Por Carmen Gisasola Solozabal, expresa de la Vía Nanclares
*En la imagen, los expresos de ETA Andoni Alza y Carmen Gisasola, acogidos a la Vía Nanclares, saludan a Rosa Rodero, viuda de Joseba Goikoetxea, ertzaina asesinado por la banda en 1993. Foto: PABLO VIÑAS, cedida por el diario Deia.
Para reparar el pasado hay que empezar por hacer una reflexión crítica. La mentalidad que hemos vivido ha sido que el fin justifica los medios porque la dinámica de la lucha armada lleva a una mentalidad defensiva que justifica los actos al deshumanizar al adversario basándose en un bien superior: la libertad del pueblo vasco. Se buscan argumentos para actuar y disculpar lo que se hace.
Es importante cuestionar la violencia injusta utilizada para conseguir objetivos políticos por encima de la dignidad de las personas. Es necesario reconocer el sufrimiento no sólo de los míos, sino también de los otros.
Hacer una reflexión basada en principios y no en lealtades porque en Euskal Herria ha existido una perspectiva del sufrimiento pero no de las responsabilidades. El sufrimiento que hemos generado está reconocido porque éramos conscientes de que lo generábamos y lo justificábamos porque valía para alcanzar objetivos políticos.
El problema está en qué valoración se hace de ese sufrimiento. No tiene nada especial reconocerlo si antes no se admite que ese sufrimiento no se tenía que haber cometido, que ha sido injusto.
La reflexión crítica debe ir más allá de lo personal. No sólo atañe a los autores directos de lo ocurrido, sino también a la izquierda abertzale por su responsabilidad política. Pero para eso tiene que haber un cambio de cultura política en los grupos que han apoyado o han silenciado la violencia.
Reconstruir el presente
Los responsables políticos que han dado apoyo social y político a la violencia tienen que asumir y cuestionar las violaciones de los derechos humanos porque son parte de lo ocurrido. No se puede construir una memoria distorsionada para mantener una imagen coherente de uno mismo escondiendo violaciones de derechos humanos. ¡Con qué facilidad muchos han justificado en algún momento acciones injustas!
Por tanto, creo que es un error abarcar únicamente lo que ha sucedido desde el prisma de víctima/victimario. Saber quiénes fueron los autores materiales es importante pero más es reconocer lo injusto de los hechos y que la implicación no empieza y acaba con los autores materiales. Existen también autores políticos porque cuando unos han llorado unas muertes, otros las han aplaudido. Sólo en términos judiciales no se llega al esclarecimiento de toda la verdad. Una cosa es la verdad judicial y otra lo que sucedió. Hay que llegar a saber quiénes son los autores, pero lo importante es reconocer que se ha hecho lo que no se debía o han sido injustos los hechos independientemente de quién los haya cometido.
Se han creado comisiones de la verdad para saber lo que realmente ha ocurrido porque la justicia no llega a abarcar todo. Así como es importante saber quiénes fueron los autores materiales de los hechos, llegar a la verdad absoluta en todos los casos es difícil. Por ejemplo, en el caso del GAL se sigue sin llegar a la cadena entera. De la misma manera, tampoco se podrán aclarar todos los atentados de ETA.
Hay que esclarecer dónde están los cuerpos de los desaparecidos para que las familias hagan ya el duelo; quién hizo desaparecer; cómo ETA ha ejecutado a personas que no eran su “objetivo” y que para justificarse han sido calificados de chivatos sin serlo.
Es preciso reconocer que hubo habido tortura más allá de los autores que la han practicado en las comisarías: la complicidad de los jueces, de los forenses, etc. Más allá de los autores materiales existe responsabilidad política para torturar.
Tienen que darse pasos que ayuden a recuperar una convivencia normalizada y llegar a la reconciliación. Hay que curar el daño causado. Mitigar y cerrar las heridas.
Para avanzar, el cierre debe hacerse de una manera sensata porque si no se plantea en serio, van a quedar sectores decepcionados en la sociedad, como las víctimas y los familiares de los presos. Las víctimas verán cómo los presos van saliendo y son recibidos con normalidad en los pueblos sin haber hecho una autocrítica y los familiares de los presos achacarán a las víctimas las condiciones en las que están sus allegados.
No se puede obligar a nadie a reconciliarse, pero eso no quita que no pueda haber una convivencia normalizada desde el respeto. Tampoco va haber una interpretación compartida pero sí un suelo ético mínimo común para que no se vuelva a repetir lo ocurrido. A nadie se le puede obligar a ver lo sucedido desde un prisma único. Las opiniones serán distintas, pero no la valoración sobre si debía haber ocurrido o no.
Si los grupos que han dado apoyo social e ideológico a la violencia asumieran esa reflexión conjuntamente, se avanzaría más rápido porque no asumir políticamente la responsabilidad es dejar a los presos todo el peso y eso no es justo ni corresponde a la verdad. Si no se ha replanteado lo que se llevó a cabo con los atentados, difícilmente habrá convivencia y menos reconciliación.
En el Estado, las víctimas han tenido reconocimiento mientras que en Euskal Herria sólo un resarcimiento económico. En Euskal Herria, aparte de perder a un familiar, han aguantado la coacción y muchos se han marchado por no soportar el silencio o la humillación. Han tenido falta de apoyo, indiferencia, justificación de los hechos, silencio y negación, sobre todo en pueblos pequeños donde el control social es mayor.
A otras víctimas torturadas se les ha acusado de mentir, adjudicándole una determinada ideología y justificando incluso las torturas. Todo esto exige una reparación.
Habrá que reconocer ante las víctimas que lo que sufrieron fue injusto, que no se tenía que haber producido nunca. ¿O una víctima tiene que entender que lo que se hizo tenía que ocurrir? Cuando hablamos de principios no basta con reivindicar, hay que decir que fue una injusticia. ¿O acaso se puede considerar una barbaridad lo de Lasa y Zabala y lo de Miguel Ángel Blanco, no?
No cabe el determinismo: tenía que haber ocurrido para llegar donde estamos. Tampoco vale dejar pasar el tiempo para mitigar los hechos. No se puede hablar de convivencia sin autocrítica ni hacer borrón y cuenta nueva para construir el futuro.
Compromiso en pro de la convivencia
El grupo de Nanclares llega al convencimiento de que no se puede seguir así. Hemos vivido un proceso en el que nos iban surgiendo las contradicciones ante la violencia. No fue una decisión de un día para otro. Tampoco ha sido la cárcel la que nos ha hecho cambiar de opinión. Incluso estando en la calle ya éramos conscientes de nuestras contradicciones y, aun así, seguíamos con la militancia.
Por eso, ahora tenemos que aportar algo para que se cierre una etapa que ha sido muy dura y dolorosa para nuestra sociedad porque estas décadas, además del sufrimiento, de la pérdida de seres queridos y de las familias destrozadas, han dejado entre nosotros una actitud y una mentalidad tan sectaria que son un problema para una convivencia normalizada.
Llevamos tiempo intentando que esa mentalidad cambie. Primero a nivel interno, luego haciendo públicas nuestras reflexiones. Para nosotros hubiese sido mejor terminar la condena tranquilamente, optar por una salida personal. Algunos no han dado el paso porque les faltaba poco y una vez en la calle la vida toma otro cauce. Otros hemos hecho lo contrario. No ha sido por cansancio sino porque no estábamos de acuerdo con la estrategia y pensábamos que se estaba perdiendo el tiempo.
Es posible que dentro de unos años todos, excepto algún rezagado, pensemos que nunca tenía que haber existido violencia en Euskal Herria. Pero mucho me temo que si la izquierda abertzale no hace una reflexión seria, quede todo atascado. El reto está en encontrar un camino donde confluyan una cultura de paz y de derechos humanos. ¿Cómo se logra la convivencia, cómo se crea una cultura pacífica donde los conflictos se puedan resolver sin violencia? Cada uno seguirá con sus ideas. No se pone en duda el deseo de una sociedad sino el instrumento elegido, que son las armas.
A las generaciones venideras habría que decirles que las auténticas burradas que se han realizado en nuestro pueblo no las han perpetrado monstruos, sino que las hemos cometido hombres y mujeres normales en nombre del pueblo. Que no se puede renegar de lo que se ha sido y se ha hecho, pero que si volviera atrás coincidiría con la mayoría de la izquierda abertzale en no haber optado por la violencia. A nivel personal creo que ha sido leal mi actitud porque el mismo convencimiento que me llevó a militar en ETA en mi juventud, años después me ha hecho alejarme de ella con todas las consecuencias que hemos tenido que sufrir.
Que mucha gente que nos incitaba en la juventud a ello, teorizando sobre la conveniencia de la lucha armada, pero escudándose en no practicarla, hoy está sentada en sillones con puestos relevantes sin responsabilizarse de lo que ha ocurrido y dejando toda la carga a los presos.
No se puede cambiar el pasado, pero sí se pueden valorar los hechos desde la crítica en el presente. Para la futura convivencia de la sociedad vasca me parecen imprescindibles tanto las experiencias contadas por las víctimas como los relatos de los presos.