Reducir el debate izquierda/derecha a una obstinada pulsión entre lo público y lo privado es de una simpleza intelectual insultante. En estos tristes tiempos en los que se confunde el concepto de interés público con el concepto de interés general, y en el que existe un estigma de lo privado frente a una apología de lo público, probablemente haya que exigir cierta cordura lógica.
Desde hace más de dos siglos, el equilibrio entre lo público y lo privado ha formado parte de la esencia del pacto social. Y así debería seguir siendo porque, por fortuna, y a pesar de que los niños no sean de sus padres según la nueva normalidad educativa, son y seguirán siendo sujetos privados titulares de derechos y hasta de muchas obligaciones cuando alcancen la edad adulta. Esto es, libre y felizmente privados. Además, quien reivindica el monopolio de lo público desde su jardín privado en época de reconstrucción nacional, lo único que hace pública es su propia irracionalidad.
No debí tener fortuna al intentar explicar en sede parlamentaria esta distinción clásica a la ministra Montero, entre otras cosas, porque el socialismo moderno con freno y marcha atrás ha triturado en el Mortero de la sinrazón el mismo equilibrio entre lo público y lo privado.
Ahora que demonizan los modelos de colaboración público-privada, olvidan que fueron ellos los que introdujeron en la Ley de Contratos del Sector Público en 2007 el contrato de colaboración público-privada, cuando ni siquiera lo preveían las directivas comunitarias, y que, entre otros, la Junta de Andalucía aprobó en 2010 el mayor plan autonómico de alianza entre el sector público y el sector privado cifrado en más de 2.000 millones de euros.
Montero era Consejera de ese Consejo de Gobierno pero la memoria ahora es esquiva en tiempos de otras alianzas, esta vez políticas y con fe populista. Tampoco se quedó atrás en esa década la Generalitat de Cataluña cuando imaginativamente y echando mano de su Derecho foral, articulaba esta colaboración a través de censos enfitéuticos y derechos de superficie. Infortunada evolución del socialismo y del nacionalismo, en brazos del relativismo y del mecanicismo de ruptura respectivamente.
Pero, reconociendo la pericia del socialismo español en apropiarse de conceptos y proyectar irrealidades, hay una falacia muy extendida en el imaginario español relativa a las privatizaciones de servicios públicos, fundamentalmente en sanidad. Pues bien, lamento indicar que no hubo privatización, pero hay que reconocer que triunfó la retórica fraudulenta y caló en el imaginario colectivo, tanto así que han vuelto a orearla en estos momentos oscuros de tensión.
Los servicios públicos nunca perdieron su condición de actividades inherentes a la Administración y no fueron objeto de transferencia de propiedad al sector privado. La gestión indirecta de los servicios públicos, ya sea en régimen de concesión o ya sea bajo la intervención de una sociedad de economía mixta, no alteraron ni alteran la titularidad del servicio, que siguió y sigue sometido a supervisión operativa y de legalidad del sector público.
Cierto es que los empleados de una concesionaria están sujetos a un contrato laboral privado frente a los empleados públicos. Pero, ¿eso los hace peores, más ineficientes? Siéntense a una mesa un matrimonio entre un funcionario y un trabajador privado, y ninguno de ellos renunciará a pensar que puede ser más eficiente que el otro, si no tiene restricciones al pleno desarrollo de su capacidad y de su esfuerzo.
A este respecto, y frente a determinadas reconvenciones de fuste ideológico de marcado carácter apodíctico, vienen al caso las palabras de G. Marcou, a propósito de la experiencia francesa de financiación privada de infraestructura y servicios:
«Los distintos contratos sobre cuya base el sector privado se encarga de la financiación de las inversiones y/o la explotación de obras públicas y servicios públicos, no constituyen, hablando con propiedad, una forma de privatización, sino que se trata más bien de un conjunto de instituciones jurídicas, que tienen como objetivo movilizar las inversiones privadas y el «savoir faire» industrial y técnico de, sector privado, con el fin de proveer los equipamientos públicos necesarios para la sociedad y la economía».
Pero es que ha sido la propia Comisión Europea la que ha puesto en valor la capacidad del sector privado para movilizar inversiones y recursos para la financiación de los servicios públicos, otorgando preponderancia a las alianzas público-privadas para cubrir prestaciones de larga duración con recursos extrapresupuestarios.
Otra falacia generalizada consiste en afirmar que existe una ganancia de eficiencia en la prestación de los servicios públicos cuando son llevados a cabo directamente por la Administración Pública.
Desde este ángulo, el debate se ha situado en un conjunto de afirmaciones apriorísticas y no testadas sobre la bondad de los sistemas de gestión directa frente a los sistemas de gestión indirecta, sin que, en ninguno de los ejercicios dialécticos que se han realizado, exista un contraste suficientemente empírico que, bajo una experiencia y su contrafactual, permita concluir que tal aseveración, como regla general, sea cierta.
Cuando hablan de cambio de paradigma, el primer paradigma debería ser volver a hacer uso del juicio recto y del equilibrio que aporta la razón, frente al lema del discurso vano. Frente a la pancarta, el pan y la carta.
Como ciudadano, como contribuyente, como administrado, como cliente, aspiro a que el servicio se preste con los mejores parámetros de regularidad, neutralidad, eficiencia y calidad, siendo indiferente en una primera aproximación que la gestión se haga por la Administración directamente, o bajo métodos concesionales o de gestión indirecta, con una adecuada, eso sí, supervisión del sector público que garantice la calidad.
Confieso que en este extremo, como en tantos otros, la razón perece ante el profuso ruido convertido en insubstancialidad. Habrá que seguir reivindicando, pues, la razón en tiempos de cólera y, por encima de todo, evitando que el pensamiento individual se requise.
Y no será tarea fácil. @MarioGarcesSan
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