Por Vicente Botín
07/12/2016
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Fidel Castro está muerto, asesinado por su hermano Raúl, víctima y verdugo del tirano al que consagró su vida a cambio de su desprecio. Fidel Castro está muerto sin haber muerto todavía porque Raúl Castro ha trocado su papel de albacea por el de sepulturero de la obra de su hermano.
Desde niño, Raulito se sintió fascinado por el magnetismo de Fidel y ya adulto le siguió ciegamente en la loca aventura del Moncada, en la cárcel, en México, en el Granma y en Sierra Maestra. Al triunfo de la revolución, Fidel se convirtió en Dios y Raúl entró con él en el Olimpo, pero sólo como comparsa. La divinidad no se comparte.
Comunista de vocación, que no de formación, Raúl Castro mantuvo toda su vida una dura pugna con su hermano en un vano intento por embridar su caótica forma de gobernar. Fidel se burlaba de las propuestas de su hermano y le humillaba en público. Raúl se refugiaba entonces en Sierra Cristal para rumiar su rabia. Allí había sido alguien, allí había dirigido con éxito el Segundo Frente contra Fulgencio Batista y había fundado el semillero de cuadros marxista de Tumbasiete.
Pero su hermano era fidelista antes que comunista. Gobernaba a su antojo como un sátrapa y si aceptó la creación de instrumentos de “democracia popular” a imagen y semejanza de la Unión Soviética, sugeridos por Raúl, fue sólo para torpedearlos al establecer estructuras paralelas de poder como el Grupo de Apoyo al Comandante en Jefe y la Batalla de Ideas.
Las ocurrencias de Fidel Castro, sobre todo en materia económica, chocaban con el orden raulista y llevaron al país a una situación límite. Cuando se desplomó la Unión Soviética, el padrino rico de Cuba, Fidel Castro no tuvo más remedio que aceptar, como mal menor, las “reformas capitalistas” que le propuso su hermano.
Pero pasado el peligro, Fidel Castro, pese a las protestas de Raúl, dio marcha atrás para “refundar la sociedad comunista”. No pudo hacerlo. La hora de Raúl llegó con la enfermedad de Fidel y tras su ascenso al trono inició su particular vendetta. Desmanteló las estructuras de poder fidelista, apartó del poder, y en algunos casos encarceló, a sus delfines, e inició la voladura controlada del sistema paternalista de su hermano para construir el camino de baldosas amarillas y llegar al Arco Iris capitalista que tanto admira de sus correligionarios chinos.
Con fidelidad perruna, a pesar de las humillaciones que tuvo que soportar, Raúl Castro acompañó a su hermano en su irresistible ascensión al poder. Fue su cómplice en la construcción de un sistema personalista y arbitrario que se mantiene gracias a una fuerte represión. Eso no va a cambiar.
No se van a modificar las leyes represivas ni va a mejorar la situación de los derechos humanos en Cuba. Su apuesta es otra.
Raúl Castro quiere hacer de Cuba la China del Caribe y demostrar que Cuba puede ser capitalista sin dejar de ser comunista. “Prefiero que la isla se hunda en el mar antes que renunciar al comunismo”, había dicho Fidel Castro en uno de sus apocalípticos discursos.
Más prosaico, el humillado Raúl, el vengativo Raúl, está dinamitando el fidelismo aplicando simplemente la máxima lampedusiana: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
- Vicente Botín fue corresponsal en Cuba con RTVE y es autor de “Los funerales de Castro”.