Ni la democracia ni los derechos humanos gozan de buena salud. Impera el doble rasero, la hipocresía, los intereses geoestratégicos y los económicos. La democracia no es solo elecciones libres y transparentes, también derechos humanos, alternancia en el poder y transición política, justicia social y el estado de bienestar. Sin embargo, recurrentemente el mundo, las organizaciones multilaterales, los propios Estados han pretendido derrocar los autoritarismos, las dictaduras de toda ralea, con los mecanismos de negociación de la democracia y nunca con los métodos que siempre han funcionado en la humanidad para quitarse el yugo de la opresión. Su receta contra las dictaduras no funciona.
Las elecciones justas, pacíficas y transparentes solo han funcionado una vez, y en la raya: en el Chile de Pinochet. Pero se obvia que un militar de la junta le dijo que era hora de irse. Sin el apoyo de sus colegas Pinochet quedó en el aire. No hay otro ejemplo, ni antes ni después. Pero desde la ONU y desde cualquier foro mundial hasta el más empingorotado violador de derechos humanos proclama que la salida de cualquier régimen de fuerza debe ser pacífica, electoral y constitucional.
En cambio, para hacerse del poder cualquier vía es posible: armada, fraude electoral, conspiración de palacio, magnicidio y complot “democrático”. En los primeros momentos el mundo se escandaliza y condena los hechos, sobre todo el uso de la violencia, pero transcurridas unas semanas se asume la dictadura como parte de la normalidad.
Aparece el principio de no injerencia en los asuntos internos, la soberanía nacional y las especificidades culturales, de convivencia y las herencias ancestrales. Ahí están la mafiocracia rusa, el neocomunismo capitalista cubano y el socialismo del siglo XXI, pero también los casos de Bielorrusia, Turquía, Irán, Arabia Saudí, Pakistán y Birmania, por nombrar algunos.
Una receta para múltiples usos y una finalidad: apaciguar
Siempre se escucha la misma oración, el mismo rezo. Condenan la dictadura, la violación de los derechos humanos y la persecución de los opositores, pero nunca falta que la transición a la democracia debe ser mediante el diálogo y elecciones libres, justas y transparentes. ¿Realpolitik?
Terminada la guerra fría y pasados de moda los ejércitos y frentes de liberación nacional, que servían como la punta de lanza del expansionismo soviético, muchos dictadores perdieron el respaldo de poderosas democracias y el crédito de los organismos multilaterales. Se presentaban falsamente como escudo contra el comunismo.
Desplomada la URSS y envuelta China en la búsqueda de un gato que cazara ratones, la atención se centró en darle la bienvenida a la libertad a las naciones que constituyeron la cortina de hierro, la Europa oriental. Solo hubo una preocupación, grave y terrible, monstruosa, pero Occidente prefirió volver la vista y seguir celebrando la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania.
En Yugoslavia, la península de los Balcanes, estalló la guerra de Bosnia y se hizo popular el término “limpieza étnica”. También los nombres de Radovan Karadžić y Slobodan Milošević fueron repetidos una y otra vez a partir de abril de 1992.
Unos y otros, por exaltación nacionalistas, étnicas, religiosas se liaron en un combate sanguinario y suicida, una guerra a muerte, que terminó con la firma en París de los Acuerdos de Dayton en 1995. Al final murieron unas 100.000 personas y otros 1,8 millones fueron desplazados. No hubo llamado al diálogo ni a la salida electoral que pusiera fin a tanta sangre derramada.
No basta con rezar para conseguir la paz y la democracia
En 1994, por fin, la OTAN decide participar y sus aviones F-16 que derribaron cuatro aviones serbios. No se hablaba de diálogo entre las partes, ni elecciones libres y transparentes para resolver la contingencia armada. En la masacre de Srebrenica fueron asesinados 8.000 civiles bosnios y otros miles de mujeres fueron violadas y asesinadas. La peor expresión de homo salvaje, y el peor fruto del siglo XX. Un combatiente avergonzado admitió que los tanques, que costaban 2,5 millones de dólares cada uno se usaron para matar niños albaneses. No para construir la paz.
En 1998 ante la negativa de las partes de detener las hostilidades, la OTAN se preparó otra vez para una acción aérea limitada y una campaña por fases. Había 250.000 albaneses desplazados de sus hogares, de los cuales 30.000 estaban en el bosque, sin ropa de abrigo ni refugio y el invierno ya asomaba sus ráfagas de frío. La paz terminó un rato más en llegar, pero no se le pedía a la población que dialogara con sus verdugos, sino que luchara.
El socialismo del siglo XXI y el diálogo para ganar tiempo
Con la llegada del socialismo del siglo XXI, la tesis que desarrollaron István Mészáros y Heinz Dieterich y que terminó ejecutando Alfredo Serrano Mancilla en América Latina por un puñado de dólares y millones de desgracias, el ímpetu por diálogo, las mesas de negociación y la salida mediante el diálogo cobraron un ímpetu inesperado.
El neosocialismo había llegado al poder por la vía democrática, por la vía de la revolución pacífica, pero armada, pero solo se diferenciaba del real, del soviético, en la velocidad. Era más lento en aplicar la pena de muerte a los opositores, pero su intención era mantenerse en el poder por los próximos 300 años, o hasta que se seque el mar.
No tenía ningún interés en dialogar, como nunca lo ha tenido Alexander Lukashenko, que se jacta de que le digan el último dictador de Europa. Tampoco el Partido Comunista Chino por más capitalista que sea su economía. Su “diálogo” con Taiwán no es por la democracia, sino por imponerle el tutelaje de Pekín.
Todas las opciones sobre la mesa, pero la exitosa no se aplicó
Fue Donald Trump quien puso todas las opciones sobre la mesa, pero ya habían transcurrido 16 años de socialismo petrolero y se había consolidado el eje Cuba, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Brasil y Uruguay, con la aquiescencia de Michelle Bachelet, desde Chile, y de Juan Manuel Santos (que lo hizo tan bien que le dieron Premio Nobel de la Paz por entregar a las FARC una buena tajada de poder en un diálogo con los Castro como tirititeros).
No nos vamos a referir a los meganegociados que urdieron entre Castro, Chávez, Ortega, Lula, Correa, Kirchner, Evo y Pepe Mujica, que fueron milmillonarios. Solo recordemos cómo la democracia en América se fue desmoronando sin que nadie se preocupara de las consecuencias.
Por folklórico y manirroto, Hugo Chávez les parecía simpático y le seguían la corriente, además de presentarles proyectos y productos. Pintoresco y sin sentido del ridículo, regalaba millones de dólares sin exigir nada a cambio y puso los embarques peroleros al servicio de su “liderazgo”. Todos querían congraciarse con el “buen salvaje latinoamericano”
Su simpatía se multiplicaba con el derroche. Endeudaba el país para regalar, obsequiar y que lo adularan. Hasta el Mel Zelaya, un hombre de una derecha tan rancia que olía a podrido, se embarcó en el socialismo. Lo había combatido a sangre y fuego cuando la guerrilla financiada por Cuba hacía de las suyas en Centroamérica, pero fue demasiado sustancioso lo que le ofrecía Petrocaribe: diesel y gasolina pagaderos en especies y con tres años de gracia. Además, derrocado recibió un avión jet ejecutivo y 10.000 dólares mensuales como gerente itinerante de Pdvsa-Petrocaribe
Carta democrática y volatibilidad de los principios
La carta democrática de la OEA entró en vigor en septiembre de 2002 y muchos creyeron que tenían un respaldo para que se restituyera el sistema de libertades en Venezuela; que se diera el complot entre los demócratas para rescatar la democracia. Hasta declararon una huelga general que incorporó a los trabajadores petroleros. Pocos gobiernos, pocos estados, pocos de los países que Venezuela ayudó en su momento a consolidar la democracia, respaldaron a los millones de ciudadanos que tomaron las calles de manera pacífica, día tras día, semanas, para salir de la dictadura de Chávez. Callaron. Encontraron una excusa: la oposición era golpista, lo que le adosaba el verdadero golpista, el llorón que se rindió el 4 de febrero de 1992.
No le importó a la comunidad internacional que cada día fuese menor la separación de poderes, que el Ejecutivo abarcara las funciones de los otros ni que cada decreto, cada resolución, cada medida le rebanara un buen trozo a la Constitución. Les gustaba como decía exprópiese en el nombre de la justicia social, aunque expropiaba edificios públicos.
El Estado liberal democrático era demolido y nadie lo consideró contraproducente. Ni en la OEA ni en la ONU. Se tomaba como una reivindicación de los preteridos, una limpieza de funcionarios corruptos, un salto a la justicia social. Y era todo lo contrario. Lo más parecido al psiquiátrico de La Habana, no era para sanar a los locos, sino para enloquecer a los sanos. La multiplicación de la corrupción y la ineficacia. Nadie escuchaba a los venezolanos, todos creían la cadena de embustes interminables de Chávez.
Con la huelga general, la economía se vino abajo. La producción y el comercio petrolero cayeron en picado. Pero el gobierno no cedió, Chávez no renunció. Prefirió la ruina. Quebraron los pequeños negocios y más de 18.000 trabajadores de Pdvsa fueron despedidos. En su afán de destrucción, lo calificó de apátridas y cipayo. Obreros, directivos, gerentes, secretarias, geólogos, ingenieros, abogados, porteros y choferes. Imprescindibles o no.
No les pagaron sus prestaciones, les robaron los ahorros y fueron sometidos a una feroz persecución. Ninguna institución del Estado podía darles empleo, ninguna empresa que contratara con el Estado podía tenerlos en su nómina. Con la lista tascón y Maisanta se violaron todos los derechos, pero no se aplicó la carta democrática ni la OIT dijo esta boca es mía. Y fue una protesta pacífica y constitucional.
Ceder por la paz y perder hasta la paz
Pese a muchas artimañas para impedirlo, el chavismo aceptó someter al presidente a un referéndum revocatorio. Hubo otros mil obstáculos más, pero la ciudadanía hizo todo lo que tenía que hacer para que se realizara. Firmó, volvió a firmar y después asistió a la ratificación presencial de la firma. Con dos años de retraso, en 2004, todos se dirigieron confiados a las urnas. Nunca se usó la palabra urna. Un sarcófago electoral.
Hubo acompañamiento internacional y máquinas electrónicas, para votar y contar los sufragios. Todos estaban convencidos de que era un juego limpio y transparente, que nada ni nadie podía alterar el voto emitido, que estaba blindado; y lo peor de la inocencia, que Chávez aceptaría su derrota y se iría. Era la democracia participativa, humanista, bolivariana. La gran fachada.
Pero todo estaba arreglado para que no irse. Hasta las 23.55 horas la oposición le había ganado a Chávez: 60% a 40%. Sorpresa. Hubo un apagón y cuando regresó la electricidad la oposición perdía 40% a 60%. No se lo esperaban ni los propios partidarios de Chávez, quedaron tan sorprendidos que ni salieron a celebrar. Hubo un largo y prolongado silencio en las calles. ¿Qué había pasado? Nadie entendía cómo ganó. La “técnica” la usó después Evo Morales, pero le falló.
Para garantizar que se llevara a cabo el referéndum, la oposición democrática hizo muchas concesiones. Hasta permitió que el gobierno redactara la pregunta y que el referéndum deviniera en un plebiscito. Ya no bastaría con sacar más votos que con los que Chávez había accedido a la presidencia, sino que ganaba si obtenía más votos.
El Centro Carter y el expresidente Jimmy Carter fueron las estrellas del show y la tapadera de toda la trapisonda. Parcializado con Chávez, el Centro Carter nunca hizo caso de las denuncias de trampas, de los votos asistidos, de los votos múltiples por persona. Tampoco les importó que no se hiciera ni una sola de las muchas auditorías prometidas para confrontar los votos físicos con los registrados en las máquinas.
Fue una votación Smartmatic y los resultados fueron Smartmatic. Lo supervisó con el presidente del CNE, Jorge Rodríguez. Lo hizo tan bien que Chávez lo nombró vicepresidente ejecutivo, su segundo. Desde entonces ha tenido una alta figuración en el régimen al igual que su hermana Delcy Eloína Rodríguez.
Un complot contra la democracia y la soberanía popular
Hubo un complot contra la democracia. Nadie sospechó y hasta insignes figuras de la política rechazaron cualquier insinuación de que hubiera habido trampas, como en efecto las hubo. James Carter años después escribió sus memorias, casi 1.000 folios, pero no le dedicó ni una línea a lo que presenció en Venezuela y como contribuyó a hundir la democracia y fortaleció el socialismo del siglo XXI.
El mundo fue testigo de las infinitas tropelías cometidas por Hugo Chávez, primero, y por las que ahora perpetra Nicolás Maduro Moros, que ni siquiera llena los requisitos constitucionales mínimos para ser presidente. Desde los sucesos del 11 de abril, cuando una manifestación pacífica fue atacada por francotiradores apostados en los edificios alrededor del palacio de gobierno y asesinaron a 19 personas, los ciudadanos venezolanos han recurrido a los organismos internacionales en la búsqueda de justicia. Han pasado 19 años y todas las peticiones, denuncias y demandas han sido archivadas, duermen el sueño de los justos o se les ha prestado poco interés.
Si hay alguna sentencia, como la de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que ordenó restituir la señal y los equipos a los dueños de la televisora RCTV, no se cumple ni se hace nada para que se cumpla. Son fallos jurídicos que quedan en los registros, pero que nunca se ejecutan. La protección a los diputados solo sirve para que más pronto los recluyan en calabozos oscuros y malolientes.
Paralizada la CPI por falta de fiscal jefe
La Corte Penal Internacional cuenta con suficientes elementos, sean evidencias o testimonios, para enjuiciar a Nicolás Maduro por delitos de lesa humanidad. Tiene los informes demoledores de dos altos comisionados para los derechos humanos de la ONU, el de Zeid Ra’ad al Hussein y el de Michelle Bachelet, pero no ha avanzado ni un milímetro en el proceso. La fiscal jefe de la CPI, Fatou Bensouda, se ha limitado a tímidos saludos a la bandera y a manifestar que “cree que en Venezuela se han cometido crímenes de lesa humanidad”. Como si los informes y los testimonios de las víctimas fuesen actos de fe, no hechos reales.
A Bensouda se le vence su período el próximo 15 de junio, pero ha habido un retraso injustificado en la elección del sustituto. Se ha prorrogado en diez oportunidades. La excusa es que no se ha alcanzado el consenso, algo que no establece el Estatuto de Roma. El fiscal debe elegirse por votación secreta y mayoría absoluta, no por un acuerdo entre las partes.
Pero la violación no se queda ahí. Por instrucciones de la Mesa de la Asamblea de los Estados Parte, en abril de 2019 se escogió un comité de selección y un panel de expertos que procedieron a evaluar las 144 candidaturas que inicialmente se presentaron. Se formalizaron 88 y de estas se escogieron 16. Finalmente, por consenso, se escogieron 4 candidatos.
Inesperadamente y contra toda norma, cuando el 30 de junio de 2020 se presentó formalmente a los 4 candidatos, fueron incluidos otros 5 candidatos y se prorrogó la “elección” del fiscal de la CPI hasta el 18 de diciembre de 2020. Ese día, sin embargo, se postergó por octava vez para el 18 de enero y luego para el 5 de febrero por novena vez. El 10 de febrero, fue la última prórroga conocida. Alegan no han logrado un consenso, una figura que elude la normativa para la selección del importante funcionario. Se ha levantado un tarantín de consensos. Fluye la desconfianza.
Se ha olvidado que la Corte Penal Internacional debe cumplir el “principio de responsabilidad para proteger”. Sin el fiscal jefe –que debe garantizar la recta administración de justicia, investigar los crímenes de competencia de la Corte y prevenir que no se sigan cometiendo otros crímenes– es difícil que se pueda funcionar el principal tribunal de justicia del planeta.
Donación de 6 millones de dólares para la distensión
Donald Trump terminó su mandato sin que alguna de todas las opciones que tenía en la mesa siquiera estremeciera la dictadura de Maduro. La muchachada del 31 de abril por fuera de la base aérea de La Carlota tiene más relación con las payasadas de Carter para rescatar a los diplomáticos secuestrados en Teherán que con la milimétrica operación para “cazar” a Osama bin Laden. Maduro se les rio en la cara y se sacrificaron importantes baluartes de la lucha democrática
Ahora Joe Biden viene con más de lo mismo, pero el régimen Madurista tiene esperanzas de que habrá cambios para mejor. Invirtió 6 millones de dólares en apoyo al candidato demócrata, aunque en las primeras de cambio hubo la orden, o el amago, de devolver el dinero.
El Departamento de Estado ha declarado que no tratarán directamente con los funcionarios de Maduro en las reuniones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en la que ambos son miembros y en la que ahora Estados Unidos se reintegra. Se retiró en junio de 2018. “Seguimos respaldando las aspiraciones democráticas de Cuba y Venezuela. No vamos a tratar con el régimen de Maduro, sino que vamos a enfocarnos en trabajar con nuestros socios y aliados”, declaró la vocera en español del Departamento de Estado, Namita Biggins.
En una rueda de prensa en la que fueron expresamente invitados medios venezolanos víctimas de la persecución de Maduro, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, subrayó que la Casa Blanca sigue reconociendo a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y a la Asamblea Nacional elegida en 2015 como “única institución democráticamente elegida”. Insistió en que Nicolás Maduro es un dictador. “No hay dudas al respecto. Apoyamos a los factores democráticos que impulsan la lucha por la democracia en Venezuela”, agregó.
De la vieja chistera sacan la vieja e inútil receta de siempre
Después de un amplio saludo a la libertad de expresión y de críticas al asedio y a la censura que lleva a cabo Maduro, Price se refirió a la postura de la nueva administración:
“El objetivo general del gobierno de Biden-Harris es apoyar una transición democrática y pacífica en Venezuela a través de elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas, y ayudar al pueblo venezolano a reconstruir sus vidas y su país. Repito, Maduro es un dictador. Su represión, corrupción y mala gestión han generado una de las crisis humanitarias más nefastas que haya visto el hemisferio”.
Las acciones que anunció sencillas, y bien recibidas de antemano, pero son las que no han dado resultados en los últimos veinte años en cuanto a la transición pacífica, que es la nuez de todo:
“1. Darles a los residentes venezolanos el estatus de protección temporal; 2. Abordar los problemas humanitarios de millones de venezolanos que han salido del país con los socios internacionales; 3. Actuar contra funcionarios del régimen y sus colaboradores implicados en corrupción y violaciones de derechos humanos; y 4. Favorecer y restablecer un futuro pacífico, estable y democrático para los venezolanos y el régimen, a través de elecciones libres y justas y de una recuperación económica a largo plazo. Vamos a hacerlo con nuestros socios en la región, con nuestros socios y aliados europeos. Vamos a hacerlo con la OEA, el Grupo de Lima y a través de una multiplicidad de foros afines que comparten los mismos objetivos de establecer la democracia y los derechos humanos y terminar con esta dictadura corrupta en Venezuela”.
Si el objetivo primordial del gobierno Biden-Harris es apoyar una transición democrática y pacífica en Venezuela a través de elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas, se condena a los venezolanos a seguir en las miserables condiciones sociales y económicas en que se encuentran. No se les ofrece ni una rendija de luz. Solo un discurso principista para quedar bien con la comunidad internacional. Retórica, blablablá.
No hay nada que obligue al régimen dictatorial a dialogar, si la finalidad es su salida del poder sin que sienta alguna presión, algún alicate pellizcándoles la barriga. Ya hubo una negociación, y Rodríguez Zapatero lo sabe, en que Maduro aprobó los términos de unas elecciones que cumplió. Maduro no está deseoso de abandonar el poder, todo lo contrario.
Pinochet, ¿la excepción de la regla en las salidas pacíficas?
Cada vez que alguien se niega a aceptar que una dictadura pueda derrocarse a través del diálogo pacífico y de elecciones justas y transparente, le enrostran el ejemplo de Pinochet. Le recuerdan que el 5 de octubre de 1988, en plena dictadura militar, se hizo una consulta para que electorado chileno, la ciudadanía, decidiera si el general seguía en el poder. El 55,99% votó no y el 44,01 por el sí. El resultado implicó la convocatoria para 1989 de elecciones de presidente y de parlamentario. Fue el comienzo de la transición a la democracia. Es la excepción de la regla, no la regla.
Pinochet no estaba ganado para dejar el poder y Estados Unidos le había quitaba el apoyo. Aunque Ronald Reagan era su firme defensor, entendía que era hora de que se fuera, de manera pacífica y ordenada, y le planteó al secretario de Estado, George Shultz, que lo visitara. Shultz le replicó: “De ninguna forma. Ese hombre tiene las manos llenas de sangre. No se engañe, Pinochet ha sido cruel, represivo y lo que ha hecho es simplemente indefendible. No creo que podamos solo tratar con la persuasión. Tenemos que mover algún músculo o no va a cambiar. La última línea de Pinochet es quedarse en el poder”.
Y era lo que tenía planeado. Una ayuda menor de Estados Unidos a la campaña del “No” fue que el National Endowment for Democracy, la federación de sindicatos AFL-CIO y el National Democratic Institute contribuyeron con 1,6 millones de dólares para apoyar los esfuerzos de la oposición y organizar el registro de votantes y campañas educativas, realizar encuestas de opinión efectivas, contratar consultores de medios y organizar un sistema paralelo de conteo de votos para el día de la elección.
Con la pequeña ayuda de los compañeros de armas se evita la matanza
El rol más significativo de Estados Unidos fue desvelar el plan secreto de Pinochet para mantenerse en el poder era usar la violencia para anular el plebiscito en caso de que ganara el “No”.
En mayo de 1988, la CIA contaba con datos de inteligencia sobre la determinación de los militares de evitar el traspaso del poder a un gobierno civil. A fines de septiembre, la CIA y la DIA (la Agencia de Inteligencia de Defensa) habían acumulado evidencia de un plan para una matanza y un autogolpe, si el voto no se inclinaba hacia Pinochet el 5 de octubre. En un cable secreto al Departamento de Estado, el embajador Harry Barnes reportó:
“El plan de Pinochet es sencillo: a) si gana el SI, perfecto; b) si la lucha resulta estar muy reñida, recurrirá al fraude y la coerción, c) si parece que los votantes se decantan claramente por el NO, empleará la violencia y el terror para poner fin al proceso. Para ayudar a crear la atmósfera de represión necesaria, la CNI se encargará de protagonizar actos violentos antes del 5 de octubre y durante la jornada de elecciones. Sabemos que los consejeros más cercanos a Pinochet se están dando cuenta de que tiene muchas posibilidades de perder, por lo que creemos muy probable que se ponga en práctica la tercera opción, lo que comportaría una pérdida considerable de vidas”.
No estaba ganado para dejar el poder, hubo que bajarlo
Estados Unidos actuó en forma rápida y decisiva para evitar que se hicieran realidad los planes de Pinochet. Los funcionarios militares estadounidenses contactaron a algunos miembros de la junta militar para advertirles que las consecuencias de abortar un plebiscito serían duras. Washington compartió la información con los británicos, que también presionaron a sus contactos dentro del Ejército para que resistieran el intento de Pinochet de quedarse en el poder.
El 3 de octubre, el Departamento de Estado denunció públicamente el plan de Pinochet para mantenerse en el poder. En un mensaje diplomático dirigido directamente a Pinochet, el gobierno de Reagan afirmó: “Nada podría arruinar de forma tan duradera su imagen en Chile y el mundo entero como el autorizar o permitir actos de extrema violencia o iniciativas ilegales que conviertan en una farsa su promesa solemne de un referéndum libre y justo”.
Sin embargo, la presión no tuvo impacto alguno en Pinochet. Avanzada la tarde del 5 de octubre de 1988, cuando estaba claro que Pinochet había perdido el plebiscito, otros miembros de la junta se negaron a firmar la orden escrita por Pinochet que le confería poderes de emergencia para anular la votación. Pinochet aceptó el resultado. Hubo presión militar y fue el fin de un régimen militar infame y la vuelta de la democracia en Chile.
La anécdota que quedó fue que uno de los jefes militares, el comandante de la Fuerza Aérea, general Fernando Matthei, fue abordado por los periodistas en un pasillo del hotel Galería, donde se alojaban muchos observadores extranjeros, y un lo detuvo haciéndole la pregunta al aire: “¿General, qué está pasando que no se dan a conocer los resultados? La respuesta textual fue: “Me parece que realmente ganó el No. Al menos para mí, yo lo tengo bastante claro”.
Minutos antes Pinochet, enfurecido, habría firmado y entregado un decreto al general en el que se anulaban los resultados. El general se negó a firmarlo y lo habría roto. Es la leyenda popular. Nadie pudo negar los resultados que el general había reconocido en televisión. Nunca se supo si fue casualidad su pase por el lugar o su propósito.
El espejismo se empieza a borrar y la realidad perturba
Después de la salvaje represión que emprendió la dictadura de Maduro en 2014, la comunidad internacional empezó a ver más claro el verdadero talante del “humanismo humanista” de Maduro. Quedaron a la vista los cientos de muertos por balazos en la cabeza, descargas de perdigones a bocajarro en la cara y bombazos de lacrimógenas a discreción, además de torturas y detenciones en condiciones inhumanas. No era posible cerrar los ojos y callar.
Cuando la oposición, contra todo pronóstico, salió victoriosa en las elecciones parlamentarias de 2015, inmediatamente el régimen echó mano a su nombrado a dedo Tribunal Supremo de Justicia para “desconocer” su legalidad. Obediente, el Poder Judicial declaró en desacato al Poder Legislativo, elegido por votación popular, directa y secreta.
La comunidad internacional dijo que iba a investigar, pero antes que nada, otra vez, recomendó el diálogo, la negociación entre las partes en pugna, el acuerdo civilizado. No pasó nada. Al final el TSJ asumió las atribuciones del Parlamento. Cuando se acercaba la mitad del período de Maduro, que se podría recurrir al referéndum revocatorio, hubo una jugada maestra…
Asamblea nacional constituyente, y originaria, para blindar a Maduro
Maduro convocó una asamblea nacional constituyente para redactar otra constitución, más democrática, más participativa, más incluyente. Pero solo podían votar los señalados por el régimen y a los candidatos seleccionados por el régimen. Una asamblea írrita por los cuatro costados. Su principal tarea fue adelantar para mayo las elecciones presidenciales de diciembre, e impedir la participación de partidos y candidatos de oposición con opción de triunfo. Claro, también obstaculizar las actividades de la Asamblea legítima, que abandonaron los diputados oficialistas.
Ante tanto descaro, una parte importante de la comunidad internacional cuestionó la “reelección” de Maduro y respaldó la presidencia interina de Juan Guaidó, que como presidente de la Asamblea Nacional elegida en 2015 le correspondía llenar el vacío de poder. Nada podía ser más pacífico, más apegado al texto constitucional. Pero no hubo transición.
Las Fuerzas Armadas respaldaron a Maduro en su osadía. El ministro de Defensa anunció que la oposición jamás sería poder. La comunidad internacional volvió a llamar al diálogo, a la transición pacífica y ordenada. Estados Unidos, Colombia y Brasil fueron los primeros en aceptar que el gobierno legítimo estaba en manos de la Asamblea Nacional. Pronto se unió la Unión Europea y, obviamente, España. Pero no se avanzó. Menos de 60 países reconocieron a Guaidó como legítimo presidente y solo de palabra.
Diplomacia, buenos modales y la misma receta
Aunque el presidente interino autorizó la entrada a la ayuda humanitaria, el objetivo no se concretó. La propuesta pacífica tropezó con la violencia del Estado y su particular terrorismo. Nadie le reclamó a Maduro, era la conducta esperada.
Se desconoce hasta ahora las respuestas de los integrantes del Grupo de Lima al mensajero de Trump sobre las opciones que tenía sobre la mesa, después de ponerle un precio a la captura de Maduro y a un reducido número de sus colaboradores, de abrirle juicio por delitos de lesa humanidad, blanqueo de dinero y complicidad con el terrorismo internacional. Pero no fue el avión hipersónico ruso en Maiquetía la razón del enfriamiento de la voluntad de una intervención quirúrgica, como la de Noriega.
A pesar de la contundencia de los planteamientos del secretario general de la OEA, Luis Almagro, en sus reclamos sobre la situación de Venezuela, es alarmante la inoperancia de la organización para la defensa de la democracia, las elecciones libres y la protección de los derechos humanos. Funciona más como un club de presidentes amigos en el que se anteponen la amistad a los principios democráticos y a la defensa de la libertad y la protección de los derechos humanos.
Un dictador se va si tiene «motivos» para irse, no porque su pueblo pase hambre
No es muy distinta la conducta de la Unión Europea. A pesar de la negativa del régimen de Maduro de llegar a unos acuerdos mínimos para darle otra oportunidad a la democracia, por la vía pacífica y con compromisos mínimos, la burocracia de la UE persistió en un grupo de “contacto” que animara el diálogo y una transición pacífica.
Señores, Maduro, sus secuaces y socios no están interesados en abandonar el poder y ser juzgado por delitos de lesa humanidad, narcotráfico, terrorismo y blanqueo de dinero. Ni siquiera teniendo la posibilidad de demostrar su inocencia, si la tuviera. Todos están dispuestos a dar la vida “por la patria”, por defender sus fortunas mal habidas, sobre todo cuando el pacifismo, las salidas democráticas y los diálogos no les garantizan que su vida y su libertad no corren peligro alguno.
La miseria y el hambre, la ferocidad de la represión, los castigos y torturas que aplican a los detenidos en las manifestaciones y protestas no permiten prever una primavera venezolana. Ya hubo un gran movimiento de masas, pero no fue exitoso como los sindicatos agrupados en Solidaridad en Polonia en la década de los ochenta, el movimiento antiapartheid en Sudáfrica, el derrocamiento del presidente serbio Slobodan Milosevic, la Revolución del Jazmín que forzó la salida del presidente tunecino Zine al-Abidine Ben Ali y desencadenó la Primavera Árabe… Todos movimientos populares que culminaron con un cambio político sustancial.
¿Cuántos manifestantes se necesitan para tumbar un gobierno?
Decena de miles de personas han salido a protestar en Bielorrusia por el fraude electoral de Alexander Lukashenko, como antes en Rusia contra las intenciones de Vladimir Putin de aferrarse al poder y ahí siguen los dos. Las dictaduras que no tienen conmiseración de sus ciudadanos, que les importa lo mismo matar cien que cien mil no se derrumban con manifestaciones pacíficas.
La matanza de la plaza de Tiananmén fue lo suficientemente televisada y fue lo suficientemente cruel para enardecer al mundo, pero no cambió nada en China, salvo alguna reprimenda burocrática. Como siempre, el tiempo curó la memoria y China siguió recuperándose en el comercio y sus relaciones internacionales.
Recientemente hubo protestas similares en Hong-kong. Fue fuerte la represión y las detenciones se contaron por millares. También hubo quien propusiera el diálogo, la salida pacífica. Pareciera que el verdadero mensaje es resígnese, usted está condenado a vivir sin libertades, a sobrevivir. Es un superviviente en condición de precariedad existencial, pero no se desanime y confíe en la transición pacífica y ordenada.
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