Han pasado 17 años desde el comienzo de la etapa más cruenta y brutal del conflicto en el sudoeste de Sudán. Sin embargo, desde el año 2011, la zona comenzó a hundirse en el cono de sombra de la violencia, en riesgo latente de una escalada más profunda desde la destitución de Omar al-Bashir en abril de 2019 Los enfrentamientos volvieron a estallar
El conflicto se exacerbó en el año 2003, con la complejidad de las desigualdades sociales profundamente enraizadas, la aguda crisis ambiental, la carrera desesperada por la apropiación de los recursos naturales, la conflictividad de las etnias y la militarización de los grupos rurales. Por esto, la visión de diversos medios internacionales, ONG y gobiernos de analizar la situación como disputa entre árabes y africanos negros es totalmente confusa.
Este intento de reinterpretar las características del conflicto tiende a realizar una simplificación del contexto en términos religiosos y culturales. El planteamiento de una lucha religiosa o tribal entre árabes y africanos no se corresponde con el contexto real.
Sería interesante pensar, en este caso, acerca de cómo la política de los Estados hacia las minorías étnicas puede ayudar a resolver los conflictos o, por el contrario, a promoverlos y agudizarlos.
La tragedia de Darfur no puede verse desde una perspectiva reducida y analizarla como una tragedia de una serie de migraciones forzadas. Su causa principal es de origen socio-económico y político, en un contexto histórico mucho más amplio.
Los fur eran el grupo étnico dominante en la región de Darfur antes de 1916. En el siglo XVI se conformó el sultanato que estableció el islam como la religión oficial. Durante los siglos siguientes, el sultanato permaneció independiente en los conflictos de Sudán; no obstante, la conquista anglo-egipcia en 1898, que llevó a la dominación británica de 1916.
En la región conviven unas 80 tribus y grupos étnicos que se dividen en comunidades sedentarias y nómadas. Los pueblos indígenas de Darfur (los fur y distintos grupos) y árabes tienen identidades disímiles, pero a pesar de la diversidad, Darfur es musulmana, con una minoría con cierto grado de afinidad con el Chad.
Ya antes de mediados del siglo XX se registraron conflictos de escala producto de las disputas sobre el acceso a los recursos naturales, la distribución de las tierras, los puntos de agua y pastoreo. En ese momento comenzaba a incidir como uno de los factores de la violencia la afluencia de armas desde el Chad, que sin duda polarizaba la etnicidad.
Con la llegada al poder de Muamar el Gadafi en 1969, su política regional aspiró a influir en Chad y en Darfur. Esta tendencia se profundizó aún más después de la muerte del histórico presidente egipcio Gamal Nasser. En uno de sus llamamientos, Gadafi advertía: «Nosotros somos los imanes. Somos los responsables del islam, que fue revelado en nuestra lengua, es nuestro libro y nuestro profeta. No aceptamos que un extranjero nos venga con sus ideas».
En los años ochenta, el líder libio soñaba con el cinturón árabe que atravesaría todo el Sahel. Así organizó una serie de aventuras militares en Chad. Desde 1987 las facciones chadianas con respaldo libio utilizaron Darfur como base de retaguardia y lo convirtieron en el campo de batalla entre Libia, Chad y Sudán.
Si bien se toma el año 2003 como referencia del inicio del conflicto, resulta imprescindible tener un contexto histórico para una mejor interpretación. La violencia y el racismo del conflicto tiene un correlato con el genocidio de Ruanda en 1994.
El escenario revela que la tendencia no ha mejorado, con un balance escalofriante de más de 300.000 muertos, 2,5 millones de desplazados y 4 millones de afectados
En ese momento los grupos rebeldes lanzaron la insurrección en protesta contra lo que, según ellos, era el desprecio del gobierno sudanés, tanto por la región occidental y sus etnias no árabes. La respuesta gubernamental no se hizo esperar. Y fue en dirección a una alianza con las milicias árabes, llamada Janjaweed para luchar contra estos grupos rebeldes. Ya en el año 2004 se establecía un alto el fuego con la presencia de las tropas enviadas por la Unión Africana. No obstante, el conflicto persistió y la crisis humanitaria resultante dejó cientos de miles víctimas y millones de desplazados.
En julio de 2007, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas promovió la misión de paz conjunta, denominada con las siglas UNAMID, que reemplazó a la dispuesta por la Unión Africana. El despliegue de tropas comenzó en el año 2008. La intervención de las dos fuerzas multinacionales evitó que se originara una situación similar a la de Ruanda. En se mismo año también la Corte Penal Internacional alegó que el presidente de Sudán, Bashir, tenía responsabilidad penal en la crisis y se lo acusó de fomentar el genocidio, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Era la primera vez en la historia que el tribunal solicitaba una orden de arresto de un jefe de Estado en funciones. Finalmente, Al-Bashir, después de más de 30 años en el poder, fue depuesto por un levantamiento popular en abril de 2019.
Hoy las atrocidades en la región de Darfur, siguen generando el rechazo internacional y la mirada casi inconmovible de los principales actores de la política internacional.
El gobierno de Sudan siempre mostró una dependencia de las fuerzas de Janjaweed para su estrategia de contrainsurgencia que trajo como resultado un desastre sin precedentes en Darfur. Queda reflexionar acerca de la adecuada estrategia de los Estados Unidos al utilizar el término genocidio como forma de presionar a las Naciones Unidas para actuar inmediatamente, ya que el convenio del Genocidio de 1948 así lo establece.
Los recientes hechos de violencia demuestran la deficiente capacidad de respuesta del sistema internacional, que no dispone de los mecanismos para la protección civil sometida a la barbarie y la persecución, tornándose aún más grave si se tiene en cuenta que los principales actores políticos de la escena internacional no se ponen de acuerdo para intervenir, como sucedió en Ruanda en 1994.
El conflicto tiene dimensión internacional y regional, siendo factores detonantes la situación ambiental, la desertificación y la línea de tensión entre los nómadas y aquellas comunidades agrícolas estables. Por eso la importancia del comportamiento de los miembros de las tribus árabes nómadas conocidas como «Janjaweed» ligados al gobierno de Sudán a través de los líderes tribales. Sus habitantes representan una multitud de grupos étnicos y lingüísticos, que incluyen grupos de habla no árabe como Fur, Masalit, Zaghawa, Tunjur y Daju, así como grupos de habla árabe como Rizaiqat, Missairiyya, Ta’isha, Beni Helba y Mahamid.
Desde la independencia de Sudán en 1956, el país se encontró asolado por guerras y una profunda inestabilidad política. En este contexto, el conflicto de Darfur se registra como parte de la historia de los enfrentamientos y crisis periódicas. Cronológicamente la crisis más difícil e infausta de este conflicto entre el norte y el sur finalizó, en lo formal, con la firma del acuerdo de paz en 2005. No obstante, los enfrentamientos en 1955, 1972 y 1983.
En una región donde el nomadismo pastoral es el único medio de vida de los nativos, uno de los grupos de cría de ganado más destacados es el de los baqqara, de lengua árabe. Se localizan diseminados entre las provincias de Darfur y Kordofan. Estos dependían de las costumbres y los derechos tradicionales para migrar y pastorear sus animales en áreas dominadas por agricultores. A medida que fueron desplazándose entre el norte y el sur de la región, sus líderes y los de las comunidades agrícolas alcanzaron acuerdos concretos para acordar las rutas de los animales.
Esto funcionó hasta la sequía de los años ochenta, cuando este sistema era el habitual. Pero con las formidables modificaciones climáticas, las fechas para la cosecha de los cultivos se volvieron impredecibles y muchos agricultores comenzaron a cambiar a la cría de animales. Necesitaban tierras de pastoreo. Este cambio en las relaciones es neurálgico para interpretar y desentrañar el conflicto.
Históricamente en Sudán, la mayoría de los gobiernos poscoloniales fueron sometidos por las élites de habla árabe del centro y el norte del país. La política tendió a concentrar el desarrollo económico en sus regiones de origen. Estas élites pretendieron concebir una identidad nacional basada en el islam y el arabismo. Estas condiciones generaron intransigencia y resistencia por parte de los grupos no árabes y no musulmanes en la región marginada del sur, las montañas Nuba y la región del mar Rojo, con las consecuencias visibles.
Los conflictos se pueden atribuir a las enormes desigualdades económicas, políticas y de desarrollo que se arraigaron y fueron parte de la historia colonial y poscolonial. La manifestación más precisa de estas diferencias fue la imposición de la supremacía del grupo de élite sudanesa árabe que tiene el poder y ha marginado de forma sistemática a los grupos no árabes y no musulmanes.
Esta mano de hierro, instrumentada como una legión islámica de miembros armados, entrenados, y poseídos de una virulenta ideología supremacista árabe no desapareció, lo que refleja su vigencia en la región de Darfur.
Grupos muy identificados con el arabismo captaron la ideología dominante del estado sudanés, el arabismo. Por eso, hacia finales de los 80, la guerra en Darfur era algo más que una lucha por las tierras, constituyendo el primer paso de la construcción de una nueva ideología árabe para Sudán.
Es fundamental advertir que, desde el inicio de la vida independiente de Sudán, los principales partidos del norte del país estuvieron asentados ideológicamente en afiliaciones sectarias o religiosas y, por lo tanto, eran considerados como depositarios de una orientación islámica. En este sentido todas las políticas de arabización e islamización encaminadas al establecimiento de un Estado islámico en Sudán son la cúspide del proceso de autoafirmación defensiva de una élite gobernante, que a su vez se volvió violentamente ofensiva. Algunos sostienen que la noción de superioridad árabe ha sido un atributo de la sociedad sudanesa del norte por siglos.
En conclusión, la articulación de creencias que identificaron a la conservación del Estado islámico como designio y a la supremacía árabe como principio fundamental que justificaran acciones de marginación, persecución y destrucción de lo que ellos consideraban como “enemigos del Estado”.
El continente africano ha experimentado en demasiados conflictos violentos que han provocado muchas pérdidas de vidas, la destrucción de la infraestructura, la interrupción de la actividad socioeconómica productiva, el desplazamiento de cientos de miles de personas y la desviación de recursos escasos hacia la adquisición de armas. Darfur fue una causa de la humanidad que se convirtió en un conflicto olvidado en la penumbra.
Tal vez sea la oportunidad de pedir a la comunidad internacional un nuevo esfuerzo en la articulación de una respuesta como movimiento de defensa contra el apartheid impuesto en lo que debería ser una de las misiones de paz más importantes de este tiempo.
Estos y otros contenidos están en la edición 2270 de Cambio16