Francesco Lanza /bonaona@bonaona.org
En el artículo publicado, entre otros (como Huffington Post [1] y National Geographic [2] que no nos han concedido derecho de réplica), por Cambio16.com el día 13/11/2020, con el título “¿Quién vigila la radiación de la telefonía 5G?” [1], dos profesores de física de la Universidad de Albacete se empeñan en asegurar a los lectores la seguridad de las radiaciones no ionizantes (RNI), y en especial, respecto de la quinta generación de telecomunicaciones móviles, el 5G.
Bona Ona, asociación de consumidores para la divulgación e información sobre radiaciones no ionizantes, no se siente cómoda por lo expuesto en el artículo; es más, intuimos un intento de ocultar los verdaderos riesgos de esta tecnología, por lo que vamos a analizar el artículo.
Percepción del riesgo
Decir que “los campos electromagnéticos están presentes en la naturaleza desde antes de la aparición de ser humano” y por eso no deberían ser dañinos es tan falaz como decir que todos los líquidos, por la misma razón, deberían ser inocuos. Es evidente que, al igual que líquidos como el agua son esenciales para el desarrollo de la vida humana, también hay otros, como la lejía, que son mortales para la ingesta.
La luz solar, los rayos cósmicos, las tormentas y la radiación natural terrestre emiten campos electromagnéticos naturales, a los que nuestro organismo, tras cientos de miles de años de evolución, está perfectamente adaptado y los necesita para su sano desarrollo.
No puede afirmarse lo mismo de los campos electromagnéticos creados por el hombre, aparecidos a principios del siglo XX con la invención por Guillermo Marconi y otros de la telegrafía inalámbrica. Además, fue hace 40 años cuando las comunicaciones inalámbricas empezaron a desarrollarse de manera cada vez más extendida.
No hace falta ser un catedrático en Física para entender que los efectos sobre la salud de la luz del sol no son comparables a los de las radiaciones artificiales (aunque parece que es mejor no serlo para comprenderlo). Afortunadamente, hay una multitud de estudios científicos, como veremos más adelante, que han estudiado estos efectos y que, misteriosamente, ni los autores del artículo ni las instituciones supuestamente “independientes” que se mencionan (ICNIRP y CCARS) toman en consideración.
La OMS parece tenerlo claro
Considerando que un eventual informe negativo de la OMS sobre esta cuestión podría acabar con la industria de las telecomunicaciones móviles tal como la conocemos, en los últimos años han aparecido diferentes informes, muchos de los cuales mencionados por el autor. Curiosamente, no aparece en el artículo el único informe negativo (para el lobby), emitido en mayo de 2011, por la agencia de la OMS para la Investigación sobre el Cáncer (IARC en su acrónimo en inglés), que dictaminó que “las radiaciones por radiofrecuencia de aparatos que emiten radiaciones no ionizantes en el rango de frecuencia de 30 kHz-300GHz están en el grupo de riesgo 2B, o sea posiblemente carcinógenos” [2].
Desde entonces, muchos estudios epidemiológicos han aportado cada vez mayor evidencia de riesgo para tumores cerebrales y de la cabeza, como por ejemplo neuroma acústico y glioma.
En el documento del 2020 sobre el 5G citado por el autor, destaca que el único efecto reconocido por la OMS es el efecto térmico, y obvia los cientos de estudios científicos que avalan el comprobado riesgo biológico de las radiaciones no ionizantes. Es decir, a día de hoy, para la OMS y, como veremos, para las agencias nacionales e internacionales dedicadas al tema, el único efecto relevante es el del calentamiento de la piel en presencia de enormes niveles de exposición a RNI. Dicho de otra manera: reconocen que si pones la mano dentro del microondas te quemas.
¿Quién y cómo se establecen los límites de exposición? (el zorro que cuida las gallinas)
Actualmente, la mayoría de los países europeos recogen, en cuanto a los límites de emisiones de RNI, las recomendaciones de la Comisión Internacional de Protección frente a las Radiaciones No Ionizantes (ICNIRP en su acrónimo en inglés), y sobre la supuesta independencia de esta agencia se ha escrito mucho, incluido Cambio16.com [3].
Los documentos más extensos y completos que ponen en tela de juicio el ICNIRP, y su “independencia” de los intereses de la industria de las telecomunicaciones, son principalmente dos:
- El report de casi 100 páginas coordinado y escrito por Michèle Rivasi (Europe Écologie) y Klaus Buchner (Ökologisch-Demokratische Partei), miembros del Palamento Europeo, denominado “The International Commision on Non-Ionizing Radiation Protection: Conflicts of interest, corporate interests and the push for 5G”, publicado en Junio de 2020 [4] y
- el artículo “How much is safe?”, publicado en Investigate Europe, el 4 de enero de 2019 y actualizado en junio 2020 [5].
Ambos artículos destacan el entramado de agencias reguladoras cuyos miembros a menudo son vocales en más de una, como si los negacionistas de los daños biológicos de las RNI fueran un comité estricto y selecto que cubre las posiciones reguladoras más importante en el panorama europeo (véase fig. 2).
Una de las críticas más recurrentes a este comité es su poca transparencia en la selección de los miembros, que indudablemente son escogidos a dedo por su posición favorable al desarrollo indiscriminado de las tecnologías inalámbricas. Así como eligen a los miembros, son elegidos también los estudios científicos en los que basan sus informes. Únicamente tienen en cuenta los estudios que avalan el dogma de la inocuidad de las RNI (o, mejor dicho, que solo reconocen el efecto térmico), mientras descartan y desacreditan como mala ciencia los cientos de estudios que demuestran el riesgo biológico de las RNI, con valores de emisión muy por debajo de los límites recomendados por el ICNIRP.
El caso más espeluznante, y de momento impune, de estas omisiones ha ocurrido en la revisión publicada este año por el ICNIRP [6], en el que no se tienen en cuenta dos de los estudios más completos y exhaustivos sobre el efecto carcinógeno de las RNI hasta la fecha, el estudio del National Toxicology Program del Ministerio de la Salud de EE UU [7], y el estudio del Instituto Ramazzini [8], de los cuales debemos detallar, cuando menos, las conclusiones:
“Los resultados obtenidos por el Instituto Ramazzini sobre exposición a radiaciones por radiofrecuencias en campo lejano son consistentes con, y refuerzan, los resultados del estudio de NTP en exposición en campo cercano, ya que ambos reportan un aumento en la incidencia de tumores del cerebro y del corazón en ratas expuestas a radiaciones por radiofrecuencia. Estos tumores son del mismo histotipo que los observados en algunos estudios epidemiológicos en los usuarios de móviles. Estos estudios experimentales proveen suficiente evidencia para pedir la re-evaluación de las conclusiones del IARC, a propósito del potencial carcinógeno de las RFR en humanos”
“… El estudio del NTP comprueba que la exposición a RFR (900 MHz) empleadas por los móviles es asociada a:
- Una clara evidencia de una asociación con tumores en el corazón de ratas macho. El tumor era schwannoma maligno.
- Alguna evidencia de una asociación con tumores en el celebro de ratas macho. Los tumores eran gliomas malignos.
- Alguna evidencia de una asociación con tumores en la glándula adrenal de ratas macho. Los tumores eran benignos, malignos o combinaciones complejas de pheochromocytoma.
Por eso se fijan niveles de seguridad y, por eso mismo, no debemos preocuparnos de la radiación que emite el mando a distancia de nuestra tele. Tampoco del router wifi de nuestra casa o de nuestro teléfono inalámbrico«.
Me gustaría tener toda la confianza expresada por Nájera y Co. en su artículo, pero desafortunadamente ni el ICNIRP se merece mi confianza, ni el hecho que no se tenga en cuenta la mayor parte de los estudios académicos no alineados con el dogma “solo el efecto térmico cuenta”, mejora la situación de profunda desconfianza que una parte significativa de la población tiene sobre el despliegue del 5G, a mayor abundamiento sin contar el número cada día mayor de personas afectadas por alguna enfermedad ambiental, como la electrohipersensibilidad que no tienen ninguna voz en las recomendaciones de estos clubes.
La mano negra de la industria
En estos tiempos tan convulsos ha surgido un sinfín de teorías conspirativas, una de las cuales es sin lugar a duda la que apunta al despliegue del 5G como causa del COVID-19, y sin menospreciar la relación existente entre frecuencias de radiación electromagnética y la microbiología, cabe decir que estas teorías permiten, a algunos, ocultar las reales y fundamentadas preocupaciones sobre los posibles riesgos para la salud y el medio ambiente que el despliegue del 5G (y de la tecnología inalámbrica en general) supone, por lo que nos basaremos en los hechos..
El autor cita como fuente de confianza el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación (COIT), primera entidad que emitió un informe, en España, sobre las radiofrecuencias de telefonía móvil y que, además, gestiona y financia el Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS).
En ausencia de la Comisión Interministerial de Radiofrecuencias y Salud, que todavía esperan los ciudadanos y consumidores sea constituida al amparo la Ley 9/2014, de 9 de mayo, General de Telecomunicaciones, revisten suma importancia las recomendaciones que emite el CCARS, respecto del cual procede analizar si realmente es una entidad independiente.
En su web manifiestan que “En marzo de 2016, el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación (COIT) asumió la gestión del Comité, que renovó su estructura y composición” [9]. Así pues, los costes y actividades del CCARS están gestionados por el COIT, lo que sugiere como mínimo la posibilidad de una “mínima” influencia sobre las actividades de CCARS.
Siguiendo la pista del dinero, vemos que en el apartado “Ecosistema COIT” [10] de la web del Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación, entre las entidades colaboradoras no hay asociaciones de consumidores, o colectivos de afectados por las radiofrecuencias, o alguna entidad ambientalista, sino todo lo contrario, y como era de esperar, además de administraciones públicas (que no suelen aportar mucho dinero), destacan la presencia de Telefónica, Vodafone y del RECI (Red Española de Ciudades Inteligentes).
¿Alguien puede creerse que estas entidades “colaboradoras” tienen algún interés fuera de sus propios negocios? ¿Podemos confiar en los informes de un comité cerrado al estilo ICNIRP cuya gestión está en las manos del “sindicato” de las teleoperadoras?
Lo siento, pero entre un dudoso informe de un club privado y cientos de estudios científicos siempre optaré por la ciencia. Llámenme desconfiado si así lo desean.
ICNIRP y CCARS, los negacionistas de los peligros del 5G
Me encanta la ¿genuina? inocencia del autor:
“Decir que los campos electromagnéticos de radiofrecuencia son inocuos es falso si no se acompaña de la frase “a los niveles habituales de exposición”.
Hasta con la coletilla de los niveles habituales de exposición esta afirmación es como poco muy atrevida, ya que CCARS e ICNIRP escogen unos cuantos estudios negacionistas de los efectos biológicos de las RNI y emiten un informe favorable a su uso.
Según el autor, todos los demás estudios “tienen en común su falta de rigor, el establecimiento de límites de forma arbitraria o la extrapolación inadecuada de estudios en animales o de laboratorio sin tener en cuenta las condiciones reales”. Es decir, la buena ciencia es la que dice que las RNI son inocuas, toda la otra es mala.
No podemos sino acreditar que el autor es un experto en falacias, o cuando menos un gran vendedor de los productos de las operadoras.
En consecuencia, siempre según el autor, todas las iniciativas que recopilan los estudios científicos sobre los peligros de las RNI hacen pseudociencia o pseudoinformes, olvidándose que hacen exactamente lo mismo que hacen ICNIRP y CCARS pero al revés, que seleccionan solo los estudios que niegan estas evidencias. Lo que acredita incontestablemente que el ICNIRP en la Unión Europea, y CCARS en España son los verdaderos negacionistas de los daños de las radiaciones no ionizantes.
No podemos sino afirmar que el 5G, y en general las comunicaciones inalámbricas, suponen un negocio tan importante que únicamente lo debería regular una entidad verdaderamente independiente, abierta, democrática y representativa de todos los colectivos implicados en su desarrollo.
El interrogante después del adjetivo “genuino” de principio de párrafo es más que legítimo si, indagando un poco sobre el autor, descubrimos que es, además de catedrático de la Universidad de Albacete, también vocal del susodicho club privado llamado CCARS. ¿No sería mucho más transparente y digno de confianza el artículo, si en la firma declarara abiertamente que, además de ejercer como profesor, es también portavoz (su presencia en todos los medios lo confirma) del único y todopoderoso comité?
Conclusiones
El supuesto“negocio del miedo”, en palabras del autor, es extremadamente ínfimo, comparado con el volumen de negocios que mueve a nivel mundial la tecnología inalámbrica en general, y ahora el 5G en especial, máxime si le añadimos los enormes intereses públicos ya no tan ocultos.
Ni unas agencias (nacionales o internacionales) de dudosa independencia, ni unos artículos de pura propaganda, pueden quitar el legítimo temor a una tecnología nueva, que aumentará sensiblemente la contaminación electromagnética cuyas generaciones anteriores ya han demostrado sus peligros.
En Bona Ona, tenemos claro que seguiremos velando para la salud y la seguridad de los ciudadanos denunciando y desenmascarando todos los intentos hechos por el lobby de las telecomunicaciones de ocultar el verdadero peligro de las radiaciones no ionizantes.
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