y de hablar de energías limpias. En España ya se cerraron las últimas termoeléctricas con funcionaban con carbón, pero se siguen construyendo represas.
Algunos creen que una manera de almacenar agua, pero a la burocracia le gusta más llamarlas «obras de regulación» y si es por la cantidad España es una potencia mundial: tiene 1.225, el séptimo del mundo, siempre detrás de países que la superan ampliamente en población o territorio, como China, India, Estados Unidos, Canadá o Sudáfrica.
El agua no nace en la tubería, tampoco en la represa
En los planes de las confederaciones hidrográficas, especialmente Ebro, Guadalquivir y Duero, aparecen al menos 17 nuevos pantanos en el horizonte del año 2033. Están suspendidos por la normativa de agua emanada de Bruselas y vigente desde inicios de siglo, por haber primado la desalación al derogarse el Plan Hidrológico Nacional, por la presión ecologista y, obviamente, la crisis económica.
Pero no han sido abandonados. Y siempre hay palabras técnicas para defenderlos y proclamar sus presuntas bondades. Por ejemplo, en la cuenca hidrográfica del Guadiana se construye la presa de Alcolea (Huelva), a un costo de 89 millones de euros, en lo que respeta a dinero. Se desconoce el impacto ambiental del embalse de 246 hectómetros cúbicos de capacidad, que abastecerá a la ciudad de Huelva, atenderá las demandas de su polígono industrial, posibilitará el riego de cultivos tradicionales y “reducirá la contaminación del río Odiel, ya que permitirá mezclar sus aguas con las de las riadas, reduciendo la carga primero por dilución y luego por decantación”.
Vaya. La preocupación es aprovechar el agua de la lluvia, no garantizar los nacientes de los ríos, la salud de los bosques y la biodiversidad. Es la naturaleza en función de las necesidades humanas inmediatas.
Las presas se ven a lo lejos y se disfrutan de cerca. Son sitios para pasear, ir de pesca, y mantienen el verdor del paisaje. Pero no garantizan la existencia de agua, su producción. Al contrario, las obras de canalización, drenajes y de construcción de represas ocasionan verdaderas catástrofes en los hábitats naturales: “La inundación de extensas áreas de hábitats boscosos para construir obras de riego y de abastecimiento de agua para uso humano o de plantas generadoras de energía eléctrica, aunque justificadas por su importancia económica y social, ocasionan daños irreversibles en los ecosistemas. Significan la eliminación de vegetación y la muerte de un considerable número de animales.
El progreso y la dificultad de escuchar
En México, que ha tenido una larga historia de populismo desde antes de que se nacionalizara el petróleo en 1939 para “beneficio de todos los mexicanos”, afronta con la llegada de Andrés Manuel López Obrador un reprise de viejos errores con las represas como soluciones de almacenamiento y como generadoras de “energía limpia”.
El gobernante, dentro de la moda generalizada entre los jefes de Estado de no escuchar a los especialistas, sino de guiarse por el sentido común y la conseja de los amigos, inauguró una represa en el norte de México. No un sistema de alcantarillado, ni de recuperación de aguas servidas, mucho menos declaró reserva natural un par de millones de hectáreas de bosque, fue más pragmático, desoyó la recomendación de los arqueólogos.
Esta semana se acercó al estado de Sonora, en la zona alrededor del río Mayo, para inaugurar la presa Los Pilares, un proyecto que ha causado divisiones e indignación entre comunidades indígenas guarijías o macorahuis. La obra, que tiene 73 metros de alto, ha costado 75 millones de dólares. Su finalidad es controlar inundaciones. Se empezó a construir en 2013 y ahora es cuando empieza el llenado.
Lopez Obrador la inauguró y no hizo caso a las advertencias y llamamientos que le han hecho desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia, que declararon suspendida la obra. La medida que utilizan para clausurar proyectos de construcción que amenazan vestigios arqueológicos.
La historia en el fondo de la represa
El antropólogo José Luis Perea, director del Centro INAH en Sonora, dijo que están obligados a decir que se va a cubrir de agua un patrimonio que se debe salvar. De los 44 sitios identificados en la zona, 34 tienen restos de casas o asentamientos temporales; 11 tienen unos 140 glifos que representan formas humanas, de animales y abstractas. “Ya se han inundado 10 sitios con petrograbados y dentro de poco un total de 20 podrían quedar bajo las aguas”, agregó
Los arqueólogos no rechazan la obra, solo quieren que suspendan el llenado hasta octubre, que finalice la temporada de lluvias y desciendan los niveles en la presa y rescatar lo que se pueda de los sitios antiguos. Entre “lo que se pueda” hay alfarería y herramientas de piedra que datan de hace 1.100 años. Retirar los petroglifos parece impensable.También harán modelos tridimensionales. Hasta ahí.
Lo obra no se detendrá. No importa lo que se destruya. López Obrador dijo que se había invertido demasiado dinero en el proyecto como para suspenderlo. Su razón esencial es evitar el despilfarro de recursos gubernamentales. Su consigna es que quedará marginado del desarrollo.
El tren que trae «el progreso» a la selva
Dentro de esa “dinámica” comenzó en julio la construcción del tren Maya, que recorrerá unos 1.500 kilómetros en la península de Yucatán. Irá desde las playas del Caribe al interior de la península. Dijo que estimulará el desarrollo económico en los alrededores de sus 19 estaciones. Costará mucho más de 6.800 millones de dólares, sin contar el impacto ambiental.
El proyecto abarca más de 50 municipios y los estados Chiapas, Tabasco, Yucatán, Campeche y Quintana Roo, donde viven actualmente diversas poblaciones indígenas y campesinas, y es una de las zonas más biodiversas del mundo. El ferrocarril atravesará por la selva maya –segundo pulmón forestal de América Latina después de la Amazonia, fragmentándola y causando daños irreversibles a la vegetación, al suelo, al agua y a la biodiversidad. Implica la deforestación de 2.500 hectáreas de selva. En los últimos 40 años, 1,8 millones de hectáreas de selva se redujeron a 570.000. El “progreso” requiere más destrucción
La naturaleza al servicio del hombre, ¿nunca el hombre al servicio de la naturaleza?
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