Por Gonzalo Toca
27/05/2017
El sector sanitario abraza con calma y escepticismo las tecnologías digitales, porque debe extremarse la prudencia cuando hay vidas en juego. La burocracia de un sector dominado por el Estado y apenas sometido a la presión de la competencia impone sus plazos. Los que toman las decisiones médicas importantes tuvieron su primer teléfono inteligente cuando llevaban más de veinticinco años ejerciendo y el coste de los equipos puede ser elevado en algunos casos para unas arcas públicas que o no están para muchas alegrías o cuentan con prioridades más urgentes.
Además, muchos pacientes prefieren utilizar los servicios sanitarios de siempre aunque los nuevos sean muy intuitivos y les ahorren tiempo. Un ejemplo: la vídeo-consulta de cuestiones básicas mediante el smartphone se ha dado de cabeza contra el muro de las costumbres porque los españoles, aparentemente, siguen prefiriendo ir a hacer cola a un ambulatorio para que les receten unos antigripales o les interpreten unos análisis de sangre rutinarios.
Ésta es la adversidad en la que han empezado a florecer las empresas españolas que promueven la realidad virtual y aumentada en los servicios sanitarios. La principal diferencia entre una y otra es que la primera crea un contexto nuevo a nuestro alrededor mientras la segunda se limita a enriquecer con más información lo que tenemos delante de nuestros ojos.
Una de las aplicaciones más útiles de la realidad virtual, según Carlos Guardiola, jefe de Innovación de la empresa tecnológica española Sngular, pasa por “ayudar a los niños sometidos a largos periodos de hospitalización a comprender su enfermedad, a evadirse y a hacer lo que necesitan para curarse como si fuera un juego”.
Pensemos en unos niños enfermos de cáncer que se pasan semanas o meses en una clínica. No entienden bien lo que les está ocurriendo cuando les hablan de un tumor en el colon, no son capaces de distinguir entre el horario de las obligaciones y el del recreo y les cuesta encontrar sentido a su tremenda debilidad y al dolor de las inyecciones y la quimioterapia.
La realidad virtual los puede llevar a un mundo mágico que les explica su cuerpo y su patología, les ayuda a conectar y jugar con otros niños de otras clínicas o habitaciones en el mismo espacio digital (como si fuera un videojuego), les permite elegir sus personajes y disfrazarse de superhéroes y, finalmente, les sirve en bandeja la posibilidad de interpretar cada quimioterapia, escáner o análisis de sangre como las etapas de una partida que culminará con su curación.
Pedro Diezma, CEO de la empresa tecnológica Zerintia, recuerda que los niños no son los únicos que pueden beneficiarse de estas nuevas técnicas. “Diseñamos programas para que los pacientes con daños cerebrales interactúen con distintos entornos y, de ese modo, el médico pueda observar sus respuestas e identificar la gravedad del daño”. A partir de ahí, “podemos colaborar con su rehabilitación ofreciéndoles distintos ejercicios que los estimulen”.
En Zerintia también utilizan la realidad virtual para hacer que las personas con distintos grados de discapacidad “vivan situaciones imposibles en su vida diaria” –por ejemplo, andar, bailar o correr– y aprender más fácilmente “a desarrollar sus tareas cotidianas”. Si alguien se queda parapléjico después de un accidente de coche y quiere ser autónomo, necesita que le enseñen a maniobrar en la cocina, a acondicionar su casa o a ducharse solo. Esta tecnología podría acelerar ese aprendizaje tan crucial para la autoestima de cualquiera.
Xavier Palomer, CEO y fundador de la empresa tecnológica Psious, ha creado una fórmula que mejora algunas terapias psicológicas gracias a la realidad virtual. En este caso, aclara, “el paciente se expone a sus fobias en un entorno controlado, que sabe que es hasta cierto punto ficticio,y eso le permite mitigar poco a poco la angustia que le producen, por ejemplo, volar en avión, los entornos cerrados, las alturas o determinados animales”.
Superar fobias
La situación sería más o menos así: Resulta que nos aterroriza volar o entrar en un espacio cerrado y no lo podemos superar simplemente subiéndonos una y otra vez a un avión o un ascensor. Además, ese ejercicio resulta o carísimo o agobiante por la afluencia de gente. Decidimos probar un remedio diferente. Entramos en la consulta, y dentro de una terapia más amplia, aceptamos ponernos unas gafas en las que vivimos la experiencia de subirnos en un avión o entrar en un ascensor en distintos pasos (los pasos se pueden detener o ralentizar a voluntad). Mientras tanto, el terapeuta controla en todo momento la experiencia, por ejemplo, con una tableta conectada a una web que le muestra lo que está viendo su paciente y su reacción fisiológica. El sensor que adosaremos a nuestro cuerpo, un wearable, medirá nuestros sudores fríos y la aceleración del ritmo cardíaco.
Pedro Diezma subraya que la realidad virtual no solo es útil para los pacientes, sino también para los profesionales sanitarios. Contribuye a mejorar la formación de unos médicos y estudiantes de Medicina que podrán participar en “la simulación de una operación” o contemplar “un vídeo de una intervención en 360 grados, es decir, viendo lo que ven exactamente cada uno de los participantes, desde el médico hasta la enfermera”. Carlos Guardiola, de Sngular, añade otra opción: “Realizar operaciones remotas de cirugía mediante instrumentos de precisión táctil”.
Al igual que la realidad virtual, la aumentada está empezando a aportar nuevas soluciones. Guardiola destaca, entre ellas, “la forma en la que se simplifican las hematografías o los análisis de sangre, porque se proyectan los datos, las imágenes y los recuentos de muestras mientras los expertos siguen trabajando”. Las intervenciones quirúrgicas también son diferentes cuando, según él, “los cirujanos ven no sólo la piel de los pacientes sino que, antes de entrar, observan también lo que hay ‘debajo’ gracias a la superposición de imágenes previas de venas, huesos, órganos y tejidos que se han extraído de los escáneres o las radiografías”. Los cortes del bisturí serán más precisos.
Para Pedro Diezma, de Zerintia, la realidad aumentada también facilita en gran medida “el acceso a la información” tanto desde el punto de vista de la gestión –basta con ponerse unas gafas para consultar el registro de bajas y nuevas admisiones de pacientes o el stock de laboratorios– como desde el punto de vista de la atención directa al paciente.
Información y decisiones
Diezma recuerda que “un profesional sanitario puede recibir información todo el tiempo sobre las constantes vitales de un paciente que requiera vigilancia permanente y acceder a su historia médica digitalizada”. Otra posibilidad, añade, es que “el enfermero que está con el paciente y el médico, que no se encuentra en ese momento en la habitación, utilicen las gafas para compartir información, comunicarse y tomar decisiones en tiempo real sobre su evolución”.
Ya se han producido los primeros experimentos de Zerintia en España. Una importante aseguradora sanitaria ha utilizado los equipos en su unidad pediátrica de cuidados intensivos. El año pasado, la empresa tecnológica cedió sus dispositivos a la Universidad Católica de Murcia para llevar a cabo un ejercicio de simulación en el que un médico orientaba remotamente a un enfermero durante la intubación de un paciente.
Otra de las utilidades importantes de la realidad aumentada en el entorno sanitario es, según Diezma, “la mejora del servicio de emergencias mediante una combinación de gafas y drones”. Piensa, sobre todo, en afinar y acelerar “la búsqueda y salvamento de personas perdidas o en situaciones de peligro en terrenos naturales”.
Aquí la realidad aumentada funcionaría así: Supongamos que se produce un fuerte incendio o unas inundaciones y hay varias personas desaparecidas y probablemente heridas. En medio de la confusión, son difíciles de encontrar y, además, los bomberos y los sanitarios no pueden peinar un terreno de múltiples kilómetros por su extensión, por la mala visibilidad, por el difícil acceso o porque, sencillamente, se necesitan los recursos para atender a personas ya localizadas.
En ese escenario se desplegarían los drones con sensores térmicos para rastrear el calor que desprenden los cuerpos humanos y estas naves reportarían a la central la localización exacta de las víctimas del desastre. Los profesionales de emergencias accederían a su ubicación y podrían coordinar el trabajo de los distintos equipos de salvamento y atención sanitaria mediante las gafas inteligentes.
Largo camino por recorrer
A pesar de los avances y la apuesta de las empresas tecnológicas, con drones y sin ellos, el aterrizaje de la realidad virtual y aumentada en el mundo de la salud avanza con una pasmosa lentitud si se lo compara con la forma en la que han revolucionado el mundo del entretenimiento y los videojuegos.
Quizá deba ser así, pero lo cierto es que las peculiaridades del sector sanitario -no sólo la prudencia necesaria cuando hablamos de vidas humanas, sino también, como decíamos, la burocracia, el escepticismo hacia lo digital o el presupuesto- hacen que todavía nos encontremos, en muchos casos, en una fase experimental y que aún sean muy pocos los centros, las aseguradoras y los profesionales sanitarios españoles dispuestos a dedicar tiempo e inversión a la realidad virtual y aumentada. Mientras tanto, muchos de los beneficios y los riesgos de estos nuevos instrumentos siguen siendo, por el momento, un continente por descubrir.