Rusia se ha mostrado optimista y vencedora. Ha fanfarroneado de su supuesta capacidad para impedir que el COVID-19 se propague en su territorio y en el de sus asociados, tanto como de su imbatibilidad en la guerra de precios del petróleo que le declaró Arabia Saudita por negarse a reducir la producción de crudo para estabilizar el mercado.
El ministro de Hacienda y vicepresidente primero, Anton Siluanov, afirmó que la Federación Rusa podría resistir entre 6 y 10 años con los precios del barril de entre 25 y 30 dólares. Pero la realidad lo desmiente, como lo hizo con el intergaláctico que proclamaba que Venezuela podía ser próspera hasta con el petróleo a cero dólares, y ahí está descoñetada y casi en estado terminal.
Las cifras de los contagiados en Rusia son opacas, pero a contravía y con mucha fanfarria anuncian la cantidad de recuperados. No se sabe cuántos han ingresado en los centros de salud, pero manera reiterada y fastidiosa informan varias veces al día que empezaron a construir en las afueras de Moscú un hospital como el que China levantó en veinte días.
Entre cuña y cuña de la programación televisiva, Vladimir Putin aprovechó el desorden para reformar la Constitución y extender su mandato hasta 2036 y que igual que a Pedro el Grande lo traten como el emperador más sabio y padre de la patria. Casi finalizando la semana, sin pudor y con cara de palo, “reveló” al mundo a través de la televisora RT que los científicos rusos desarrollaron ya seis vacunas contra el SARS-CoV-2, además de un potente antiséptico que protege al cuerpo humano como un manto de acero con una sola rociada. Además, presume de contar con una prueba para detectar a los contagiados en pocos minutos y total exactitud.
Por si acaso, el Kremlin cerró las fronteras con China y los vuelos provenientes de los países azotados por la epidemia. Encerró a los rusos que habían estado en el exterior en los últimos 40 días y decretó el aislamiento obligatorio a los mayores de 60 años, “por su fragilidad para enfrentar el virus”. También cerró el monumento a Lenin en la Plaza Roja de Moscú con la excusa de realizar tareas de mantenimiento, obviamente falso, prohibió las aglomeraciones y redujo los horarios de las clases a todos los niveles.
La televisión, mientras tanto, entretiene a su audiencia con nuevas teorías conspirativas. Presuntos científicos son entrevistados por “prestigiosos” periodistas para que expliquen cómo los científicos estadounidenses al servicio de la CIA crearon el VIH y todas los males sanitarios que han azotado el mundo desde 1949 hasta la fecha, que incluyen desde una plaga de cucarachas en la India, el dengue en Cuba, el zika en Uganda, la chikungunya en Tanzania y las recurrentes y mortales plagas de langosta del desierto.
El número real de contagiados por el coronavirus ha sido mantenido en estricta reserva como en los viejos tiempos soviéticos, y ha habido un extremo afán en simular normalidad, especialmente la industria militar. Pero no todo son caras felices. El aparato político ha visto empeorar la situación económica en la última semana. El precio del barril de petróleo cayó más de lo esperado. El peor desplome en veinte años y arrastró al rublo a su nivel más bajo desde 2016.
Si bien el Brent se recuperó ligeramente y llegó a 32 dólares, el petróleo de los Urales, que es la referencia en Rusia, se vendió a menos de 20 dólares, casi 37% por debajo de los costos de producción. Venden a pérdida.
Siluanov advirtió que el presupuesto sería deficitario este año, que «sectores enteros de la economía se contraen». Lo grave es que con el covid-19 han tenido que constituir un fondo de 300.000 millones de rublos (3.519 millones de euros) que servirá para apoyar a los sectores afectados. Además, el Banco Central de la Federación aprobó «un conjunto de medidas que pretenden mantener la estabilidad financiera, apoyar a los ciudadanos y a las empresas», recordó su presidenta, Elvira Nabiullina, quien entre todas las opciones decidió mantener los tipos de interés “para proteger la moneda” y no llevarlos a cero como hizo la Reserva Federal de Estados Unidos. En reversa.
En 1998, cuando el petróleo se desplomó a 18 dólares después de una larga temporada de altos precios, el rublo perdió 70% de su valor y se necesitaron 2 años y precios del petróleo por encima de 40 dólares para recuperar el valor que tenía antes de la crisis. Obvio, ahora también la población rusa será la más perjudicada. Las promesas de Putin de estabilidad y mejor nivel de vida a cambio de menos libertad y más autoritarismo están a punto de evaporarse, pero la libertad no se divisa ni podrá reducir a la mitad la pobreza ni logrará un crecimiento superior al de la economía mundial con inversiones millonarias.
En 2019 el crecimiento fue decepcionante. Apenas 1,3% y continuó la pérdida progresiva del poder adquisitivo de los hogares rusos. Se calcula un retroceso del nivel de vida mucho peor que el de la crisis de 2008-2009.
Entre los italianos, indefensos ante la rápida propagación del virus y la multiplicación de las muertes, empezó a correr una noticia muy esperanzadora: un antigripal de fabricación rusa era eficaz contra el COVID-19. Todos querían un paquete, aunque no leyeran ruso y no entendieran las instrucciones. Era un bulo. El Arbidol se vende en las farmacias de Moscú, pero no cura el coronavirus ni quita los síntomas. La Agencia Italiana de Medicamentos aclaró que no hay evidencia científica de que Arbidol, el nombre comercial de la molécula activa umifenovir, contrarreste los síntomas del SARS-CoV-2 o que pueda evitar el contagio. Al contrario, ese medicamento está prohibido en Europa y Estados Unidos. Si bien el umifenovir se utilizó en China en un número muy pequeño de pacientes, no hay datos científicos concluyentes ni siquiera sobre si puede considerarse inocua su administración.
El Arbidol fue desarrollado por la famacéutica JSC Pharmstandard y solo se comercializa en Rusia y en China. No ha sido aprobado por la Agencia Europea del Medicamento ni por la FDA de Estados Unidos. «No sirve para nada», publicó en Twitter Roberto Burioni, profesor de Microbiología y Virología en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán.
La respuesta del Kremlin ante la ineficacia de la “ciencia” rusa no fue muy distinta de las falacias que desde 1919 dispersaba el Comintern, una técnica de fake news y posverdad que se mantiene incólume a pesar del derrumbe del régimen soviético y se ha perfeccionado con el putinazo. El primer ministro, Mijail Mishustin, reiteró sin rubor que científicos rusos habían logrado crear seis vacunas contra el coronavirus COVID-19. Los investigadores no presentaron sus logros ni han publicado sus hallazgos en una revista científica o una página web. Héroes anónimos que merecerían toda la gloria y el crédito permanecen sospechosamente en el traspatio. Fue el primer ministro, uno de los hombres más ricos de Rusia, el que “informó” que solo habían tardado dos meses, “utilizando los desarrollos ya existentes y las tecnologías biológicas más recientes», que es como decir nada.
Una vacuna es algo más que palabras. Se necesitan al menos 18 meses para comprobar su eficacia e inocuidad para el cuerpo humano. Vladimir Putin lo sabe, por eso advirtió “que hay que estar preparados para cualquier evolución de los acontecimientos”.
Putin ha logrado evitar el pánico entre los rusos. Ha anunciado “amplias medidas de prevención”. Prohibió las reuniones de más de cincuenta personas en sitios cerrados, limitó las actividades culturales, ordenó el cierre de los principales museos y suspendió los eventos deportivos. Una parte importante de los moscovitas comenzó a trabajar desde casa y se notó en la descongestión del transporte público. Además, inyecta seguridad a los más lerdos proclamando que todos los casos son importados, una verdad que no pone a salvo a los nacionales. El coronavirus no se produce espontáneamente. Siempre lo trae un viajero y se propaga con gran velocidad por sus especiales características. De ahí la urgencia de cerrar las fronteras.
Fue el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, el que notificó la primera muerte de una paciente con covid-19. Una mujer de 79 años de edad con patologías previas, “cuyo motivo de muerte fue una trombosis y no se le puede considerar una víctima directa de la epidemia”.
Varios cientos de personas sospechosas de estar contagiadas fueron ingresadas en un hospital en las afueras de Moscú. Mientras que otros llegados de China, Corea del Sur, Irán, la Unión Europa, Reino Unido y América son obligados a pasar una autocuarentena nada más llegar en alguno de los pocos vuelos permitidos.
Mishustin repite en cada aparición pública que las “medidas preventivas activas han permitido restringir significativamente la propagación del coronavirus en la Federación Rusa”. No se refiere a las vacunas ni al antigripal Arbidol ni al kit Vektor, un módulo detector de contagio desarrollado el Centro Federal de Virología y Biotecnología y que no es ni la mitad de exacto de los utilizados en Occidente. Fue el Servicio Federal de Control del Consumo y el Bienestar de la Población (Rospatrebnadzor), el organismo encargado de la vigilancia epidemiológica, el que anunció que Rusia había enviado 100.000 reactivos de detección del covid-19 a naciones de la Unión Económica Euroasiática, a la Comunidad de Estados Independientes, a Irán, Mongolia y la República Popular Democrática de Corea y en poco tiempo será elaborado para enviarlos a Venezuela, Serbia y Egipto.
Esa es la ayuda de Rusia al régimen de Nicolás Maduro, además de la “instrucción tecnológica y metodológica”. Las ilusiones conducen al desengaño. Pero hay más encantos. El Centro de Materiales Progresivos y Tecnología Aditiva de la Universidad Estatal de Kabardino-Balkaria formuló un polímero antiséptico que puede garantizar una fuerte protección contra el SARS-CoV-2, anunció con bombos y platillos la televisión oficial. Casi como el descubrimiento del agua tibia: no hay mejor antivirus que el jabón, un invento que está al lado del hombre desde el año 3.000 a. C.
Venezuela presenta, oficialmente, pocos casos de coronavirus. Las medidas anunciadas por el régimen son extremas, pero no necesariamente efectivas. Cerró los vuelos desde Colombia y Europa, pero los mantiene con Cuba, que tiene un número apreciable de infectados; con China, de donde proviene el mal; con Irán, el cuarto país con más contagiados, y con Rusia que es un misterio. También declaró el aislamiento total y el uso de mascarillas en el transporte público y en todas las relaciones interpersonales.
Los rusos en su manual tecnológico y metodológico no advierten que es un desperdicio utilizar mascarillas si no está contagiado, que esos insumos médicos deben estar reservados para el personal médico-sanitario y los enfermos, que más bien es contraproducente su uso por las personas sanas, porque se convierten en depósitos de bacterias y microorganismos que enferma al “usuario”, la palabra que tanto gusta a los colonizados cubanos.
Como podía esperarse de un régimen con la peor calificación en cuanto a respeto de los derechos humanos, impera la oscuridad informativa. No se puede informar sobre nada que se relacione con el virus. Quien lo hiciera corre el riesgo de sufrir lo que le hicieron al periodista Darvinson Rojas. Lo fueron a buscar 15 agentes encapuchados a su casa y se lo llevaron preso con sus padres por informar en Twitter sobre la pandemia. Mientras lo “interrogaban”, desde los canales de televisión del Estado lo acusaban de formar parte de un comando imperialista que pretende crear pánico entre la población y desestabilizar el país. El enemigo del régimen de Maduro no es el COVID-19, sino los que digan que existe y mata sin contemplaciones cuando los hospitales no funcionan. Vendo mausoleo a mitad de hacer.
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