Con la vuelta a la supuesta normalidad, sin digerir todavía todo lo que nos ha pasado, nos enfrentamos a la dura y cruda realidad de la puesta en marcha de toda nuestra maquinaria económica. La parálisis de estos tres meses provocada por la COVID-19 nos ha dejado en estado de shock emocional y en la mayor de las incertidumbres para saber cómo vamos a encarrilar nuestro futuro.
La pandemia ha mostrado nuestras debilidades y sus costuras, no solamente en el sector sanitario y las residencias, sino que también en sectores económicos que todavía no habían superado la crisis anterior y que hoy se topan con su propia supervivencia. En este panorama sombrío que se nos presenta vamos a tener que poner el empeño necesario para reconocer la realidad económica en la que nos encontramos y cuáles son los instrumentos de los que disponemos para afrontar los inmensos retos que nos esperan.
Desde el FMI, pasando por la OCDE y el Banco de España, casi todos los datos referentes a nuestra economía para los próximos meses son desalentadores y hasta más que preocupantes. La pandemia, además de afectar a nuestra salud y de la tragedia que ha provocado decenas de miles de muertos y contagiados, también afecta a nuestros bolsillos.
Sin embargo, toca reaccionar con firmeza, contundencia y con la mayor unión política posible. Si el estado de alarma impuesto por el Gobierno de Pedro Sánchez obtuvo la positiva respuesta de la gran mayoría de la sociedad, en el terreno político hemos asistido a todo lo contrario con una desunión, bronca y fractura lamentable provocada principalmente por la oposición, que en ningún caso estuvo a la altura de las circunstancias, confundiendo el debate parlamentario con el circo y el espectáculo de las descalificaciones.
La primera gran tarea es la de controlar el virus y concienciar a la población que ese empeño depende fundamentalmente de nosotros mismos. Hasta que no llegue la vacuna, nosotros somos nuestra propia vacuna. De nuestro comportamiento dependerán las medidas a tomar porque en ningún caso podemos volver para atrás y menos aún paralizar de nuevo el país.
En el ámbito político y económico, por muchas vueltas que le queramos dar, no hay más alternativa que buscar y encontrar el mayor consenso. No son tiempos de estrategia y de cálculos políticos partidistas. Cuando un edificio se quema, lo urgente no es salvar los muebles ni los enseres personales: lo prioritario es proteger el edificio. Por eso es imprescindible que vuelva el diálogo entre el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición. Pedro Sánchez y Pablo Casado no pueden seguir ignorándose. A pesar de las diferencias que les separan tienen la obligación de entenderse en lo esencial, no solo por razones de Estado, sino por el interés de un país que atraviesa la mayor crisis de su historia desde la transición.
La actitud de Ciudadanos, que ha efectuado un viraje político de cierta consideración, es un ejemplo a seguir. El partido naranja de Inés Arrimada, que se encontraba en plena regresión, ha tomado la ciaboga acertada mostrando su intención de cooperar. Esta iniciativa ha descolocado al Partido Popular, que se debate entre sus dos almas: la de seguir desgastando al Gobierno de coalición, para que caiga cuanto antes, o enterrar el hacha de guerra y arrimar el hombro.
Otro ejemplo que debería servir de referencia es la aprobación del Ingreso Mínimo Vital o el pacto por el empleo firmado entre la patronal, los sindicatos y el Gobierno. Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, definió perfectamente la situación afirmando: “El presidente Sánchez tiene nuestro apoyo”.
Es preciso abandonar el contorsionismo político y mostrar la mayor unidad posible, sobre todo de cara a nuestros socios europeos y a la lluvia de millones que han de venir de la Unión Europea. La foto del Gobierno con los agentes sociales favorece nuestros intereses en Bruselas la de la división política nos perjudica. La partida que se va a jugar en las próximas semanas en el seno de la UE, va a ser crucial no solo para los países más afectados por la pandemia y la crisis, sino también para la propia estabilidad y futuro de la Unión.
Nuestra vieja Europa necesita dar un golpe de timón porque se juega su propia existencia. No es una guerra entre países del norte o del sur. Se trata de buscar el mejor acuerdo posible que beneficie a todos y que permita abordar unidos los grandes desafíos que nos esperan. Angela Merkel, que ha asumido la presidencia rotativa de la UE para el próximo semestre, es consiente de que hay que aprovechar esta crisis para apostar por un nuevo modelo económico que abra una ventana de oportunidad con la necesidad de una mayor protección pública.
La canciller de Alemania pretende apostar por la economía del futuro y no por la anterior. Emmanuel Macron está dispuesto a seguirle, como Pedro Sánchez y Giuseppe Conte. El reto de nuestra recuperación es también acelerar una transición hacia una economía mucho más sustentable. Apostar por la digitalización, la educación, la ciencia, las energías renovables y la lucha contra el cambio climático nos ayudará a salir de la crisis y a afrontar con perspectiva una nueva economía global más sostenible que creará cientos de miles de empleos. Este reto tiene que ser asumido urgentemente sin reparos ni cortapisas por parte de la UE. Porque de él depende nuestro futuro y el de la Unión.
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